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Por Alexandra Kohan
Este texto fue escrito para la presentación
de “Una falla en la lógica del universo. Cartas desde la cornisa”,
libro de Constanza Michelson y Aïcha Liviana Messina
“La amistad: esa relación sin dependencia, sin episodio y en la que entra, sin embargo, toda la simplicidad de la vida, pasa por el reconocimiento de la extrañeza común, que nos permite no hablar de nuestros amigos sino solamente hablarles”
Maurice Blanchot
En el prefacio del libro Las conversadoras, libro de entrevistas de Xavière Gauthier a Marguerite Duras, se subraya que la larga conversación, porque finalmente fue eso y no entrevistas, ha sido publicada sin edición, sin correcciones, sin ordenamientos porque eso hubiera implicado una censura cuyo efecto sería “ocultar lo que sin duda es esencial: lo que se escucha en los numerosos silencios, lo que se lee en lo que no ha sido dicho, lo que se tejió involuntariamente y lo que se enuncia en los errores gramaticales”. No tengo idea de si Constanza Michelson y Aïcha Liviana Messina han editado este sustancioso intercambio epistolar. No elijo creer, porque no se trata de creencia, sino de lectura: los efectos de la lectura de estos textos dan cuenta de que se está escribiendo, no de que todo está escrito y listo para publicar. Digo se está escribiendo porque de lo que se trata, para los lectores, es de ser testigos de algo que aún no termina. Digo se está escribiendo porque el gerundio me permite leer algo que se fuga, que se continúa, que no terminó. Una falla en la lógica del universo está escribiendo un mundo. Un mundo que no está hecho pero que tampoco estaba hecho antes. No se trata de la reescritura, de repensar el mundo a partir de la pandemia, porque el inicio de las cartas es previo, sino de la puesta en abismo de la hechura de un mundo: ¿de qué está hecho un mundo? Esa pregunta es la que insiste en los distintos textos que conforman este libro. No es el mundo, sino uno. Un mundo que se va haciendo entre, que va produciendo un entre. No sólo entre Aïcha y Constanza (que, nos enteramos al final, no eran muy conocidas entre sí antes de este intercambio), sino ese entre el afuera y el adentro, ese pasaje moebiano que podría cifrarse en un entre la broma y la pesadilla. El afuera y el adentro que, además, termina siendo literal porque a poco de empezar las cartas, irrumpe el confinamiento. Estos textos son, a su vez, un afuera que se va haciendo a medida que pasa el tiempo.
¿De qué está hecho un mundo? “Para que haya mundo debe haber lo común”, se dice, ya no importa quién de las dos lo dijo. Los textos comienzan el 1 de marzo dando cuenta de una espera colectiva. Se esperaba un calendario de cuerpos en las calles de Chile, se esperaba empezar a hacer ese mundo común: “tenemos un calendario para el nuevo mundo pero no tenemos el mundo”.
“Y un día todo vacila a pesar de uno”: viene la pandemia, el confinamiento, la detención, la suspensión del mundo, su repliegue. El calendario deja de distinguir días ordinarios de extraordinarios. Y es ahí que los textos empiezan a cobrar una potencia política cada vez mayor justamente porque, como señalan, “no todo es político”. Son textos que al pasar a lo público nos ponen de frente a una intimidad que podría ser la nuestra, pero que no es la nuestra. Quiero decir que no se trata de un catálogo de temas a tratar, no se trata de un anecdotario, no se trata de la exposición obscena de una intimidad, no es escritura del yo, se trata de la escritura de una experiencia, la de la “amistad política, que no es la fraternidad sentimental”.
Entre la noche y el día, entre el insomnio y la alegría de haber podido dormir 12 hs seguidas, entre el amor y el sexo, entre la soledad común y el repliegue individualista, entre los datos duros y la subjetividad agujereada, entre la salud mental y el deseo, entre los estereotipos y los equívocos, Aïcha y Constanza están haciendo un mundo.

¿De qué está hecho un mundo? “La arrogancia de la certeza”, como la llaman, arrasa la posibilidad de hacer un mundo, por eso Constanza y Aïcha están haciendo un mundo desde las vacilaciones, las zozobras, los equívocos, la puesta en acto de un decir con consecuencias, están haciendo un mundo que no rechaza el extrañamiento de sí ni las oscuridades, están haciendo un mundo que recupera la potencia de los sueños -diurnos y nocturnos- de las fantasías arrasadas por la corrección política; un mundo que recupera ese paraíso arrasado por la “violencia de la homogeneidad” pretendida por ciertos discursos.
¿Qué se hace con el lastre agobiante de la mismidad cuando la ciudad, esa que permite ser otros para sí mismos, no está más allí? Habitar el error, ese que ocurre más allá de si lo queremos o no.
Al igual que en Melancolía, la película de Lars Von Trier que menciona Constanza, estas dos mujeres “hicieron mundo incluso cuando ya no había nada más que esperar. Pienso que esa es la definición más dulce y más política de mundo”.
“Se viene marzo”, se vino marzo y abril y mayo y estamos en noviembre: estos textos abren un espacio entre tanto agobio y encierro. Estos textos amorosos nos despiertan con una vitalidad que creíamos perdida. Estos textos, como dice Aïcha, “componen una respiración secreta, un espacio para cuestionar el cuerpo en soledad, la política, el espesor inaudito que adquiere durante su aparente suspensión (…) el modo en que la palabra consigue irrigar la vida y abrirla”.
Marguerite Duras escribe “me dije que uno escribe siempre sobre el cuerpo muerto del mundo, y también sobre el cuerpo muerto del amor. Que es en los estados de ausencia donde se hunde el escrito, no para reemplazar nada de lo que ha sido vivido o supuestamente ha sido, sino para consignar el desierto dejado por ello”. Aïcha y Constanza están escribiendo un mundo sin nostalgia por lo perdido. Porque no está perdido: esos encuentros de los cuerpos en las calles se están escribiendo en estos textos que alojan, sin dudas, la “masa de lo vivido”, el infierno de lo acontecido. Aïcha y Constanza están haciendo un mundo común que nos incluye a nosotros, los lectores.
Mi agradecimiento es mucho, no sólo por estar acá presentando este texto tan potente, sino porque como dice Aïicha: “un epistolario es la búsqueda de un testigo para la infancia que no calla y la infancia es la creación del mundo (…). Si se interrumpe así nomás el epistolario, como el juego, “no puedes jugar a donar el mundo”. Constanza y Aïcha están haciendo un mundo y, en el mismo gesto, con este libro, nos lo están donando. Gracias por eso.
Etiquetas: Aïcha Liviana Messina, Constanza Michelson, Cuerpos, Marguerite Duras, Pandemia