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08-10-2020 Notas

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Por Julián Ferreyra | Portada: Daniel Santoro

En Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre (1910) Freud escribió por primera vez «Complejo de Edipo». Plantea que la forma primigenia de relación del niño hacia su madre es mediada por el reproche a su supuesta infidelidad, en tanto “hace gozar a su padre pero no a él”.

Siendo un antecedente de La degradación de la vida amorosa (1912), Freud indaga sobre tipos de elección de objeto en algunos varones, siendo uno el que pivotea sobre la cuestión madre/puta: la necesidad de antagonizarlas mediante la degradación del objeto (“o madre respetable o puta deseable”) primero, y el esclarecimiento de su no tan marcada diferencia (lo cual por supuesto angustia) después.

Descubrimiento sexual mediante, el niño pesca que una puta es una mujer y que su madre, en tanto mujer, “hace prácticamente lo mismo” que una puta: tiene sexo. ¡Así de obvios son los descubrimientos de una teoría sexual infantil! Estas teorizaciones son el germen de las diversas formas de burocracia universitaria…

La “puta” del varón edípico es “aquella cuya conducta sexual de algún modo merezca mala fama y de cuya fidelidad y carácter intachable se pueda dudar”. Su madre es una “difícil”, y la puta una “fácil”, mejor dicho, la mujer que disfruta del sexo. Su fantasía pivotea entre la difícil y la fácil. Pero ninguna de las dos es para él una mujer, ya que nombrarla así implicaría paridad. El varón edípico se circunscribe al estrechísimo margen entre lo fácil y lo difícil, siendo la duda obsesiva efecto de ello: la resignación, la falicida’ a’ a’ a’ a’.

Así y luego, hacia las putas, hacia su madre y hacia el resto de las mujeres, el niño neurótico siente, patriarcado mediante, un desprecio: al mismo tiempo añoranza y horror. Rectifico: desprecia o idealiza para no sentir. Desea a su madre al tiempo que no la perdona por suponerla infiel. Se incomoda hasta la intolerancia ante una mujer libre y pública, no pudiendo desear a quien respeta.

La neurosis obsesiva en bruto es bastante machista, ya que su deseo requiere del desprecio, conjuga anhelo y venganza. Su particular elección de objeto es posesiva.

Lo que le excita de “la fácil” es poder celarla, que haya un tercero en discordia con el cual competir. Tiene la ilusión de que “la madre” es desexualizada. Le resulta inconciliable que el “otro sexo” pueda ser autoridad y al mismo tiempo goce. El [niño] neurótico se defiende frente al sexo de manera infantil, diciendo “son todas iguales” o, como Del Caño, “son lo mismo”. No tolera lo enigmático y fascinante del conflicto: tiene que ser o una cosa o la otra.

Recuerdo una vez a Chiche Gelblung afirmando en su programa que “son todas putas menos mi mamá, mi mujer y mi hija”.

El pibe edípico es un analfabeto político, y los síntomas figuran su práctica sexual. Porque para un analfabeto todos los libros son iguales. Por eso no conviene ofrecerle un saber sexo-lógico y políticamente correcto, que aun cuando pueda ser detentado resulta tan torpe como cualquier enciclopedia; sería como darle una navaja a un mono, es decir, crear feministos que exageran respeto para no resignar ni un privilegio.

Resulta más interesante una interpelación sexopolítica: ese acto que señala y conmueve el edificio que conjuga deseo, placer y poder. Se trata de causarle un deseo por aprender a escribir y disfrutar sus torpezas allí donde solamente prima el culto por la proeza.

¡Más bizarros, menos femitinchos! La torpeza hecha estilo es mucho más sensual que cualquier hazaña, ya que corre la primacía del desprecio ─hacia las otras, pero también de sí─ y deja lugar a un sentir mucho más honesto.

Freud dirá que la neurosis es la incapacidad de tolerar la ambigüedad. Porque la neurosis, corre por mi cuenta, es también una posición política, una des-politización de la sexualidad, que incluye la ilusión de apoliticidad y la génesis de la revuelta agresiva y antipolítica.

Pero también la neurosis puede advenir y construir(se) otra cosa. Politizar la neurosis implica abstenerse de la aburrida empresa individual[ista] de descubrir la pólvora, propia de la mitología individual: tragedia sin héroe o héroe sin tragedia, con su correspondiente efecto, la cancelación de una incógnita, la pasividad. Politizar es transmitir que “el que sueña solo, sólo sueña; pero el que sueña con otres hace la historia”. La modestia del héroe colectivo es siempre mucho más interesante.

Este es un horizonte posible que requiere asumir que lo personal de la neurosis es sexopolítico.

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