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01-12-2020 Notas

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Por Luciano Sáliche

Una lira en el infierno

Cuando Orfeo bajó al infierno se encontró con un gigantesco perro de tres cabezas. Su nombre era Cerbero, el can del dios Hades. Según el poeta Hesíodo, era algo todavía peor: tenía cincuenta cabezas y una serpiente en lugar de cola. Orfeo bajó al infierno con la misión de rescatar a Eurídice. Aunque actuaba con la irracionalidad del amor, tenía una estrategia. Ante el peligro, coraje. Entonces sacó su lira —un instrumento bellísimo, que porta el sonido del mundo— y la tocó con virtuosismo y armonía, y la bestia, frente a él, quedó dormida.

Todo esto forma parte de la mitología griega. Orfeo es el hijo de Apolo y de una de sus musas, Calíope. Cada vez que tocaba su lira las fieras se calmaban y los hombres y mujeres dejaban de sentir, al menos por unos cuantos minutos, el tormento de sus almas. Orfeo estaba perdidamente enamorado de Eurídice, pero al momento de casarse, cuenta el mito, ocurrió una desgracia. Un pastor que lo odiaba y le envidiaba todo —su juventud, su virtuosismo, su suerte, todo—, de nombre Aristeo, intentó raptar a Eurídice en plena ceremonia. 

Eurídice logró escapar pero en la huida pisó una víbora que le mordió el pie y la mató. El amor tiene esas cosas, ¿Qué podía hacer Orfeo? Desafiar las leyes humanas, bajar al infierno a rescatar a su amada. Y lo logró. Camille Corot representa esta escena en Orfeo conduciendo a Eurídice fuera del infierno, una obra de 1861 que está en The Museum of Fine Arts, en Houston.

"Orfeo conduciendo a Eurídice fuera del infierno" (1861) de Camille Corot

«Orfeo conduciendo a Eurídice fuera del infierno» (1861) de Camille Corot

Cuando Corot pintó esta obra tenía 64 años. Era, lo que se dice, un pintor experimentado. No fue un camino sencillo llegar a tal dominio de la técnica. Lo primero que tuvo que hacer fue enfrentarse a su familia. Su padre le dijo que no iba a ser pintor y lo empleó como aprendiz en el negocio familiar. Pero a veces no alcanza con instalar un mandato en el camino del deseo. Como un huelguista de la aristocracia, Corot se pasaba la jornada entera dibujando. Finalmente aceptaron su vocación. Desde entonces cultivó una técnica exquisita.

Entonces pinta, en el momento más experimentado de su carrera, Orfeo conduciendo a Eurídice fuera del infierno. La obra es realmente impecable: tiene un interesantísimo juego con los colores y un dramatismo muy especial. Es un tema muy representado en la pintura. Lo han trabajado, por ejemplo, Rubens, Nicolas Poussin, Alberto Durero, Émile Lévy, Jean Delville y Émile Bin. Pero también en la música (Claudio Monteverdi, Christoph Willibald Gluck, Jacques Offenbac), en la poesía (Virgilio, Ovidio, Góngora, Francisco de Quevedo, Rilke), en la escultura (Michele Tripisciano, Auguste Rodin), en el cine (Jean Cocteau, Marcel Camus).

En ese sentido, la pintura de Camille Corot es una interpretación más del amor entre Orfeo y Eurídice y su huida del infierno. Sin embargo, una de las más conmovedoras. “El dibujo es lo primero que hay que buscar. Seguidamente, los valores cromáticos. Estos son los puntos de apoyo. Después el color y, finalmente, la ejecución”, dijo una vez Corot. ¿Y qué es la ejecución? Al igual que Orfeo tocando su lira para dormir al monstruo y rescatar a Eurídice, el momento vital, donde se juega todo, donde se intenta representar lo irrepresentable: el amor.

Más suave

Max Beckmann —pintor alemán nacido en Leipzig en 1884— se enamoró dos veces. Primero, de Minna Tube. Se casaron en 1903 cuando él estudiaba en la Academia de Artes de Weimar. Ella fue quien le insistió en que nunca dejara de pintar. Durante esa época vivieron un tiempo en París, luego en Berlín y viajaron por Florencia, Génova y tantas otras ciudades. Los primeros cuadros de Beckmann, donde la influencia de los impresionistas es notoria, tenían cierto éxito en el mercado del arte. Pero podría decirse que todo cambió cuando conoció a Quappi.

“El incisivo y personal estilo de Beckmann se tornó más suave a partir de mediados de la década de 1920, coincidiendo con el momento en que conoció y contrajo matrimonio en segundas nupcias con Matilde von Kaulbach, más conocida como Quappi”, escribe Paloma Alarcó, jefa de Conservación de Pintura Moderna del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, España. Beckmann y Quappi se casaron en 1925. Ella era una mujer joven, inteligente, alegre, sarcástica, sensual, bellísima y siempre a la moda. 

"Quappi con suéter rosa" (1934) de Max Beckmann

«Quappi con suéter rosa» (1934) de Max Beckmann

Como una necesidad, todo pintor pinta su amor y Beckmann pintó a Quappi varias veces. Uno de esos tantos cuadros —quizás el mejor— se titula Quappi con suéter rosa. Es de 1934 y está en el Museo Thyssen-Bornemisza, sin embargo lo empezó a pintar en 1932 cuando vivían en Alemania. Beckmann daba clases en Frankfurt. Con la llegada al poder de los nazis, fue despedido. Decidieron marcharse. Fue entonces que empezó a retocar la obra. Por ejemplo, modifica la sonrisa de Quappi hasta tener la preocupación de la época.

Huyeron juntos a Ámsterdam. Desde allí leyeron en los diarios que el régimen nazi había metido sus obras bajo esa categoría ridícula de “arte degenerado”. Siguió pintando y sus obras se volvieron más oscuras, fruto del dolor de la época. En 1947, abandonaron Ámsterdam, cruzaron el Océano Atlántico y llegaron a los Estados Unidos. Beckmann murió en 1950 de un ataque al corazón cuando se dirigía al Museo Metropolitano a una exposición de su obra. En los retratos a Quappi se puede apreciar cómo el mundo se vuelve un lugar más inhóspito, sin embargo ahí está ella, su amada, en el lienzo, pintada con los últimos pedazos del amor.

Una escena universal

En la Francia del siglo XVIII, donde la Revolución Francesa traza bases de la democracia moderna, los primeros cambios empiezan en el inicio del siglo, sobre todo en el arte. Por ejemplo, el nacimiento del estilo rococó, que llegó para romper con la hegemonía del barroco. El barroco era el arte oficial y ostentoso del reinado de Luis XIV. Con su muerte en 1715, surge el rococó: un estilo ligado al gusto independiente y hedonista donde los palacios ya no son espacios solemnes, herméticos y oscuros sino lugares abiertos alumbrados por el sol y en relación directa con la sociedad civil. 

Al principio el término rococó era peyorativo, sin embargo logró imponerse a fuerza de belleza. La génesis de esa búsqueda estaba ligada, sostiene el historiador del arte Fiske Kimball, a los diversos decoradores franceses de la época. Decoración, moda, diseño, objetos y pintura, por supuesto. Uno de los mayores exponentes de este estilo es Jean François de Troy. Nacido en París en 1679, el destino de Jean François de Troy estaba cantado: debía dedicarse al arte. Su padre era François de Troy, famoso retratista y director de la Real Academia de Pintura y Escultura. Y así fue.

"La declaración de amor" (1724) de Jean François de Troy

«La declaración de amor» (1724) de Jean François de Troy

Comenzó con la pintura de historia pero enseguida ingresó en el rococó donde los colores eran más suaves, las escenas más pintorescas y elegantes y las formas más libres y experimentales. Uno de los temas que más le interesaba era el amor. ¿A quién no? Quizás por su desdicha personal: la muerte temprana de su mujer y también la de sus siete hijos. ¿Cómo se vive luego de amar tanto y perderlo todo? ¿Por qué hacer del arte un lugar bello y agradable cuando la tragedia te abraza hasta asfixiarte? ¿Acaso Jean François de Troy encontró en el estilo rococó un refugio, un oasis de tranquilidad, una cápsula donde dejar de sufrir?

La declaración de amor es un óleo que está en el Museo Metropolitano de Arte de Manhattan, Nueva York, Estados Unidos, más conocido como Met. Tiene casi 300 años; lo pintó en 1724. No es sólo rococó, es también lo que se conocía como tableaux de mode (pinturas de la sociedad de moda), donde los artistas daban cuenta de la decoración de interiores, la vestimenta de las personas y las costumbres sociales de la época. Todo eso se ve en esta obra y un detalle interesante: la representación de Marte y Venus en el empapelado de la pared.

¿Qué era el amor para este pintor francés? Posiblemente lo mismo que para muchos de sus contemporáneos y también para nosotros, que observamos La declaración de amor tres siglos después y vemos esto: dos personas conversando, prometiéndose cosas, mirándose con más sensualidad que ternura, tomados de la mano, disfrutando, casi sin saberlo, de ese momento único, extraño y vital donde el amor lo es todo y el resto es una bella decoración ocasional.

 

La imagen de portada es un detalle de
«La liga» (1724) de Jean-François de Troy

 

 

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