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06-10-2020 Notas

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Por Ezequiel Abaca | Portada: Paolo Troilo

El Covid-19 ha hecho patente rasgos epocales que ya estaban presentes previamente a la temible pandemia. El otro como agente de peligro, el otro mortífero. Esto aparece muy bien retratado en la película argentina El hombre de al lado, donde un prejuicioso artista snob de clase media-alta empieza a tejer las fabulaciones más perversas respecto de su vecino recién mudado (un tosco y desubicado sujeto, un laburante que carece de la sofisticación que ostenta el protagonista) todo empieza por un conflicto por una ventana en la medianera, lo cual se volverá el motivo para toda proyección posible de los más profundos prejuicios del artista. Spoiler Alert. El vecino del que el protagonista llega a decir, desde el total prejuicio, que es un “obtuso y degenerado bestial”, termina dando la vida por salvarlo de unos maleantes que intentan robar su casa.

Nuestra época tiene un problema importante con el otro, esta constantemente sospechando y segregándolo. En el ámbito del debate político y cultural todo se dirime respecto de si el otro es el “negro planero que no quiere laburar y vive del estado”; “los chorros corruptos de la infektadura”; un “militonto” o es “gorila”; “globoludo”; “los chetos fascistas que trajeron el coronavirus”. Queda claro es que el otro en estos decires se transforma en una visión repugnante. Si usa lenguaje inclusivo “está faltando el respeto a la lengua castellana”, “es feminazi”; “quieren pervertir a los chicos con la ideología de género”. Si no usa el lenguaje inclusivo “es patriarcal”; “retrógrada”; “machista”. La intención de este texto es ver como funciona esta cuestión donde el otro es depositario de lo peor, es el enemigo al que hay que neutralizar y esto pareciera visible a través de signos, pequeños rasgos del sujeto que parecieran dar, ilusoriamente, cuenta de lo que el otro es.

Se trata de ubicar desde una escucha clínica como funcionan ciertos mecanismos de metabolización o no de la alteridad a nivel psíquico y discursivo, mostrando como aun desde la intencionalidad mas progresista se pueden efectuar operaciones censoras y forclusivas. Algo de esto pasa con el actual debate respecto de la cancelación de contenidos, por representar o defender ideas contrarias a los cánones del progresismo del siglo XXI, o bien por que los autores de dichas obras han llevado adelante o son sospechados de actos delictivos a nivel de violencia sexual, xenofobia, discriminación. La operación de cancelación supone, entonces, que haciendo desaparecer o prohibiendo una obra, se hacen clausuran las opiniones que difunde o al autor moral y legalmente reprochable. Ejemplos hay de a montones (Lo que el viento se llevo por no cuestionar el racismo y naturalizar la esclavitud, el cine de Polansky por sus delitos de violación, el cine de Woody Allen por sus acusaciones de abuso). El sustento de la gesta cancelatoria es pensar que cerrándole el telón al mal, el mal desaparece, y el mal, es el otro, no yo.

Para pensar estas coordenadas podemos recurrir a dos conceptualizaciones del psicoanálisis. En primer término el  concepto Freudiano del “Yo de placer purificado”, momento infantil de la constitución subjetiva que traza una separación entre yo-no yo, donde son vivenciados como propios los estímulos placenteros y ubicados en una exterioridad psíquica los estímulos displacenteros. Lo que es placentero se vivencia en el incipiente yo y lo que es displacentero es ubicado en otro también incipiente. Un modo primitivo e infantil necesario en la constitución subjetiva, pero complejo al presentarse en sujetos adultos, que no pueden ubicar que algo del “mal” nos habita y que no estamos eximidos o exentos respectos de la agresividad.

El otro concepto al cual acudir para pensar esta cuestión es el repudio en Freud (o forclusión en la teoría lacaniana), como mecanismo constitutivo del campo de las psicosis, el cual consiste en rechazar expulsivamente del psiquismo, una parte de la realidad, relacionada con algo del orden del posicionamiento sexual, que resulta intolerable. Lo rechazado retorna en forma de certeza y delirio. Como ejemplo de esto, en un delirio celotípico el rechazo a una moción pulsional homosexual propia es proyectada a la certeza de que la pareja tiene un amante. Ese otro que retorna en el delirio es persecutorio y el paranoico lo vivencia insoportablemente y se propone eliminarlo como modo de alivio.

Hay algo de infantil y paranoico en esta idea de borrar del mapa al otro, de bloquearlo para que no me moleste, una pretendida expulsión virtual del otro que se promueve en el discurso actual visible en las redes sociales y medios de comunicación, desde las posturas mas reaccionarias y desde las mas progresistas también. El otro molesta, el otro es el malestar. Y es cierto, el otro es una de las fuentes privilegiadas del malestar en la cultura, pero también aquello que nos constituye y de lo cual no podemos desembarazarnos. Sin ir mas lejos, lo mas propio que tenemos, el nombre propio, fue elegido por otro.

Casualmente en el momento en que mas se ponen en cuestionamiento los binarismos, lo binario se hace presente de modo profundo. La sospecha es una modalidad discursiva que se pone en juego actualmente como modo de significar al otro, y de reivindicar al Yo. Y a veces un signo basta para ubicar al otro en un “bando” de manera totalizante.

Tal vez se trate de empezar a mirar la paja en el ojo propio, es importante el ejercicio de pensar si somos tan buenos como pensamos, tan progresistas, tan deconstruidos, tan solidarios como nos definimos declarativamente. A veces podemos encontrarnos sorpresas en pequeños rasgos de eso rechazado que nos constituye. Quizá de ese modo profundizar un debate y un accionar que trascienda la creencia un tanto ingenua de que todos somos lo que pensamos ser y acercarnos más a la tensión entre la imagen que alguien tiene de si y sus prácticas efectivas.

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