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Por Nazareno Petrone
Hoy, en el medio de la pandemia, tomé la decisión de sentarme, abrir un Word y ponerme a escribir sobre los días que pasan y los días que no pasan. En primer lugar, lo que busco transmitir y desarrollar en este texto es una idea simple y clara: hoy estamos en el medio de la pandemia. En segundo lugar, para ser precisos y sin ahondar en detalles que no nos llevarían a ningún lado, quiero agregar que hoy tomé la decisión de sentarme. Tercero, a esta valiosa información, para que no quede librada al azar y se pierda en un mar de tedio infinito de palabras, me es imperioso y casi obligatorio añadir una parte fundamental, aunque corra el riesgo de extenderme por de más, y explicar con claridad que hoy pude abrir un Word. Y, por último, y no por eso menos importante, hoy, en el medio de la pandemia en la que tomé la decisión de sentarme y abrí un Word, hoy, como les decía, me puse a escribir sobre los días que pasan y los días que no pasan. Asaltado por la realidad constante y estancada, esta ineludible iniciativa de escritura tuvo su origen en el preciso instante al que comúnmente llamamos ahora, aunque, para ser estrictos y fieles a los significados y las ideas, y, a sabiendas de las complicaciones temporales del lenguaje, debo decir que ese momento exacto en que la palabra es hablada, escrita o hasta incluso pensada, carga en su naturaleza, si es que podemos hablar de la existencia de una naturaleza en las palabras, carga, como decía, al igual que en la fábula del escorpión y la rana, un instinto mortal y auto destructivo en su identidad, porque, en una lucha perdida desde su nacimiento, cada letra requiere su ahora y la misma formación de la palabra se esfuma con extrema velocidad antes de poder ser expedida, a menos que ocurra el milagro de la detención parcial y total del tiempo -que nunca ocurrió ni va a ocurrir-, siendo, en el transcurso que explico esta idea, el ahora un momento completamente diferente al ahora que en algún momento fue, es y será, es por eso que debo disculparme de antemano y notificar que no nos quedará otra alternativa que hacer una excepción. De esta forma podemos englobar el instante en algo más general que abarque una franja más extensa y por eso más inclusiva de tiempo, donde todas las personas, todas las palabras y todas las ideas que se nos pueden ocurrir queden reparadas por un contexto que los contenga sin la necesidad de andar exigiendo nuevos ahoras que nunca serán alcanzados. Por lo tanto, la excepción, si utilizamos el ahora con un parámetro en el que la gran mayoría del mundo, por lo menos occidental, esté de acuerdo, siendo un ahora el equivalente a un segundo, como les decía, la excepción abarcará unos ochenta y seis mil cuatrocientos segundos, y así podremos hablar del instante en el que arrancó la iniciativa de este texto en un margen de duración más holgada a la que llamaremos hoy, esa denominación donde todas las personas estamos de acuerdo en que el presente, fugaz y constante, dura 24 horas, justo hoy, que estamos en el medio de la pandemia, que tomé la decisión de sentarme, abrir un Word y ponerme a escribir, y así apretar cada una de las letras del teclado que formaron cada una de las palabras que formaron cada una de las oraciones que formaron este texto sobre la escritura de los días que pasan y los días que no pasan en un instante en el medio de la pandemia. Lo cierto es que todavía no logro identificar si esto que escribo es de hoy, es de ayer o es de mañana, si los días pasan o no pasan, si el ahora es igual al de antes o se parece más al de después, si los días ya pasaron o están por pasar, si hoy es hoy o si ahora es ahora o ya dejó de ser ahora, solo sé, y por lo tanto solo puedo identificar, confirmar y ratificar, con certeza, seguridad y convicción, la vaga, fugaz y constante idea de volcar en un texto, que tuvo su origen hace un instante de mil cuatrocientos cuarenta minutos, en el que tomé la decisión de sentarme, abrir un Word y escribir en el medio de la pandemia solo por el simple, único e irrepetible hecho de estar en este instante presente y continuo en el que dejé de diferenciar entre los días que pasan y los días que no pasan.
Etiquetas: Cuarentena, ficción, Nazareno Petrone, Pandemia