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24-11-2020 Notas

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Por Federico Capobianco

Hay un niño de seis años parado en una cancha de fútbol mientras un partido sucede bajo un calor insoportable. Sí: parado. “No quiero jugar más” le dice Ian Fligler, protagonista y narrador de esta historia, a su madre cuando decide ponerse en movimiento para abandonar la cancha mientras el partido continúa. “Se me fueron las ganas de jugar”, sentencia.

El tenista (Qeja, 2020), primera novela de Fligler, no es solo una historia sobre un deportista, es una de esas historias -perteneciente a un selecto grupo- donde una simple decisión motivada por las ganas –no quiero jugar al fútbol, quiero jugar al tenis- delinea un camino a seguir que impone sus propias reglas: la historias de los niños prodigio. Este libro, al contar esa historia, también impone sensaciones. Santiago Nader nos la presenta en el prólogo y nos prepara: “en la cabeza de un chico que promete hay alegrías por tanta meta muy bien cumplida pero también hay presión de géiser; hay una angustia ininteligible que se derrama entre los diplomas y los aplausos”.

El tenis lleva a este libro a una relación obligatorio con Open, las memorias de Andre Agassi, uno de los mejores tenistas de la historia. Incluso Ian Fligler presenta su libro con una de las frases que Agassi usa para narrarse: “Ventaja, servicio, falta, rotura, nada. Los elementos del tenis son los mismos que los de la vida cotidiana, porque cada partido es una vida en miniatura”. El lector puede imaginar diferencias obvias entre ambos deportistas y autores pero en el período de edad que comparten sus historias son las similitudes las que prevalecen. Coincidencias esenciales en la formación de un niño que muestra aptitudes por encima de la media: la carga interminable de responsabilidades y obligaciones para un camino que, comparten ambos, se transita solo.

Algo que también comparten son el manejo de las expectativas. Pero no las personales, sino aquellas que los demás pretenden imponer. ¿Cómo esquivarle a ese machaque constante? Ian Fligler desde las primeras páginas deja en claro su decisión de “jugar al tenis” y la postura de su familia de “lo que más nos importa es que haga deporte y que se divierta”. Pero pocas páginas después el mismo Ian quiere “ser el mejor”. Entre ambas posturas -tan solo unas pocas páginas- se repiten insistencias, presiones sobre los tiempos y promesas de gloria que ajenos vuelcan incansablemente sobre Ian y sus padres. Entonces, de nuevo: ¿cómo esquivarle a ese machaque constante? No es propio del tenis: todos los deportes masivos y sus industrias imponen tiempos y sacrificios irrisorios en la formación de jóvenes si lo que pretenden es llegar alto.

Ian Fligler

El relato, entonces, da un giro: ¿cómo narra un niño su historia con una primera ilusión que va desapareciendo al ir descubriendo que lo lindo que parecía ser no era? Hay una escena en la serie Gambito de dama donde la protagonista, Beth Harmon, niña prodigio del ajedrez, se enfrenta a su par ruso, Georgi Girev, de 13 años, que le dice que a los 16 será campeón mundial. “Si ganas, pregunta ella, ¿qué harás después?”. “No entiendo”, responde. “Si eres campeón a los 16, ¿qué harás el resto de tu vida?”, Girev piensa, descolocado, y vuelve a responder que no entiende el planteo. ¿Cómo convive alguien tan joven con las incertidumbres y las angustias propias de la edad cuando se está tan abocado a una sola tarea? ¿Cuándo es momento de pensar en el “qué hacer después” o “el resto de la vida” si lo que se hace es una única cosa?

“Escucho que algo se rompe adentro mío, duele mucho más que cualquier desgarro. Mi mente se nubla de recuerdos. Demasiados sacrificios para tan poca re­compensa. Demasiado sufrimiento para tan pocas ale­grías. […] Por primera vez estoy seguro de una cosa: tengo que dejar esta mier­da”, narra Ian doce años después de aquella decisión de jugar al tenis. Sin embargo, este no es un relato de la desilusión, más bien todo lo contrario, porque la primera decisión y esta última son exactamente la misma. “Una parte de mí siempre va a ser tenista”, cuenta Ian al final. Ya no es todo sino una parte. La misma que inicia y la que marca el final, que no es otra cosa que las ganas de jugar.

El tenista
Ian Fligler
Qeja Ediciones
2020
107 pág.

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