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29-09-2020 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

Philippe Halsman y Salvador Dalí tenían muchas diferencias pero había algo que los unía: la imaginación. No es algo que uno pueda encontrar en cualquier lado. Digamos que en esa época —¡y sobre todo en esta!— escaseaba. En algún momento se cruzaron, congeniaron e hicieron Dalí atómico (1848), algo que no tenía nada que ver con lo que entonces significaba tomar una foto.

“La fotografía puede ser terriblemente seria o muy divertida. Tratar de captar algo tan esquivo como la verdad con una cámara puede ser una tarea frustrante. E intentar crear una imagen que no existe en la realidad sino en tu imaginación es a menudo un juego excitante. Y yo disfrutaba especialmente de ese juego con Salvador Dalí. Éramos como dos compinches”, confesó una vez Halsman.

Cada vez que se le ocurría algo extraño, delirante o, como solía decir, “fuera de lo común”, lo llamaba a Dalí. El procedimiento era sencillo: Halsman contaba su idea, Dalí la mejoraba, Halsman mejoraba la idea de Dalí, Dalí mejoraba la idea de Halsman, y así, en algún momento, intentaban llevarlo a la práctica. Esta es la historia de ese encuentro. Esta es la historia de una foto.

II

Philippe Halsman nació en 1906 en Riga, Letonia, Imperio Ruso. Estudió ingeniería en Dresde y, tras recibirse, su padre lo invitó a hacer una excursión en los alpes austríacos. La vida y el futuro en una conversación de padre e hijo con la inmensidad de la naturaleza de fondo. Algo extraño pasó —¿un resbalón?, ¿un desequilibrio?— y Morduch Halsman, cayó al precipicio. Murió al instante.

Corría el año 1928. Aún Hitler no había llegado al poder ni había comenzado la Segunda Guerra Mundial, sin embargo el antisemitismo estaba a flor de pie, listo para institucionalizarse. “¡Fue el muchacho judío! ¡Él lo empujó!”, dijo alguien que ni siquiera había visto el episodio. Las autoridades actuaron y acusaron de parricidio a Philippe. En el juicio lo condenaron a cuatro años de cárcel.

El caso tuvo una gran repercusión. Un grupo de intelectuales —entre los que se encontraban nada menos que Sigmund Freud, Thomas Mann y Albert Einstein— presionó para que concluya la condena. Finalmente, ante la falta de pruebas, fue liberado. No volvería a ser el mismo. Dejó la ingeniería y comenzó una carrera como fotógrafo, primero en París, después en Nueva York.

Philippe Halsman y Salvador Dali

III

Salvador Dalí nació en 1904, en Figueras, Cataluña, España, cerca de la frontera con Francia. Tenía 16 años cuando murió su madre. Cáncer de útero. En sus propias palabras, fue “el golpe más fuerte que he recibido en mi vida. La adoraba. No podía resignarme a la pérdida del ser con quien contaba para hacer invisibles las inevitables manchas de mi alma”.

Tras la muerte de Felipa, el padre de Dalí recientemente enviudado contrajo matrimonio con su cuñada, la tía de Dalí, la hermana de su esposa fallecida. Dalí nunca aprobó esa relación. La veía como una traición a él —había pasado muy poco tiempo de la muerte de su madre— pero también a ella: estaba convencido de que se trataba de una relación que venía de antes.

Al año siguiente, en 1922, decidió abandonar su casa. Sentía que sin su madre ya no había que hacer ahí. Además ya tenía 18. Era hora de irse. Se instaló en Madrid, luego se fue a vivir a París y finalmente llegó a Nueva York. Cuando entró en el mundo de la moda —ya era un pintor que fascinaba a todos— conoció a Philippe Halsman, que trabajaba en una revista del rubro.

IV

Era 1941 cuando Philippe Halsman y Salvador Dalí se dieron un apretón de manos y dijeron, al unísono: “Un gusto, caballero”. Ambos tenían la certeza de que vivían en medio de una “sociedad tan monstruosamente cínica e inconscientemente ingenua que interpreta un papel de seria para disfrazar su locura”. A ninguno de los dos le interesa la solemnidad. Congeniaron enseguida.

Y luego de tantas reuniones, de tantos cafés, de tantas charlas nocturnas, llegó la idea. En ese entonces Dalí estaba trabajando en una pintura que, aseguraba, sería su gran obra. No es difícil imaginarse a Dalí diciendo “será mi gran obra” mientras acaricia la punta de su bigote con el más grande egocentrismo. Era un retrato de Gala, su esposa, representaba como Leda.

«Leda atómica» (|949) de Dalí

Según la mitología griega, Leda caminaba a la orilla del río Eurotas cuando se le apareció Zeus —padre de todos los dioses y rey del Olimpo— en forma de cisne. No es fácil imaginar a una mujer y a un cine haciendo el amor pero lo cierto es que nueve meses después Leda dio a luz un huevo. “Es el cuadro clave de nuestra vida”, dijo mucho tiempo después Dalí. Lo tituló Leda atómica. Todo flota en el aire en equilibrio cósmico.

A ese concepto Halsman lo trasladó a la fotografía. Pero aquí no hay Gala ni Leda ni Zeus ni cisnes ni huevos. Sólo Dalí y una serie de elementos cotidianos y oníricos flotando en el aire. El título: Dalí atómico.

V

¿Cómo llevar a cabo la idea? Halsman tenía un plan: su esposa Yvonne sostenía una silla, sus asistentes —entre ellos estaba Irene, su hija— lanzaban baldes de agua y gatos, mientras Dalí, en el centro de la escena, daba un salto. El fotógrafo contaba uno, dos, tres y todos hacían lo que tenían que hacer, y al cuatro él disparaba la foto.

¿Se hizo enseguida? Por supuesto que no. “Seis horas y 28 intentos después, el resultado dejó satisfecho mi deseo de perfección. Mis asistentes y yo estábamos mojados, sucios y completamente exhaustos; sólo los gatos parecían estar como nuevos”, contó Halsman. El cuadro a la derecha, tapado por los gatos y el agua, es justamente Leda atómica, la famosa obra que, hasta entonces, no había sido mostrada en sociedad. Recién lo hizo al año siguiente, en 1949.

Dalí atómico finalmente salió como esperaban. Al poco tiempo se publicó en la revista Life a doble página. Fue un verdadero éxito con repercusión inmediata. Todos hablaban de esa belleza, de esa osadía, de esa locura. En la presentación de la obra, un crítico de arte se les acercó para hacerles la pregunta entusiasta de rigor: “¿Cómo lograron hacer esa foto?”

Halsman y Dalí se miraron, sonrieron cómplices, y respondieron: “Con imaginación, caballero… con imaginación”.

 

 

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