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Por Pablo Milani | Portada: Mariana Melinc
Natalia Zito nació en Buenos Aires en 1977. Es escritora y psicoanalista. Licenciada en Psicología (UBA). En 2014 publicó Agua del mismo caño (cuentos), que adaptó luego para teatro en la obra El momento desnudo. Ha publicado en Clarín, Anfibia, Lamujerdemivida, Paco y varios sitios de contenidos culturales y medios especializados en psicoanálisis. Tiene formación actoral y participó en la película El cielo del centauro (2015). Coordina “Escribir con otros”, taller de lectura y escritura para adultos y adolescentes y diversos talleres en la escuela de escritura «Entre Palabras». En 2019 publicó su primera novela, Rara (Planeta).
Como psicoanalista, ¿cómo crees que nos afectó la pandemia? Entendiendo que nunca había pasado antes, al menos en nuestra era. ¿Podés ver qué es lo que nos está pasando?
Es muy difícil saber qué está pasando. Quiero decir, saberlo acabadamente. Sabemos, como decía Lacan, après coup, después, cuando se puede girar la vista hacia atrás desde cierta distancia. Pensemos sino, en la cantidad de libros, películas, relatos, testimonios que todavía hoy aparecen sobre la Segunda Guerra Mundial. O acerca de la dictadura militar de nuestro país. De lo que pasaba nos enteramos muchos años después. Entiendo que estoy haciendo una comparación nefasta. No digo que estemos pasando por algo así, pero sí por un fenómeno con una capacidad traumática enorme de la que tendremos noticias ciertas dentro de bastante tiempo.
¿Qué ganamos y qué perdimos?
Bueno, por lo que te decía, creo que es imposible saberlo. Perdimos, durante este año, muchísimas cosas. Especialmente un año escolar para miles de chicos. Muchos de ellos, sabemos, tal vez no regresen a la escuela o cueste muchos años conseguir revincularlos. ¿Cuáles son las consecuencias de eso? Imposible saberlo, pero no es difícil intuir que no son buenas. Me sorprendió, al comienzo de la cuarentena sobre todo, cómo asumimos enseguida, muertos de miedo, resignar muchas cosas. Es entendible, por un lado si la salud está en juego, pero ahora, muchos meses después, me sigue preocupando la vitalidad de nuestro pensamiento crítico.
Si no vamos a poder saber qué nos está pasando hasta dentro de algún tiempo, ¿qué hacemos con nuestro presente, cómo lo sobrellevamos?
En principio, me parece que el mundo entero está abocado a sobrevivir en el sentido más amplio que podemos entender esa palabra. Y para sobrevivir, hay que aceptar lo que no se puede cambiar y ver qué hacer con eso. Si uno se pelea demasiado con la realidad pierde la posibilidad de hacer otra cosa con ella. Lo importante es lo que cada uno hace con sus tragedias, escribió Alejandra Pizarnik. En esa tarea de sobrevivir, tal vez podamos encontrar algunas cosas que quizás conservemos para después. Quiero decir, la situación nos obligó a pensar todo otra vez. En mi caso, en lo laboral, cómo seguir atendiendo pacientes de manera virtual, cómo continuar con los talleres de escritura, etc. Yo soy una amante del encuentro, de lo que genera la presencia, era de las que venía resistiéndose mucho a las clases virtuales, incluso antes de la pandemia. Esta circunstancia me hizo descubrir que lo virtual no solo puede ser un lugar de encuentro, sino que puede ser la oportunidad de acercarse y participar para algunas personas a quienes les costaba acercarse a un nuevo grupo y que tal vez, teniendo las ganas de hacerlo, se quedaban afuera.
Supongo que todo esto, lo pienso ahora que te lo digo, vale también para lo que llamábamos vida normal, porque ahí, sin pandemia, la gente sigue viviendo tragedias personales a las que también se trata de sobrevivir.
Nosotros hacíamos cosas con total naturalidad y de repente no la pudimos hacer más. Eso fue raro…
Para poder vivir negamos, en mayor o menor medida, la incertidumbre de la existencia. El futuro siempre es incierto. Sin embargo, cuando esta pandemia no existía, podíamos planear unas vacaciones con tres, seis u ocho meses de antelación. Ahora nadie sabe qué va a pasar y todos sabemos que nadie sabe. Es decir, se nos hace difícil incluso confiar en que habría algunos privilegiados que sí tienen certezas. En términos psicoanalíticos, con cierta licencia teórica, es como si hubiera emergido lo real del que hablaba Lacan. La realidad nos puso en la cara que el futuro es un concepto y nada más. Nos hizo ver lo frágiles que somos y cuánto vivimos de ilusiones.
Hablemos del amor: en una entrevista dijiste que el amor tiene que ver con la libertad, no con lo estático. ¿Qué pasa ahora en plena pandemia con el condicionamiento del quedate en casa?
Tal vez son categorías de libertad distintas. Sí, el amor tiene que ver con la libertad. El amor no es posesión, sino respetar las circunstancias que hacen que el otro siga siendo eso: otro; y eso implica cierta abstinencia. No puedo pretender todo del otro, eso sería otra cosa, cualquier cosa, menos amor.
En ese sentido sí puede haber una relación. Por ejemplo, no podemos ver a nuestros mayores porque podríamos sumarles un riesgo. O bien ser consciente de que, si tengo algún síntoma dudoso, no puedo priorizar las ganas de ver a mis amigos, tengo que abstenerme de juntarme con ellos para cuidarlos. El amor es tener conciencia del otro en toda su dimensión ajena. Todo lo contrario a fagocitarlo.
Pienso que la expresión más pura de esto puede darse con los hijos. Una de las cosas que disfruto mucho es cuando veo a mis hijos jugar entre ellos y ni se dan cuenta que estoy ahí, observándolos. Los veo pasarla bien más allá de mí y me produce un placer enorme porque veo en esa capacidad de libertad algo de mi semilla.
¿Cómo se lucha con la espera y/o con la soledad en estos tiempos?
En ese sentido, me considero una privilegiada porque la literatura para mí es una compañía. Mientras pueda escribir y leer y mis hijos estén bien, puedo mantenerme a flote (si la economía me lo permite, claro, no dejemos eso de lado). El hecho de estar muy metida en lo que estoy haciendo, hace que me aísle un poco. Por ejemplo, en este momento estoy terminando mi próxima novela y eso me da un lugar. Un lugar quiere decir que no estoy esperando, estoy haciendo algo. Creo que la única manera de esperar es no esperar. Ponerse a hacer y que ese algo resulte una compañía. Que no reemplaza la presencia física de los otros, por supuesto. Esa es una carencia con la que tenemos y tendremos que lidiar. Supongo que para poder soportar esto es necesario crear espacios de resistencia. Por ejemplo, siempre consideré los talleres que doy como espacios de resistencia porque escribir es, digamos, anti sistema. Pero ahora más que nunca. Tal vez se trate de eso, de buscarse lugares de resistencia que no consistan en esperar, pero que al mismo tiempo permitan seguir construyendo ilusiones.
Antes nos recluíamos del mundo para leer y escribir, ahora la pandemia nos recluyó a nosotros obligadamente. ¿Eso cambia a la hora de poder leer y escribir?
Sí, cambia, no es lo mismo recluirte que estar (debidamente) recluido. Al comienzo de la cuarentena formaba parte de un grupo de escritores para escribir diarios de la pandemia. Escribí 10 o 15 páginas que deben ser lo peor que debo haber escrito en mucho tiempo. Tenían una chatura total que además no pude remediar. Supongo que tenía que ver con que todo lo exterior era tan arrasador que era muy difícil despegarse de ahí. Me acuerdo que colegas de ese grupo hablaban de la dificultad a la hora de escribir, concentrarse e incluso para leer. Todo el tiempo llegaban las noticias de cuántos contagiados o muertos había y para alguien que escribe no hay nada peor que la realidad, no hay nada peor que no poder mirar desde cierta distancia.
Das talleres literarios de escritura, ¿se puede enseñar a escribir?
Sí, se puede enseñar a escribir. Siempre y cuando haya interés por la lectura y se esté dispuesto a trabajar duro, especialmente en la capacidad de tolerar el fracaso.
Fracasar para volver a empezar
Fabio Morábito dice en El idioma materno algo así como que escritor no es quien se dice a sí mismo que sabe escribir, sino aquel que está dispuesto a no levantarse de la silla hasta no conseguir transmitir buena parte de lo que quería transmitir. Esa es la clave. Quien busca lucirse como objetivo difícilmente consiga escribir textos interesantes. El brillo llega, con suerte, por añadidura. En los talleres se ve mucho. Se nota que hay personas que llevan textos para ser felicitadas, mientras que hay otras, muchas por suerte, que buscan todo lo contrario: que se les diga lo que no funciona, porque ahí está la clave para crecer. A veces esto no es tan fácil y requiere años de psicoanálisis para lograrlo.
Desde el mundo virtual, ¿hay una nueva resignificación de la palabra? ¿Cambia la manera de trabajar?
Definitivamente, yo tengo cuatro talleres que ahora funcionan de manera virtual, uno de ellos a través de un campus, es decir, sin encuentros en vivo, a través de la palabra escrita. Algo que tiene que circular en un taller es el amor, la ternura, el cariño. Enseñar a escribir es el arte de decir la verdad con cariño. Encontrar la manera de decir a otro que su texto no está bueno todavía, pero si hace determinadas cosas mejorará. Es importante buscar la manera de que lo que digamos llegue al texto y no quede clavado en la garganta del autor. Para eso es necesario tener amor por la voluntad de escritura del otro. Ahora bien, ¿cómo se transmite todo esto? La mayoría de las veces, pertenece al mundo de lo paralingüístico. Es decir, está en las miradas, en los tonos, los gestos, que en los rectángulos de Zoom o Meet a veces no se ve. Entonces creo que hay que tener mucho más cuidado, más calma, paciencia frente a la demanda excesiva que se desarrolla en estos tiempos.
Ahora estás corrigiendo una nueva novela, ¿se termina de corregir alguna vez una novela? ¿O se abandona?
No, no me pasa lo del abandono. Llega un momento que la termino y ya está. Eso sí, después de más de un millón de correcciones. En esta nueva novela que escribí llegué al punto final hace poco. Es decir, ese momento en el que te das cuenta de que estás ante la escena final. Eso me llevó directamente al comienzo y seguramente voy a recorrerla infinidad de veces. Después se la daré para leer a algunos amigos y me la devolverán con un montón de correcciones y la volveré a trabajar y recién después llegará a mi editora.
Para terminar, si pudieras ir hacia un futuro sin pandemia y se lo tendrías que contar a alguien, ¿qué era la pandemia? ¿Cómo se vivía?
Yo encuentro certeza en las preguntas, pero no porque me las responda, sino porque sé que es ahí dónde puedo pararme. El asunto está en ser capaz de sostener la pregunta. Para responder, entonces, a tu pregunta, la mía tal vez se convierta en ¿qué nos pasó en el 2020?
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