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Este texto, publicado bajo el título
“Bienvenidos al concierto”,
es el prólogo del libro “Cubanías”
de Giovanny Jaramillo Rojas
En los mapas, la geografía de Cuba estampada sobre el Mar Caribe tiene la forma de un signo de interrogación mal hecho. Como si fuese una pregunta mal formulada. Vista desde afuera, lo es. El mundo entero se pregunta qué hay en ese pequeño país insular que tantos sentidos emana, que tantas interpretaciones genera, que tantos deseos proyecta. En los medios masivos de comunicación se habla de Cuba mal, desde el prejuicio, entre la pena y el asco, narrando un mundo que sólo cabe en la imaginación rapaz de un panelista sin vuelo. En 1954, antes de la Revolución Cubana, el filósofo alemán Herbert Marcuse explicaba que el capitalismo tiene la facultad de generar un pensamiento unidimensional: se presenta como exemplum libertario y trafica la idea de que es “el mejor presente posible” y que todo aquel que lo cuestione merece la peor de las penas. Entonces nadie piensa fuera del tarro. Las utopías de a poco se pudren y lo único que le queda al individuo es encontrar un atisbo de goce pueril, justamente, individualizándose. Así, poco a poco, nos vamos convirtiendo en un producto, en una mercancía, en un objeto que se mantiene en pie gracias a alguna ráfaga de placer mundano. Pero en Cuba hay otras reglas —algunos dirán mejores, otros peores; no importa— que la vuelven distinta. Por eso se la estigmatiza, se la aparta, se la calla. No me refiero solamente a su comunismo. En ese sentido, y sin decirlo, este libro está escrito con un deber moral: narrar Cuba desde la mirada de los protagonistas, los cubanos. Ni siquiera hace falta ser un estudiante de periodismo, cualquier ser humano atento y sensible sabe que la única forma de acercarse, al menos un poco, a la verdad es preguntando, consultando, escuchando. Vivimos en un mundo donde el ruido del motor de los prejuicios hace que cada cual diga su monólogo sin pasar antes por el viejo arte de la conversación. Todos estamos hablando, diciendo, contando. Bueno, es hora de dar vuelta el asunto. Jaramillo Rojas hace aquí, entre tantas otras cosas, algo vitalmente humano: escuchar. Y nosotros, lectores agradecidos, escuchamos con él.
Hace algunos años estuve en Cuba. Cierro los ojos y recuerdo la cara de Alí, su aspecto de adulto joven, delgado, macrocéfalo, de sonrisa fácil, ágil en sus modales, con las dos manos en el volante, contando cómo se vive en la isla. Es que nadie puede explicar mejor lo que significa ser cubano que los propios cubanos, por eso este libro es tan importante, tan genuino, tan necesario. Estamos en un Fiat 128 Europa rojo de la década del 70 yendo a no más de 80 por la ruta que une La Habana y Varadero. El viaje dura tres horas porque los cubanos son muy respetuosos con las reglas de tránsito –la mayoría de los accidentes los protagonizan los carros que rentan los turistas, reconocibles por la letra T en sus patentes– y cada vez que un cartel marca la velocidad máxima, la respetan. Vamos lentos pero seguros. Eso dice el semblante de Alí que, de a ratos y cuando las preguntas brotan, está gratamente parlanchín. A nuestro alrededor, los carros embellecen todavía más un paisaje que se me antoja épico. Alí es un ingeniero naval que cada tanto, durante los largos períodos que está en tierra, trabaja de chofer y obtiene un buen dinero por ello. Tiene 32 años. Para su generación, la Revolución es una luz radiante en su pasado nacional que poco a poco fue perdiendo brillo. Sufrió el desabastecimiento de los noventa y los espejitos de colores de las nuevas tecnologías desde la costa equivocada. ¿Qué se hace en Cuba además de tomar sol, emborracharse, fumar habanos y bailar hasta morir? Sus padres, dos respetados médicos cirujanos, le insistieron con que estudie lo que le gustaba, que eso es lo importante: hacer lo que te gusta. Y él lo hizo. Pero ahora está en silencio porque, mientras su mirada se pierde en el mar a la izquierda, recuerda a su hermano que vive en Miami y trabaja en un taller mecánico. Logró irse antes de que Barack Obama elimine la política de “pies secos, pies mojados”. Hoy, cualquier cubano que pise suelo estadounidense es deportado de inmediato. Él también intentó escaparse pero unos mexicanos lo estafaron. Luego nació su hija y decidió desistir con la fuga. Se acomodó, miró la isla de otra forma. No es que la odie, simplemente le gustaría que las cosas sean de otra manera. Quizás como todos nosotros, que vivimos en democracias liberales donde el goce del consumo es una forma de evadirse y alienarse a la vez. Quisiéramos otra cosa. Pero Cuba le escapa a la norma capitalista. Caminar por sus calles sin el acoso de las publicidades, por ejemplo, es transitar otro mundo. Y ese mundo no es el paraíso, pero tampoco es el infierno. Es simplemente algo distinto. Y eso merece, como mínimo, este libro.

Podría decirse, forzando este juego argumental, que Cuba es la capital de Latinoamérica. Mejor aún: Cuba no, los cubanos. En este libro están las pruebas. Las personas que aquí hablan, piensas, extrañan, anhelan, ríen y lloran representan sin querer hacerlo a todo un continente. Quizás el más sufrido y el más alegre del planeta. Hay que acercarse para comprobarlo. Con la honestidad de los escritores que el mundo realmente necesita, Jaramillo Rojas navega por las zonas marginales, por la noche habanera, por la diversidad sexual, por una iniciación trans en un verano de 1999, conversa con las putas, las reinas del encanto, se mete en la Santería, ese culto de los africanos que fueron llevados a Cuba como esclavos y aún hoy sigue, y extiende su escucha a todos los religiosos que en la isla conviven: musulmanes, judíos, católicos, yorubas. Al leer las páginas siguientes uno puede entender —mejor dicho: preguntarse— algunas cosas acerca de los cubanos: de dónde brota tanta calidez, por qué el Che Guevara y Fidel Castro son lo que son, cuánto asfixia el encierro de la isla, qué forma tiene la sombra monstruosa de Estados Unidos, por qué el dinero es otro tipo de problema, cómo es que siempre hay un artículo delante de cada nombre, la relación intensa con la sensualidad, el poder divino del amor, la tranquilidad de las calles, los changarines, el lumpenproletariado, el trabajo informal que se traduce en miseria, pero también los salarios paupérrimos con que el Estado remunera a los trabajadores, la dignidad, la entereza, la inmensa hospitalidad, la sonrisa amplia, la frente en alto.
Fragmentario y coral, este libro se lee como quien sube una escalera: a cada paso hay una historia, una pregunta, un universo, un dolor, una alegría, un deseo. Hay, además, líneas que cruzan las distintas crónicas —tal vez la palabra ideal aquí sea: relatos— que van desde la sexualidad y la religión hasta el arte y el trabajo. Este libro no es solamente una postal amplia y nutrida de cómo se vive en la isla. También están los que se fueron y hablan desde un afuera. De este modo, Jaramillo Rojas desnuda la infraestructura legal del mundo: ser inmigrante es estar a destiempo. Es un libro sin concesiones porque no se busca la épica, tampoco su lástima, ni siquiera su redención. Es un libro para meterse a fondo en una idiosincrasia, en una forma de ver el mundo y de vivir la vida. Aunque no es una sola. Cada cubano es una historia, y en este concierto de historias, el autor —el director de la orquesta— hace que cada músico se luzca, brille y exponga toda su virtud. El mundo es un lugar complejo, extraño y doloroso. Pero siempre estará la música, siempre estarán las historias. El día que los prejuicios no nos dejen escucharlas, ese día estaremos muertos. Pero no ahora, que estamos vivos, y que este libro recién comienza.
* Para adquirir el libro escribir a la editorial 9editores.
Etiquetas: Cuba, Cubanías, Giovanny Jaramillo Rojas