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21-10-2020 Notas

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Por Ezequiel Abaca | Portada: Alena Beljakova

“Y es que
vas a morir besando estas paredes
las estrategias fatales
borran todo dolor”

Daniel Melero, Las estrategias fatales.

Vienen a mi mente los auriculares, y a propósito de ellos, una brillante escena de la película The Lobster. En ella, el bando de los fundamentalistas de la soltería (el otro es el de los fundamentalistas de la pareja) entiende de un modo muy particular la fiesta, el baile y la música. La celebración de una fiesta para este bando se realiza entre un grupo de personas que están reunidas en un mismo espacio y escuchan música desde sus auriculares individuales y bailan solas. Está prohibido el contacto. La película es rica en metáforas de lo que Silvia Ons llamó una época de apatías profundas y fundamentalismos violentos. Y acaso tal vez la apatía sea la otra cara del fundamentalismo. Porque un ideal que se sostiene a rajatabla está condenado a la soledad, tal vez a la soledad compartida, al matrimonio de solteros tan frecuente en la clínica actual, pero nunca está puesto a prueba en lo concreto, no calienta a nadie, pero apasiona.

Quiero detenerme en la sordera y la música como goce individual. Paradigma, creo, de grandes trazos de la subjetividad actual. La dificultad de escuchar al otro, en el amor y la política. Mejor escuchar las canciones que me gustan yo solo. ¿O acaso el consumo de medios y las formas de relacionarse actualmente no se parecen a la búsqueda siempre confirmatoria de la entereza del sujeto? ¿No se busca en el amor y en la “información” actual la evitación constante de lo que pone en falta? Sonará pesimista, pero la deconstrucción, entendida como revisión de los fundamentos de un sujeto para modificar su posición, es lo que más le cuesta al humano en general y al actual en particular. Porque los resortes narcisistas primitivos infantiles no se mueren con la niñez y son los que estimula el capitalismo actual para la producción en serie de sujetos individualistas, fundamentalistas y apáticos, justamente por ser fundamentalistas.

Las tribus del siglo XXI son tribus solitaritas, que no permiten un mínimo corrimiento de los requisitos que alguien tiene que tener para formar parte, y así se viven las relaciones amorosas también. Casi pidiendo requisitos, como si un encuentro erótico se tratara de una entrevista de trabajo con el CEO de una multinacional. Esto ocurre, pasa y se escucha en la clínica actual.

Hay una confusión, que es la de dar crédito demasiado rápido a lo que decimos de nosotros mismos, obviando de este modo, la grieta estructural existente entre el yo y el sujeto del inconsciente. Entonces desde ese desdén por la división subjetiva, vemos (la palabra es ver porque son fenómenos de pantalla) como el sujeto se reafirma de modo totalizante en su discurso público en la esfera virtual, y cree demasiado en la imagen que proyecta. Y vemos todo un andamiaje discursivo en función de sostener la univocidad de la palabra y el armazón del yo. El psicoanálisis ofrece un espacio para dejar que caiga un poco la mascarada del yo, encontrarse con esos rasgos incómodos y contradictorios. Tal vez por eso, al menos en nuestro país, los analistas escriben tanto y son leídos, porque es una novedad crónica el psicoanálisis, trae siempre a la mesa los retornos de “lo otro” no visible.

El consumidor es el sujeto de este comienzo de siglo. Y el consumo solo funciona a condición de no ver las grietas subjetivas que lo atraviesan y lo producen. El consumidor es poco afecto a la demora entre el deseo y la satisfacción parcial, no le gusta encontrarse con otro que interrumpa su homeostasis, sino más bien con esas especularidades confirmatorias de que todo anda bien. Y todo le funciona tan bien al consumidor que si no le gusta algo rápidamente encuentra otro a quien clausurar. Además no tiene tiempo para confirmar si ciertos fenómenos son verosímiles o no. Confirma sus pensamientos en la información que consume, sin importarle la fuente. Lo importante es reconfirmar en cada acto lo que creemos. Una mala noticia para el discurso científico. Whatsapp lo está relevando. No se necesita mas que una buena conexión para saber que la tierra es plana. Y punto. Karl Popper finalmente perdió.

Alguien puede presentarse como un consumidor al consultorio, y uno que sabe lo que le gusta. Puede buscar un analista que sea peronista, con perspectiva de genero, marxista, estructuralista, queer. O bien liberal, a favor de las dos vidas, cristiano, repúblicano. Son cosas que busca un consumidor, y muy apegado a la racionalidad. El trabajo de un analista no tiene nada que ver con ese menú y con la racionalidad. El trabajo de un analista es abrir la puerta al consumidor para que pueda advenir otra cosa. Un sujeto.

Borrar todo dolor y vivir besando las paredes del encierro, el del COVID y el encierro en las paredes del yo, previo a la pandemia, parecen signos del tiempo que vivimos. Siempre recuerdo aquello traído respecto del ensordecimiento en La era del vacío, un síntoma del capitalismo post industrial en el que parece haberse concretado la muerte de Dios en tanto relato colectivo, para dar nacimiento a otras deidades personales, individuales, pret a porter, como lo anticipaba el increíble hitazo de Depeche Mode: Personal Jesus. Somos muy religiosos en este momento histórico, solo que la parroquia no es de multitudes, lo solitario es su estofa. Como pudo observarlo Lipovetzky, el auricular es el fetiche que exhibe nuestro gusto por el goce individual y por la sordera, la pasión por la sordera.

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