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Por Sergio Fitte | Portada: Conor Harrington
Martes 14 de septiembre
El pincel recorrió el lento bigote izquierdo de la ilustración, sin dudas el autorretrato se acercaba a la excelencia. Quizás como suelen decir algunas de mis amistades tomándome el pelo, las dotes artísticas que poseo me están llevando a dibujar un sujeto igual a mí pero más apuesto aun. No me falta mucho para terminar con la obra. De continuar al mismo ritmo llegaré sin problemas a concluir el trabajo en la fecha preestablecida. Se podría decir que los lineamientos fundamentales están terminados y no se modificarán: la parte de los ojos algo rasgados (como seduciendo) quedó espectacular; los labios anchos (sin estar cerrados por completo) y la ocurrencia de mantener un gran cigarro candente en una de las manos por toda la eternidad le dan un toque de distinción indiscutible. La parte de los cabellos no está del todo finalizada aunque sí encuadrada.
Hoy discutí dos veces con Linda. La primera vez porque se sentía desplazada por mi creación y decía que no le daba mucha bola. La segunda fui yo quien se sintió desplazado por sus desmedidos elogios para con la obra. ¿Podía ser posible que observara más al retrato que a su propio creador, teniendo en cuenta que la ilustración soy yo? Las peleas fueron cortas por lo que espero al acostarme recibir una buena ración de amor antes de dormirme. Linda es más fogosa cuando anda algo disgustada. Son las 22:15 y todavía no me he bañado. Se me vuelve a cruzar por la cabeza la imagen de una caja de vino a la que por más que lo intento no alcanzo a distinguirle la marca. No tengo ganas de seguir escribiendo. Quiero meterme en la cama bien rápido antes de que Linda comience a cansarse más de lo conveniente. Hoy la quiero bien activa. Siguen siendo las 22:15. El tiempo no pasa tan deprisa.
Jueves 16 de septiembre
A la obra solo le faltan los toques de distinción. Un pobre diablo creería que ya está terminada: «pobre diablo». Es el calco de mi persona, sin dudas los mejores museos se agolparán en la puerta de casa ofreciendo enormes sumas de dinero para contarlo entre sus objetos más preciados. ¡¡¡JA, JA, JA!!!
El marco que encierra la obra es antiquísimo, según parece habría sido del bisabuelo de Linda; falta pulirlo un poco y quedará perfecto. Coloqué el autorretrato de tal manera que mientras la puerta del taller permanezca abierta, (o sea casi todo el día salvo que la vecina -que está muy buena por cierto- se aparezca con su perrito) (cómo me gustaría acariciar un buen rato ese «perrito»), el trabajo se puede apreciar en su totalidad desde la sala. No ha habido persona que no se maravillara con el cuadro. ¿Me estaré volviendo un Picasso?, pensar que por la sordera que tengo siempre creí que a la larga terminaría siendo un Dalí.
Estoy convencido de que la parte mejor lograda de la obra es: su, «mi», mano izquierda sosteniendo el cigarro. Es como si se llevara la mano hasta la boca para enamorar a cualquiera, lográndolo. Yo también lo hago pero sin éxito.
Con Linda más que bien; pero no me pareció del todo apropiado que quisiera quedarse a solas con el cuadro. Es obvio que el autor esté enamorado de su obra. ¿Pero será normal que mi chica actúe como si también ella lo estuviera? Claro que me dio risa escucharla decir que después de pasarse dos horas a solas (tiempo por el que me solicitó el cuadro) me haría saber cuál de los dos es el más hermoso. Luego me besó y se perdió detrás de la puerta del taller. No sé por qué cerró con dos vueltas de llave.
Hoy no discutimos y estuvimos todo el día juntos. En algunos momentos creo que su presencia se debía a que de esa manera se encontraba más cerca del retrato. Además ¡¡¡cómo lo miraba!!! Ya vuelvo.
Al fin terminé de bañarme. Resulta que tengo una parte demasiado grande (para algunas) y me lleva mucho tiempo lavarla. JA, JA. Para más datos consultar: Romina 3/1. Tengo entre mis manos una caja de vino a la que sí le distingo la marca y no me sorprende. La siento mucho más cerca que cuando solo está entre los pensamientos. Uno suele tener pensamientos en la cabeza. Uno suele tener cajas de vino en la mano. Para tomar una caja de vino es mejor que esta esté en la mano y no en los pensamientos. Es mejor tener una caja de vino en la mano que cien pensamientos.
Ahí viene Linda, viene muy linda, Linda es muy linda. Parece que algo le molesta dentro de la parte delantera de su calza roja. Está metiendo su mano tratando de acomodarlo. Al parecer acomodarlo es una cosa complicada. Me encanta cuando Linda tiene algo dentro de la parte delantera da su pantalón e introduce su pequeña mano para acomodarlo. Se la ve más desaliñada que cuando había ingresado al taller, y ahora está sudada. No creo que la estufa del taller esté prendida. Espero que la respuesta de Linda me favorezca, de otro modo dejaré de tenerle tanto cariño a la obra. ¡¡¡Pobre!!
Pero, será de Dios. Por qué demonios habrá colocado el cuadro dándole la espalda a la abertura de la puerta. Qué tiene qué andar tocando. Por favor. Ahora tengo: hambre, sueño, una respuesta al caer que me intranquiliza y un cuadro que acomodar en su lugar.
Jueves 9 de septiembre
Hacía 29 días que no veía a mi novia por la razón ya descrita (ver 9/4), por esto el portazo que dio al ingresar no me sorprendió en lo más mínimo. Me puso contento oírla regresar. El día de su regreso había comenzado a realizar una obra (autorretrato) para regalarle a ella el 26 cuando se cumpliera nuestro noveno aniversario. Un segundo portazo se produjo directamente ante mis ojos cuando entró al taller de pintura donde me encontraba. Fue algo instantáneo: su mirada se posó sólo unos segundos en el lienzo en el que únicamente se presumían las primeras líneas. Verme trabajar en un autorretrato pareció emocionarla o algo así ya que su cara cambió de repente (para bien). Me besó como antes del 9/4. Giró una vez más para mirar detalladamente lo que luego se transformaría en el calco de mi figura. Su reacción era algo notable, puesto que soy consciente de su total desinterés en cuanto a mi manera de pintar. Gimió de emoción varias veces y después me regaló 2 fogosos rebusques amorosos: «se la ve tan bien de rodillas ante mí, de rodillas sobre sal, succionándome». Todo fue bastante rápido, eran como las tres de la tarde y Linda se tenía que ir a una clase de inglés. Se perdió nuevamente detrás de una puerta pero esta vez sin estruendos.
Domingo 26 de septiembre
En medio de los festejos de nuestro aniversario y luego de haber quedado de maravillas ante mi novia luego de entregarle como obsequio el autorretrato, ella me confesó ruborizada que estaba enamorada de la obra.
Este último dato me llevaba a risa y nunca le hubiera dado importancia de no haber ocurrido lo que posteriormente ocurrió. Además no era una batalla justa si se toma en cuenta la quietud e indiferencia que suelen tener los autorretratos para con sus observadores.
Cuando ya nadie quedaba en casa decidí regresar al taller de pintura: allí en el lugar acostumbrado descansaba el cuadro. Lo admiré por un buen rato sin que se percatara de mi existencia. Luego de analizarlo a fondo me coloqué. Adelante, pues decidí que le faltaba un par de toques de color rojo sobre los labios. El potecito se encontraba en el fondo de la mesa de los instrumentos de pintura, era inevitable tener que voltear la cabeza para dirigir correctamente el movimiento de los brazos antes de alcanzar el objeto. Pero por alguna razón la figura me lo impedía, la fuerte mirada que me lanzaba se clavaba entre mis ojos imposibilitándome girar; era como si quisiera jugar a quien pestañea pierde; como si buscara hipnotizarme para poder coquetear con Linda más a gusto.
Estoy solo, son las 23:44. Acabo de echar a Linda con el autorretrato a la calle. Ella no pareció atormentarse, en el fondo creo que era lo que quería. Se agachó un poco para recogerlo de la manera en que solo ella puede hacerlo y luego de un rato sin hablar se alejó por la calle que va hacia el puente con «él». Si hubiera tomado conciencia antes no lo hubiera dibujado nunca.
Martes 21 de septiembre
El día que no me di cuenta de nada o no quise darme cuenta de nada.
Fue la segunda vez que Linda me había pedido quedarse a solas con el cuadro. ¿Cómo no iba a dejar que apreciara la obra? Pasadas dos horas, sí dos horas; decidí que era tiempo suficiente para que admirara lo que tenía que admirar. Golpeé la puerta varias veces (estaba cerrada con llave), tardó al menos cinco minutos en abrir. Lo primero que advertí fue el cuadro colocado nuevamente dándole la espalda a la abertura de la puerta. Me llamó la atención ver bajo del atril donde se recostaba la obra, una montañita de cenizas de cigarro. ¿Linda habría comenzado a fumar? De inmediato me detuve a observar a Linda que estaba muy transpirada y se me acercaba envuelta en su sensual vestido de carne. Claro después llegaron las caricias sexuales y todo pasó.
De todas formas acabaré por echarlos de patitas a la calle. De seguro quedará algo de comer y de tomar en la cocina. Sigue siendo Domingo 26/9. Pero ahora son las 23:47.
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