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Por Nazareno Petrone
“Cuando mirás mucho tiempo
el interior de un abismo,
el abismo también mira tu interior”.
Frederich Nietzsche
Después del 2-8 el abismo que tanto miraban y estaba cada vez más cerca, ahora es realidad. Nadie, por más pesimista u optimista según simpatías futbolísticas, imaginaba semejante goleada (ni siquiera figuraba como opción en las casas de apuesta), pero creer que el Barcelona podía acceder a semifinales solo era posible en la ilusión de los nostálgicos crónicos del mejor equipo de todos los tiempos.
Hay varios puntos que están claros y ya es imposible seguir haciendo de cuenta de que no. A saber: jugadores que cumplieron un ciclo (sacando a Ter Stege y algún recién llegado, cualquiera podría ingresar en ese no selecto grupo), (ex) director técnico por debajo de las exigencias, dirigentes en decadencia que gastan millones y no pegan una, la Masía ausente; incluso el estilo y la filosofía de juego: una idea gastada y mal implementada, donde la posesión no es más que una herramienta defensiva, la presión —tan de moda— es nula, la poca movilidad, el mal trabajo defensivo, el limitado despliegue físico, etc. Y así podríamos seguir llenando la nota de datos que muestran este flojo y visible pésimo presente culé con los que estaríamos todos de acuerdo.
Pero a todo eso, y aunque no queramos, hay que sumarle el factor Messi. Porque no se puede hablar de Barcelona sin hablar de él. Más allá de sus escasas apariciones en los partidos importantes de los últimos años, y más allá de su merma física expresada en su disminuida velocidad y en sus cada vez menos metros recorridos dentro del campo de juego, hay que agregarle un dato importante: Messi hace tiempo que empeora a sus compañeros.
Basta con ver un partido del Barcelona, sin saber mucho de fútbol, para darse cuenta que Messi es el mejor jugador del mundo y, discusiones más, discusiones menos, uno de los tres mejores jugadores de la historia. Sus números son como su talento: indiscutibles. No tiene mucho sentido explayarse en sus goles, asistencias, visión de juego, gambeta, inteligencia y un largo etcétera que alcanzaría hasta lugares y situaciones del juego que ninguno de nosotros mortales podemos identificar. Pero Messi hace tiempo que empeora a sus compañeros.
El síntoma (en psicología: compromiso entre fuerzas opuestas en conflicto) que nació en la selección Argentina post 2014, donde tal vez en Di María encontró su mejor expresión (hoy, una vez más, figura estelar de la Champions League), y que se extendió rápidamente por Cataluña, transforma a Messi en un salvador de jugadores obnubilados por la estrella que no hacen más que obedecer y perder todo tipo de fuerzas y talento. Nadie toma decisiones si está él. Y me parece de lo más lógico. ¿Por qué hacer algo, bien, mal o regular, cuando el que está al lado lo va a hacer mejor que los casi 8 mil millones de habitantes? Porque es verdad que Messi lo va a hacer mejor. Si casi nunca se equivoca, siempre decide bien y, por sobre todas las cosas, ejecuta mejor. Pero al fútbol se juega con once jugadores. Tener diez alienados sin poder de decisión te vuelve un equipo apático y deprimido. Si hasta Vidal, el jugador con más huevos del mundo, pierde su fortaleza anímica y arrolladora y deja de ser un jugador de toda la cancha, que te pasa por arriba, que insiste y llega, y vuelve, y barre, para convertirse en un sumiso pasador de pelotas hacia atrás o, a lo sumo, hacia el costado. Sin toma de decisiones no hay jugador. Sin jugadores no hay equipo.
¿La culpa es de Messi? ¿De sus compañeros, del director técnico de turno o de quién? Imposible saber. Lo que sí se puede decir es que en esta época que algunos llaman fútbol moderno, donde todo se explica desde las estadísticas y donde Messi es rey, hay un dato que está faltando identificar: quiénes mejoran a sus compañeros. La función que tan bien llevaba a cabo Xavi en su momento, que todos veíamos pero ningún gráfico identificaba.
¿Cómo se resuelve? Creo que ahí está el mayor conflicto de esta paradoja. Solo Messi puede saber cómo, y a su vez ese es el corazón del problema. Tanto adentro como afuera de la cancha nadie se atreve a tomar una decisión por encima de él y él solo no puede. Porque todos para decidir miran a Messi y Messi no tiene dónde mirar. Porque después de Messi está el abismo y el abismo ya está adentro de Messi.
Etiquetas: Barcelona, Fútbol, Lionel Messi, Nazareno Petrone