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07-08-2020 Notas

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Por Marina Esborraz, Carlos Quiroga y Luciano Lutereau

1.

De la histérica sólo sabemos que es un discurso. Alguien que se ubica preferentemente en ese lazo con el otro puede o no “hacer una neurosis”. Las personas que tienen ese padecimiento sufren de un fantasma de seducción. Las contradicciones internas de las pulsiones organizan dos posiciones dominantes en ese fantasma. La posición “pasiva” define la histeria de seducción, mientras que la “activa” construye la histeria llamada de rivalidad. 

La histeria de seducción es la que hace de su cuerpo un falo y se excita de excitar. A esta posición se la confunde con “la mujer como causa de deseo” porque en ambos casos la histérica “hace el hombre” que debemos entender con toda la fuerza del genitivo. “Hace de hombre” en la rivalidad o “hace al hombre” en la seducción en la que se toma a cualquier mortal para elevarlo a la dignidad de lo masculino.

2.

La idea lacaniana de la mujer como causa de deseo puede ser leída como una justificación de la más básica de las fantasías histéricas: que una mujer puede hacer algo para ser deseada, que ser elegida es estar en el lugar de una causa; y si alguien no quiere estar con ella, entonces algo mal hizo, o bien él no la desea lo suficiente, como si los varones no eligieran mujeres por su beneficio narcisista (comodidad, tranquilidad, etc.), como si un varón no estuviera dispuesto a sacrificar un deseo por un hábito. 

Así es que histéricamente puede entenderse la idea de la mujer como causa de deseo, en la medida en que se supone al varón como un ser de deseo –mientras que un varón no es más que el ser que se aferra a la costumbre. Por último, también en el sentido de creer que ser la causa de un deseo es ser la destinataria del mismo, cuando –por lo general– cuando una mujer causa el deseo de un varón, es la última en poder sacar algún provecho de ese efecto, porque no lo es en tanto mujer. 

3.

Un prejuicio heteronormativo del psicoanálisis lacaniano: la mujer como causa de deseo (por cierto, no es tan claro que Lacan diga esto como concepto; pero sí es algo que dicen los lacanianos). Es un prejuicio fascinante, que se desprende de una fantasía histérica. En cualquier caso, más que resolver qué decía Lacan, se trata de ubicar efectos concretos de una lectura y, otros, en la práctica. 

Por ejemplo, “la mujer como causa de deseo” puede ser un modo de enganche para una mujer en una relación; ¿cómo se verifica? Cuando vive a la espera de cambiar al otro; o bien todo el día decepcionada, sufriente de que él no hace tal o cual cosa… ¿cómo termina? En ese lugar tan doloroso de querer mover al otro. Si él se mueve ¡existe la mujer! (fantasía histérica: soy la mujer que lo pudo cambiar). Sin embargo, los tipos no se mueven y, cuando se mueven, no es por la mujer; quizá sí, cada tanto, por “una” mujer, pero ¿qué quiere decir ese “una”? Que no es por ella en tanto mujer que un tipo se mueve. El amor de las mujeres por los varones es una causa perdida.

4.

La histeria hoy en día no está en el cuerpo de las mujeres, sino en el discurso social. Una forma de demostrarlo es que la indignación –una de las más neuróticas pasiones– se ha vuelto el modo de lazo por excelencia.

5.

La histeria es un tratamiento de lo femenino. En realidad, la neurosis en sus distintos tipos lo es. Esto podría explicarse con las fórmulas de la sexuación que introduce Lacan, pero también hay cierta lectura de las fórmulas que ha llevado a pensar que la  dirección de la cura de la histeria sería una orientación hacia lo femenino y eso implicaría que la histérica debería “consentir”, ser ubicada como objeto de deseo o síntoma de un hombre. El consentimiento al que se hace referencia nuevamente circunscribe lo femenino bajo la lógica del fantasma, por lo tanto sería trocar un tratamiento neurótico por otro, muchas veces de la mano de un empuje que se vuelve un imperativo superyoico. 

Resulta más propicio desanudar la posición de la mujer histérica respecto al amor, es decir, esa posición de quienes no pueden amar más que en ausencia, que es algo muy distinto al hecho de si se consiente o no el encuentro, porque es el modo en que ella lee que podría ser ubicada como causa de deseo.

6.

No se entiende por qué se considera al psicoanálisis en una posición “heteronormativa” siendo que para Freud la “roca de la castración” es el “rechazo de lo femenino” y para Lacan lo heterosexual es “gustar de las mujeres”, se sea “macho” o “hembra”. El Hombre como conjunto universal tiene dos subconjuntos; “hombre” y mujer”. Así, entonces, un hombre es un Hombre que no es una mujer, pero ¿es igual para el caso de la mujer? ¿Una mujer es un Hombre que no es un hombre? Se declara allí una inconsistencia donde uno de los conjuntos (mujer) engendra la discordia en el conjunto universal. Gustar de las mujeres (plural) se sea macho o hembra exige no retroceder ante este hecho de “sembrar discordia” cumpliendo allí su función de causa de deseo. Es un punto en el que no corre el deseo de reconocimiento sino más bien el reconocimiento del deseo, donde “el futuro es mujer”. 

* «La dama de Shallot» (1894) de John William Waterhouse

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