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17-09-2020 Notas

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Por Constanza Michelson

Por ejemplo: te despiertas en la mitad de la noche, tienes taquicardia; no sabes si el corazón te va a explotar o es una crisis de pánico; logras dormir un poco, y cada vez que despiertas de un salto no te decides si entonces es peor enloquecer o morir. Consultas para salir de la duda. Te explican: si fuera un asunto del corazón tendrías fatiga, y tienes todo lo contrario, andas como un trompo. Algunas noches despiertas con el mismo mal, un desarreglo del ritmo del cuerpo, ya le llamas angustia (porque así lo nombró el experto, aunque no tengas una idea sobre eso), y piensas: la angustia es un animal bravo. Le cuentas a alguien por teléfono y te pregunta si despertaste a quien duerme a tu lado cuando tenías miedo. Dices que no. No quieres molestar, le cuentas que lo resolviste, no sabes por qué, pero se te ocurrió que una bolsa de agua caliente y un calmante podrían servir. 

Una bolsa de agua caliente y un calmante. ¿No se parece eso al amor? No es tu culpa si ya no sabes sobre ese asunto, si el amor se da, se pide o se hace. Ya no se habla de amor, salvo para evitarlo, torcerlo, hacerlo signo de modernidad. Un símbolo triste. Repetimos: morimos solos. Pero venimos de un enlace, venimos de alguien (nos amara o no), no podemos deshacernos de la idea de un abrazo que está en las tripas, previo a cualquier discurso. A veces toma el disfraz del amor romántico, pero se trata de algo más antiguo, es la necesidad de otro cuerpo para bajar la frecuencia cardíaca, tomar un ritmo, y dormir. Poder dormir requiere del amor y sus metáforas.

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A quién podría importarle tu insomnio y tu angustia en todo este desastre; salvo que la ruta, que se parece a la del duelo, no sea solo cosa tuya. 

Hay ánimos colectivos, hay que leer sus signos para descifrarlos.

La ruta emocional de la pandemia ha sido más o menos así:

Partida: negación y ansiedad. Aprovechar la cuarentena, terminar el libro, comprar mucho papel higiénico (nadie sabe por qué, pero casi toda catástrofe arranca así), educación en línea (homeschooling, se dice así, en inglés). Chat de apoderados: cuál es el código de la reunión de zoom, para cuándo es el trabajo, están mandando mucha tarea, están mandando poca tarea, lamento tu pérdida, a qué hora es la reunión. Teletrabajo. Masa Madre. Reinvéntate. No use mascarilla, use mascarilla. Los fallecidos son adultos mayores, el fallecido tenía enfermedad de base. No sabemos exactamente cuántos fallecidos hay. No se queden en pijama. Estén activos. Los países más avezados: tengan sexo en línea. 

Todo es posible salvo la angustia.

Síntomas: aumentan las denuncias de violencia intrafamiliar. Según google trends se dispara la búsqueda de las palabras “insomnio” y “no puedo dormir”. Suicidios, no sabemos. Demanda de atención psicológica en alza. Alcohol. Mucho alcohol y Rize. 

Punto de inflexión: angustia con nostalgia. Ya no se “aprovecha” tanto la cuarentena. El cuerpo no responde. La sensación es estar en aguas abiertas, sin la posibilidad de encontrar la justa cadencia para nadar, se traga agua, se pierde el ritmo. La angustia busca un dique que contenga, un abrazo, un calmante, una bolsa de agua caliente. La angustia busca refugio en la nostalgia, que no es sino buscar calma en la infancia. (Por supuesto que no en la tuya, la infancia es un sueño del paraíso perdido, una ensoñación del abrazo materno). La infancia es el nombre de un estado idealizado, previo a la consciencia de lo transitorio y la muerte. Las promesas de paraísos se basan en el recurso de la nostalgia, el retorno al edén. En las situaciones sin perspectiva y de impotencia, el pasado que nunca existió es una tentación. Ejemplo 1: Make fascismo great again. Ejemplo 2: pegarte a un amor que no lo es. Ejemplo 3: asustarte con la arritmia de tu corazón perdido y buscar la nada- mientras la psicohigiene que no tolera la angustia te dice borderline- pero entre la pena y la nada, ¿qué prefieres?

La palabra más precisa para nombrar la verdad de la melancolía es saudade: nostalgia feliz de algo que sabes no volverá (aunque la palabra pertenezca a su lengua, igual los brasileros está vez creyeron en el pasado reaccionario de Bolsonaro). Porque el pasado nunca fue mejor, pero tampoco el futuro. Si la angustia es impotencia, la ansiedad un apuro hacia adelante y la nostalgia el refugio de un retorno, la política de salud mental -o de cualquier cosa- debería ser la potencia de existir aquí y ahora. Una política que tome del pasado la memoria, del futuro el deseo, para inventar el instante presente. Así darle contorno a las aguas abiertas para no aterrarse, patalear y hundirse, o buscar cualquier salvavidas que puede terminar en otra pesadilla. Eso es muy claro en el amor y en la política. 

Si digo que la angustia es un punto de inflexión, es porque es el momento en que el hacer compulsivo ya no salva más, y aparece la tentación de refugiarse en la nostalgia, pero es también el momento en que la presión en el pecho puede convertirse en pregunta. Por ejemplo: ¿es la distancia (social) un asunto de metros?, ¿era la casa un hogar? ¿Era cierto que no veías a tus hijos porque tenías que trabajar, o es que ya no sabes cómo estar con ellos? ¿Era tan precario tu amor como tu trabajo? ¿Sigue teniendo sentido trabajar para tener vacaciones o comprar algo, cuando no sabes ya si seguirás teniendo trabajo o vacaciones? ¿Qué es una vida vivible? 

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¿Qué te pasa? Intentaré ser concisa.  

El corazón del mundo (y el tuyo) perdieron el ritmo. No está claro que la pandemia corrió el eje o solo dejó en evidencia la enfermedad. El asunto es que triunfó un horrible lenguaje métrico –cifras, datos, clasificaciones– que dificulta estar presente en las cosas del mundo, al menos con un ritmo. Perder el ritmo es como saber las notas de la canción, pero no ser capaz del placer de canturrear. 

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