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Por Cristian Rodríguez
Babel en la experiencia psicoanalítica
¿Qué es la cultura sino una experiencia humana en la que las lenguas se encuentran entrelazadas, vibrando al unísono, produciendo ecos y homofonías? Eso que Saussure describió como imagen acústica y Lacan ubicó en el predominio de un neologismo nombrado “lalengua”.
Es el propio Joyce y su Finnegans Wake lo que lo lleva a Lacan a postular la noción de sinthome, y sinthombre, la condición de esa relación particular en que la lengua se pone en relación a los objetos de la pulsión: fundamentalmente el objeto voz y el objeto mirada.
De eso, de esa condición sinthomática, está hecha nuestra escucha como analistas. Nuestra posición de analistas flota -en la atención flotante propuesta por Freud en la transferencia analítica- entre lenguas, entre diversos ecos e imágenes acústicas, entre significantes, entre misterios portados por esas sonoridades. El analista es también un intervalo que sostiene un interrogante.
En este punto, nuestra práctica como analistas es parecida a la experiencia de un oyente con la música. No se trata sólo de su exaltación estética o de las cuestiones de formas musicales, sino de una emoción que trasciende la relación con el objeto, y por ende atraviesa la lengua.
La atraviesa auto perforándose -tal como la superficie topológica llamada Botella de Klein- y además atraviesa hacia otras lenguas. Lalengua es una multiplicidad de lenguas vibrando al unísono, para quien pueda escuchar. La posición de la escucha analítica supone ese poder escuchar allí los saltos, no sólo temporales, sino más precisamente espacio temporales que produce lalengua, como también sucede en las órbitas fluctuantes de un electrón.
La lengua, claro está, está hecha de partículas de carga negativa, afines a la lógica de funcionamiento de lo inconsciente. Y esto ya está presente en Freud en su famoso caso Signorelli.
Transdimensional
En esta experiencia de atravesamiento -que no es otra que el “vers le pere”, ese cierto punto de “perversión” y perseveración en el saber sobre los nombres del padre- la escucha analítica se vuelve transdimensional. Es que la lengua, las lenguas, sólo pueden pensarse de un modo transdimensional. De un modo que podríamos nombrar Babel, allí donde cierto pecado originario sobre el saber de “las lenguas”, encuentra su punto de límite y también de transferencia. Que no nos entendamos, no supone que eso no nos impulse, ni nos cause. Babel, el episodio bíblico, bien podría considerarse un signo de cómo se organiza este ronroneo, esta vibración de fondo donde convergen y se repelen las lenguas, donde se atraviesan y auto perforan.
Así como en el episodio freudiano, uno entre otros que conciernen a su peculiar “auto análisis”, Signorelli remite a Signor, y éste al Herr en alemán, el del padre que en el psicoanálisis guarda relación con los misterios de lo humano: muerte y sexualidad.
Las sesiones psicoanalíticas transitan inevitablemente por esta condición de “las lenguas”. El psicoanálisis propone siempre una experiencia con Babel, en relación con Babel, se traten o no de pacientes hablantes de esas lenguas. Babel es precisamente ese “estar allí”, en una posición expectante y también deseante, ese deseo de lo no sabido que se sabe -invirtiendo y también auto perforando la fórmula lacaniana sobre “un saber que no se sabe”. La posición del analista es afín a este fervor que se mece entre lenguas, en la escucha flotante, entre estas dos posiciones, también entre dos.
En Babel, que es también la experiencia de un analizante con un analista en la posición de semblante del objeto “a”, se produce una “reflexión” hacia un plano no sólo del misterio sobre la verdad subjetiva en juego -un saber que no se sabe- sino sobre un plano del quehacer de la conciencia, conectada a lo anterior -tal como Freud lo señaló en las tópicas metapsicológicas-, por lo cual ésta -esa verdad en juego- se relanza hacia la relación con el semejante, es decir en un plano que tiene relación con la realidad y con los vínculos. Ese relanzamiento es también del orden de lo babélico. Los pacientes no saben por qué, pero se encuentran de pronto aliviados y en posición deseante, retornan al hacer y a los quehaceres, la vida se vuelve menos dramática y también menos drástica, es posible de enlazar a una erótica, a un proyecto, a una ilusión. Ese punto es precisamente el de una curiosidad vital, eso “no sabido que se sabe”. Se sabe, claro está, por su condición de causado y no porque allí haya a priori sentidos establecidos, no porque está cursado.
Entre nos, amor
Como vemos, el psicoanálisis no es sólo una práctica, sino fundamentalmente una experiencia entre nos, ese nosotros problemático de la relación con el Otro, ese nosotros babélico, ese nosotros que garantiza entonces una vida por su lógica ajena a los sentidos, resistente sobre todo a abrirse instantáneamente a los sentidos prefigurados. Ese nosotros devenido amor, amor de transferencia, amor vital, también amor real.
Babel, como en la experiencia psicoanalítica, es un colapso del sentido, precisamente un encuentro antes de cualquier sentido. Un cierto encuentro en el que no se da el sentido, sino que se ofrece ese encuentro al equívoco, a las lenguas transdimensionales, al misterio de eso no sabido que de algún modo se sabe, se sabrá. Se sabrá, ser sabrá, una falta en ser que propone su relación con el futuro anterior -habré sido – ser sabrá-, garantía de trabajo entre nos y no un hecho cierto. Se sabrá, si hay verdadera experiencia. Si hay una cierta zozobra.
Lalengua, por otra parte, es la herramienta preciosa de la experiencia de lo humano, es un diamante con un filo capaz de cortar y hacer una vida. Pero el diamante no es la vida, la vida hay que hacerla, hay que crearla. Con la destreza no alcanza mis amigos, hay que inventarla a la vida.
Persona
Un joven que ahora vive en Alemania, comienza a construir allí una versión más amable y menos violenta con su fantasmática familiar, y según sus propias palabras, en la relación con su padre. Él va en busca de un secreto que le es familiar: sobre los avatares de una cultura que atravesó y también avaló uno de los genocidios más brutales de la historia contemporánea, el que se produjo en los campos de exterminio Nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En los alrededores de Auschwitz, precisamente, mientras pasa unos días recreativos en Cracovia, la noche previa a la excursión que lo llevaría al campo de concentración más famoso y el más tétrico, cuyo nombre estremece: Auschwitz, se produce un episodio que vuelve a confrontarlo con el padre despótico y terrible. Allí le roban, lo golpean y queda atrapado por las autoridades policiales, frustrando su deseado encuentro con la historia de la Alemania Nazi. Allí, él mismo vive una experiencia ligada al campo concentracionario, se hace objeto del padre terrible. Auschwitz lo alcanza y lo sobrepasa. La neurosis se desencadena y vuelve a consultarme -antes, ya había estado en análisis en Argentina.
En uno de nuestros encuentros telefónicos comenta una serie de novedades laborales. Acaba de ser transferido a la ciudad de Saarbrücken, al sur del país, cerca de Francia, cerca de la región de Alsacia. Allí trabaja como cantinero, y entre otras habilidades, mientras estudia alemán y planea emprender una carrera universitaria, aprendió el arte de servir cerveza, tan afín y trascendental a la cultura alemana.
Ese acercamiento lo describe como “un arte de la inclinación”, una cierta flexibilidad de la relación entre el vaso y la presión del dorado licor espumoso. Un arte “en dos tiempos”, como en una serie significante. Pero lo más sorprendente surge cuando le propongo asociar con la palabra cerveza.
La primera asociación: cereza, un fruto. Cereza, ser esa, en suspensión de sentido ¿Ser esa, qué cosa?, le señalo. Ser esa persona, agrega él. Ser esa persona más allá del padre. De allí devienen una serie de posibles nominaciones y dislocaciones del significante cerveza: saber, cree, crea, ser, caer. Esta sucesión se le plantea como un auténtico programa de transformación. Un caer en la cuenta, más allá incluso de su propia lengua madre.
¿Qué ocurre con la acepción alemana de la palabra cerveza, Bier? Una vez más, él la desdobla: vi, vida. Allí en Alemania encontró una nueva vida, allí también en la cultura y en la lengua alemana. Se pregunta por el sentido “suelto” de ese “er” de la Bier, un “er” de la vida. Como en la saga freudiana del caso Signorelli de Freud, “El olvido de nombres propios” aparecido en la Psicopatología de la vida cotidiana, ese Herr no es otro que el Señor Padre, aquél que porta los emblemas sobre muerte y sexualidad. Bier se traduce así por “la vida /vía de un padre en otra cultura”, en otra lengua, acaeciendo en la diversidad de Babel. El inconsciente piensa en una translinguística, no se aflige ni se reduce a los avatares de una lengua unívoca, le lengua se presenta transdimensional, burbujea como ese alcohol con resonancias provenientes de las muchas lenguas entrelazadas entre las que nos movemos y así traspasamos, una y otra vez. De algún modo, el atravesamiento del fantasma, planteado por Lacan, sólo puede producirse a condición de considerar Babel, la experiencia babélica de la lengua, la langue. Ese shintome que Lacan ya había decodificado en su relación con un caso emblemático de la translingüística, el Finnegans Wake de Joyce.
Por último, la cercanía geográfica con Francia lo inquieta, ¿qué otra cosa se encuentra plegada en la voz bier. Volcada al francés resuena “vie”, la vie, la vie est belle, la vida una vez más, la vida bella, la Eva por nacer.
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