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Por Cristian Rodríguez
Cuatro formas de la tradición
La literatura argentina propone una llave antropológíca sobre los mitos fundacionales de la república por nacer y nunca nacida. Son cuatro ejes determinantes, brutales, también sufrientes y sangrientos.
El primero se corresponde con la díada La Cautiva / EL Matadero de Esteban Echeverría, allí donde se trata una vez más del padre parricida y del crimen de sangre como nacimiento fraticida, antecedentes de violencias y violaciones diversas. Sobre esas cenizas se yergue toda una época incierta consumida entre Rivadavia y la Batalla de Pavón.
La segunda corresponde al mito fundacional de la patria liberal e iluminista que representa Domingo Faustino Sarmiento. Facundo no es más que el intento de revertir y producir un doble, su alter ego: Facundo por Sarmiento es indudablemente la manera cruel y consecuente en la que Argentina ingresa en la modernidad. A las puertas ideológicas de la Guerra contra el Paraguay, la Guerra de la Triple Frontera o Triple Infamia, la decisión fraticida por efecto lógico de las condiciones en que se producen los signos de nacimiento, allí donde sólo es posible polemizar fronteras adentro.
Como señala José María Rosa en su libro La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas, esa guerra es primero la guerra que se libra contra el caudillo, la guerra contra el enemigo interior y luego la alineación a la patria anglosajona, intermitente y siempre allí. No en vano Sarmiento tenía esa fascinación, no sólo por los maestros ingleses, sino por el EEUU pujante e industrial.
El tercer mito fundacional lo encontramos en Martín Fierro, la gauchesca que es en realidad la historia de otro exterminio y el comienzo de los grandes latifundios terratenientes a manos de las familias patricias y los intereses ya colonizados foráneos, a los intereses extranjeros que diseñan el país agroexportador y primarizado. Allí la extensión se volverá cautividad, bucle sobre el cual retornará una y otra vez la tensión fundacional argentina: cautividad – exterminio – extensión enajenada – cautividad – exterminio – extensión enajenada…
Martín Fierro es “el renegado”, tal como Fontanarrosa diría, es también el que en su confrontación detesta al indio y tal vez al negro, promoviendo la lucha de lo idéntico, pulverizando así cualquier atisbo identitario. Martín Fierro no se propone como una periferia ni como un fenómeno clandestino que lucha desde la periferia, sino como un prófugo. No es lo mismo la función de la política de la clandestinidad que la posición refrendada por el renegado de la ley que huye, como toda posibilidad de existencia. De allí que no pueda haber más que la posibilidad de la adaptación ciega al amo -asumir su designio-, ser objeto de la doma social y cultural -como ocurre en la segunda parte, El Regreso– o caer en sacrificio. En ningún caso podrá producir una revuelta, una subversión por efecto de un acto incipiente y decisivo. Tal vez lo más genuino en Martín Fierro se encuentre en su desenlace, en el efecto de la resignación, pero también de la diáspora.
Fierro pierde tierra mujer hijos pertenencia. Finalmente, el propio escritor, el propio Hernández lo entrega a la patria creciente y adaptada, para que sea un gaucho bueno. Aunque no tan integrado como su propia conciencia y pertenencia de clase hubieran esperado. El inconsciente lo señala en otra vuelta, la vuelta del retorno de lo reprimido, y tal vez eso lo condena y deja allí, para lo porvenir, la muerte a cuchillo del negro matrero por el gaucho vencido. Y finalmente, señalando la metáfora de los confines de la Argentina inmensa, los cuatro puntos cardinales, destinos pulsionales complejos e inconclusos con los que él y sus tres hijos partirán: Norte Sur Este y Oeste.
Eso es el exilio personal y también la muerte individual. No es allí el éxodo sino una diáspora política por la individualidad.
El éxodo siempre es colectivo. El exilio es la condena a la muerte individual.
El miserable urbano
Vicios vanos de individualidad que volverán en los personajes contrahechos de Roberto Arlt, para contar el cuarto mito, urbano esta vez, desfalleciente, polímero de anarquismos y reaccionarias propuestas, fragmento de diversidad y vidrio estallado. Son asesinos, pillos, estafadores, integrantes de las sombras que arrojan sobre los detritos periféricos las promesas de esplendor contemporáneo e internacional fundido al mundo, y como reza el tango en su intención: Buenos Aires la Reina del Plata. Señales homoeróticas interminables y versiones de los arquetipos urbanos que bien podrían sintetizarse en una única cuestión: el miserable urbano que rasca los bordes de la cultura y del capitalismo, siendo siempre el objeto desesperanzado de la plusvalía.
En nuestra cultura contemporánea, el signo Sur se vuelve territorio en disputa: Revista Sur, Polo sur: Antártida e Islas del Atlántico Sur, Cruz del Sur, el spleen urbano mirando al sur, la gauchesca perdida que quedó en el Sur, La Conquista del Desierto que expande la frontera sur, el Sur de Eladia Blázquez, simbólico y fundacional de una emoción persistente que no sea melancolía. No se tratará sólo de los exilios melancolizados del goce civilizatorio.
Allí también donde el esplendor potenciado y problemático por la tradición se vuelve, en un deslizamiento por la vía del acto fallido, una vez más en una traición. Sur como significante enajenado: ciertos gobiernos traicionan el Proyecto Sur.
Revolución
Allí -en el significante sur- se encuentra también lo que inaugura y alumbra, pero esta vez desde el plano de la política y desde la ficción necesaria, una revolución real, la del 17 de octubre de 1945. La Revolución Peronista es probablemente lo más cercano que habremos de tener al nacimiento de una nación, la Nación del Sur.
Allí, los personajes ficcionales y marginalizados de Arlt se vuelven letra real y sentida, se vuelven experiencia común y no sólo solipsista. Allí se escribe en las calles y en las plazas. Por primera vez en la historia contemporánea argentina, el centro y su símbolo: La Plaza de Mayo, se tornan territorio de disputa discursiva, política, geopolítica y social.
La figura visceral y revulsiva de un pueblo acodado en los contornos del sistema oligarca y financiero, y de cara al poder político, encarnada o engalanada -según quién mire allí- con “las patas en la fuente”, un signo inquietante que nos habita y nos interpela en los sueños y a partir de las pesadillas, bombardeos, proscripciones y golpes militares que advendrían. Por suerte, en el mismo plano del procedimiento que supone en la estructura psíquica el “retorno de lo reprimido”, allí retorna una y otra vez la misma pregunta por eso que nos nombra y nos hace nación, es decir por una operación ligada a la castración simbólica fundante. Si el peronismo es un síntoma, y como todo síntoma señala el punto de disposición del sujeto en la lengua y en la época, lo es por esa forma de nombrarlo que provino de las plumas más doctas y conservadoras: “incorregible”. Lo incorregible supone ese tipo de procedimiento de persistencia del signo en la metonimia, hasta que pueda escucharse y metaforizarse. Y tal como el propio Freud señalara respecto del psicoanálisis, la educación y la política: como imposibles.
En este punto, nada mejor dispuesto a la experiencia crítica en lo actual de la época, que el peronismo como fenómeno y como práctica social y política.
Alrededor del nacimiento de nuestra patria como el retorno del destierro originario, no es otra cosa que una revelación que permite pensar una genealogía del peronismo como la auténtica revolución del espíritu y del discurso que acaeció en Argentina durante el siglo XX, y tal vez la única verdadera si pensamos en un posible nacimiento. Nuestra nación es joven -se escucha decir a modo autocompasivo a los seres grises y conservadores-, tan joven como que tiene su origen en 1945, podríamos decir, porque es la patria con las personas adentro, junto con los invisibles, los invisibles emergiendo de su silencio y oscuridad atávicos.
¿Qué habrá de traernos esta nueva y opaca época donde se hace apología -como el film documental que propone Netflix- sobre las virtudes terraplanistas de la épica medieval del poder feudal? Concentración ciega tecnocratizada. En esa apología del conocimiento centralizado y rechazado como experiencia social, plano también como el encefalograma de un estallido cerebral. Sin embargo, lo que se revuelve y lo que se interpela a un arrasamiento de la subjetividad, es lo que persiste en una nueva variante al pretendido sin salida de la concentración a ultranza.
Sur. Fe
En los consultorios se escuchan voces y líneas discursivas apocalípticas, pero curiosamente no proponen una lectura respecto de lo actual imposible, no se enuncian como interpelación a la ruptura y desgajamiento del vínculo social ni al desmontaje pulsional por éste producido, sino que aparecen como premoniciones de fe enraizada, como verdaderas maldiciones inevitables: “La asolada”, “el susto”, “lo que se viene”, “la corrupción”, “el miedo”, “el malón”. Una permanente persistencia proyectiva afín a las posiciones más renegatorias, un “aquí no ha pasado nada” y peor aún: “aquí no pasa nada”. Interiorizada esa verdad conservadora en juego y también fundacional sobre la que está escrita la república: cautividad – extermino – extensión enajenada. Una repugnancia que viene de esa oligofrenia colonial, y que no sólo se escucha en el consultorio sino en cada momento de nuestras vidas, como verdad ciega y obscena cloaca, vertedero que se pone e impone sobre la mesa familiar, sobre las relaciones de parentesco, sobre lo cotidiano social en ciernes. Eso está adelante: un país de la analidad psicopática, y esto nos empobrece profundamente. De eso no se hable, rompiendo en el veredicto persecutorio cualquier atisbo de disrupción significante que propugna la dialéctica política, la posición de un sujeto en la lengua: esa diferencia “entre el decir y lo dicho”.
Una vez más es una idea la que nos convoca, entre la ficción y el hacer realidad. Es una idea de nacimiento que guarda relación con el descentramiento, con aquél retomar el punto cardinal que liga y referencia en el sur al exilio y también a aquellos exterminados, violentados, soterrados, desaparecidos en el desierto de la Campaña de Roca y sucesivas, una inscripción que nos devuelve el derecho a voz para nombrar lo naciente, y no las versiones concentradas de la patria feudal o filo castrense, perseverada y proliferada, neoliberal, pituca o patricia.
Se trata de dar por tierra con la idea de Buenos Aires puerto colonial, eje de la disputa como región sólo destinada a la primarización de sus producciones, signo en la historia de nuestro país. Hay que poner el país de cabeza, cabeza abajo, lo que ya está de cabeza señalado en los propios – ajenos mitos fundacionales. Hay que ir hacia el reverso y ese reverso está en el desierto, y ese desierto está en el sur.
Ese sur es un significante fundacional, no es necesariamente geográfico. Ese sur no puede ser otro que el de disponer allí la cabeza, entre otras cabezas desérticas y regionales, un plural de cabezas interpelando los puntos de fuga que sean también orientaciones y recorridos. Transformar el exilio personal en proyecto común.
Podría pensarse que la Capital de nuestro país tiene que nacer también como un nombre plural. ¿Quién diría que allí no pueda haber, finalmente, un soplo creador y distinto?
Etiquetas: Cristian Rodríguez, Domingo Faustino Sarmiento, EL Matadero, Esteban Echeverría, Facundo, José María Rosa, La Cautiva, Martín Fierro, peronismo, Psicoanálisis, Roberto Arlt, Sigmund Freud, Vectorclínico -Colectivo de Investigación-