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Por Diego Fernández Pais
“No temo a tus golpes, no me dañan ya
y hasta me producen cierta felicidad.
Me muestras tus dientes, sacas tu puñal;
puede ser moral también asesinar”.
Los Violadores, Sólo una agresión
… ¡Jajaja!… ¿Que si lo conozco al Octavio Maurras? ¿Al papudo del Octavio «MORRÁS»? ¡Así: «MORRÁS», como dice él! ¡MORRA debería llamarse ese puto!… ¡Le quedaría mejor!… ¡Seguro!… ¡Jajaja!… Más vale que lo conozco. Mirá lo que te digo: lo requetecontra conozco. Lo conozco más que todas esas novias flaquitas que siempre se anda buscando para no asumir que en realidad es maricón. Gay Lord, le decía yo. Si hasta nombre de puto tiene. Afrancesado. Me querés decir cómo te podés llamar ¡OCTAVIO MAURRAS!… Es tan puto que hasta a veces me enseña cómo se pronuncia bien –¡bien como puto!– su apellido en francés: «MOGRÁAS», me tira… ¡Jajaja!… «Vos, por lo pronto, más GRAÁMOS que MOGRÁAS», entonces le respondo yo… ¡Jajaja!… Lo conozco desde que era pibito. El muy forro me venía a comprar faso en un Audi A3 de color rojo, escuchando… ¡Miranda!… ¡Jajaja!… Pero de eso hace ya más de diez años… ¿Viste que todos los chetos son medio putos, no? Siempre bañaditos, perfumaditos. Yo lo odiaba. Lo odio…
Si le preguntás a él, seguro que te dice que cuando nos conocimos yo era un negro de mierda… Más negro de mierda que ahora… La verdad es que la cárcel me cambió bastante… Un año ¡entero! me pasé en Bouwer… El rancho le dicen ahí a la comida… Despectivamente… Los presos… ¡El OCTAVIO MAURRAS!… ¡Jajaja!… Pobre waso. Qué manera de cagarlo. Al principio yo ya lo odiaba, pero de otra forma. Era un pendejo insoportable. Se hacía el banana. Siempre le vendía la peor parte de mi piedra. Los yuyos ésos que te trae el paragua, ¿viste? Después el pajero andaba como un enfermito por toda la ciudad buscando merca. Era capaz de chuparse una pija con tal de conseguir un gramo. Ya desde pibito era un limado…
Todavía a veces se toma dos tiros y te bloquea del wassap. Se pone como una loca paranoica… Al principio él me conocía como El Partuza. Todos me conocían como El Partuza. Mucho tiempo después se enteró que mi nombre era Javier Montes. En la época del Facebook. Pero mirá lo que te digo: yo lo conocí mucho antes de que empezara a hacerse el escritor. Cada tanto publicaba en su muro entrevistas que le hacían ¡los del diario! ¡Los del diario! Si le preguntás a él, seguro que te dice que yo formo parte de un complot en su contra. ¡Merquero! ¡Enfermo! ¡Recontra paranoico! Pero la que yo le hice se la hice solito, porque me la debía. Después se comenzó a hacer el abogado y yo comencé a decirle «El Doctor»… ¡Jajaja!… «El Doctor»… Mirá que a mí nunca me llamó nadie, eh… ¿Podés creer que el muy puto nunca se sentó a tomar una cerveza conmigo? ¡Ni siquiera una cerveza! Y después me escribía a las tres de la mañana para que lo llevara a comprar cocaína. Me considera un negro de mierda, seguro. Yo nací en Jujuy, y me tuve que ir porque mi vieja me echó de la casa, no se aguantaba mi drogadicción. Mi enfermedad. Fumaba paco, yo…
Primero me mudé a Buenos Aires… Vivía en La Boca… Era murguero… Un pibito de Jujuy me dijo de venirme a Córdoba. Todos los pibitos con guita de Jujuy se vienen a estudiar en la facultad. Acá en Córdoba. En algún momento me creí que el Octavio era un buen abogado. Cuando me metieron en cana. A todos los presos cuando cierran la celda de pronto se les despierta la vocación de abogados. Pensé que «El Doctor» Maurras me iba a poder ayudar con mi caso. Parecía chetito, con contactos; y la justicia, se sabe, es pura corrupción, pura trenza política. Pero, mirá, ¡a ése no se lo fuma nadie! Es un cuatro de copas. Y a mí me requetecontra cagó. Por eso le mandé a hacer la que le hice. En diciembre, hará unos tres o cuatro meses. Vino con que se iba a Santiago del Estero, con que quería llevarse diez gramos de cocaína. Se los vendí y lo mandé a ajustar. A los pibes parece que se les fue la mano. Y si con sólo verlo al conchudo ése uno ya lo detesta… Yo lo odio…
Yo los mandé a que le sacaran la merca, el celular y toda la guita. Y los muy culiados lo terminaron encañonando y ¡le chorearon la chata!… ¡Jajaja!… Pero si a ese gil no te hace ni falta sacarle una pistola… Es un puto… Un nene de papá y mamá… Lo mío, mi caso, fue en Güemes. Pero no le creas nada a los del diario. En serio, mirá que lo que dijeron es todo mentira. Yo no maté ni a ese pibito de Salta ni a nadie a propósito. Dijeron que había perdido una mano al truco y que por eso yo le había disparado… ¡Jajaja!… Estábamos en pedo, y el pendejo pelotudo trajo el chumbo del abuelo… Le pedí entonces al papudo del Octavio que le hiciéramos un juicio a los del diario. Por difamarme. Él comenzó a enredarme y yo, como un boludo, terminé contratándolo como abogado defensor en el juicio penal. ¡Trescientas cincuenta lucas me hizo conseguirle el muy otario! Y encima después tuve que desembolsar un choclo de guita para la probation… ¿Cómo dicen los conchudos de los abogados?… La PROVEI… SHÓN… ¡Jajaja!…
… Por eso nomás lo mandé a ajustar yo en diciembre, hará unos tres o cuatro meses… Nada de conspiranoias como ésta de la pandemia… Del coronavirus… Creo que ya te conté… Fue para año nuevo… Hará unos tres o cuatro meses… Cuando se estaba yendo a Santiago… A los pibes se les fue la mano… Lo agarraron por el Arco de Córdoba, saliendo de la ciudad… Lo encañonaron y ¡le robaron la chata!… ¡Jajaja!… Vendieron todo y la dejaron por ahí tirada… Unos tres o cuatro meses, che: hace ya una banda que no lo veo… Desde ese día… Al enfermo del ¡OCTAVIO MAURRAS!… A ese muñeco… La PROVEI… SHÓN… ¡Jajaja!…
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(Imagen de portada: instalación de Anthea Hamilton)
Etiquetas: Anthea Hamilton, Diego Fernández Pais, ficción, Una vez más