Blog
Por Sofia Brucco
Que la tempestad trata universalmente
como lo hace con una hierba
Paul Valéry
Una tríada de Herzog: Lessons of Darkness, La soufrière y Wild Blue Yonder. Las veo una atrás de la otra, en el transcurso de una sola noche, y percibo un hilo conductor. Caos y silencio son los estados que guían, ostensiblemente, la narrativa de las tres películas y que se imponen en toda su magnitud e intensidad gracias al poder de la visualidad herzogiana.
El caos y silencio del Hombre, el de la Naturaleza y el de Dios. No opto por eludir este último, cediendo a la idea inexacta de que el problema divino ya ha sido superado, pues comparto la advertencia de Jean Allouch de que la presencia de Dios persiste aún en la discursividad contemporánea, e insiste, colándose en las formas de un Dios escondido, enmascarado, pero Dios al fin.
I. del Hombre
Lessons of Darkness es el cuento de una guerra imprecisa, de la cual no interesan estrategias, eventos precisos ni onanismos bélicos. En lugar de gozar en esos relatos de historiador, opta por adentrarse en los resultados; el magma infernal, la destrucción, la muerte y el dolor: del Hombre para el Hombre. Hay muchos planos panorámicos aéreos que exponen un –ex– paisaje ahogado en petróleo negro y viscoso que, Herzog advierte, busca disfrazarse, visto desde las alturas de un helicóptero, de agua. El humo negrísimo ondulado sofoca el oxígeno disponible. La tierra es abrasada por llamas gigantescas que no quieren ser apagadas y que luchan, en su deseo de ser imperecederas, contra el chorreo intenso pero aparentemente ineficaz del agua. Una tropa de hombres busca apagar el fuego. No los escuchamos emitir ni una sola palabra, están solos con el fuego. La empresa parece imposible. El fuego no cede ante nada. Es desesperante. ¿Cómo sobreviven ante semejantes condiciones físicas esos hombres que buscan apagarlo? Rodeados por el calor sofocante, del naranja intenso y expansivo de la quema y la peligrosidad del petróleo, es casi imposible responder. Y aún así, hacia el final los vemos iniciar un nuevo incendio. Tiran una botella con fuego a un chorro de petróleo que se enciende por entero. Caos.
Dos mujeres son testimonios –las únicas– de lo ocurrido. A la primera le han torturado y asesinado a sus dos hijos mayores. Ella vio todo. La segunda cuenta cómo unos soldados irrumpieron en su casa, aplastándole el cráneo a su hijo quien, aún vivo, camina a su alrededor mientras ella cuenta la atrocidad. Luego mataron a su marido. Por semanas lloraron lágrimas de color negro. El niño no ha vuelto a hablar desde entonces, a excepción de una vez, cuando abre la boca para decirle a su madre que nunca quiere aprender a hablar. Silencio.
II. de la Naturaleza.
Un volcán chilla su eminente erupción. Herzog y dos ayudantes de cámara van a verlo. La ciudad amenazada está completamente desierta. En el apuro, han dejado las luces de los semáforos encendidas. Nuevos planos aéreos dan cuenta de esta vida desierta, huidiza. Una ciudad vacía, la soledad de las miserias. Calladísima espera su propio fin. El volcán rugiente pone en evidencia el patetismo y futilidad de las construcciones humanas. Basta un capricho natural para destruirlo todo. Una vez más, el Caos se asoma; esta vez, inevitable y fuera de control, en tanto sinfonía compuesta por la Naturaleza.
Los tres alemanes curiosos, que contra toda advertencia se quedan en la ciudad, se encuentran con los únicos hombres que decidieron no evacuarla. A uno de ellos, el más viejo, se lo encuentran durmiendo la siesta sobre las raíces de un árbol. “Es voluntad de Dios”, dice, “todos vamos a morir”, y lo más imponente: “no tengo miedo de morir” (quizá tampoco tenga miedo el cineastea que lo escucha). Y es verdad, le creo. No tiene miedo, seriamente no tiene miedo de dejar de existir. Después de esa declaración, la cámara se detiene unos segundos, asombrada en silencio, sobre el hombre que no tiene miedo. ¿Cuántas veces han conocido a un humano sin temor a la muerte?
III. de Dios.
Wild Blue Yonder. Un alien –del inglés “extraño”, “ajeno”, “lo otro”– cuenta la historia de la humanidad y la colonización espacial. Salir al espacio, al afuera, éste ha sido el yugo del hombre moderno. Salir aspirando a todo, desde los algoritmos, las precisiones matemáticas, la ilusión ecuacionada, solamente para descubrir que la visión del espacio es terrorífica. Está vacío, realmente vacío, hecho de cenizas, líneas y espirales. El universo se burla de nosotros con un juego ominoso: el espacio es de una geometría y precisión matemática perfectas y aún así totalmente inaccesible. Qué pensamiento insoportable. Hemos ido al espacio y hemos descubierto que la oscuridad es infinita, y silenciosa, de una forma total y aberrante. No es el silencio de la poesía ni el del cine, sino el silencio de Dios. Dios calla. Guds tystnad, en el decir de Bergman. Hemos ido al espacio y hemos descubierto que la música del caos es el silencio.
Etiquetas: Cine, Jean Allouch, La soufriére, Lessons of Darkness, Sofia Brucco, Werner Herzog, Wild Blue Yonder