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02-12-2020 Notas

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Por Marcelo Zumbo

La historia de Sixto Rodríguez y su carrera como cantautor resulta difícil de imaginar en presente, con las referencias espacio temporales totalmente radicalmente redefinidas por las posibilidades de las nuevas tecnologías. Con las posibilidades al alcance, pensar una experiencia como la de Rodríguez durante 25 años suena inverosímil. En una novela de misterio clásica, el personaje desaparecido ¿sabe que lo están buscando? Quienes lo buscan, ¿están buscando debidamente? O tal vez, simplemente el desaparecido nunca quiso ser encontrado, y por eso se encargó de no dejar pistas precisas. En su biografía, el desencuentro organiza los principios del relato, y la búsqueda aparece como un peregrinaje permanente.

Primer desencuentro: Rodríguez y la carrera como cantautor 

Es cierto que en la historia de las estrellas de rock no faltan los personajes que obtuvieron reconocimiento post mórtem. Y también es cierto que junto a la muerte de un artista, como un santuario, se construye una mitología que mantiene vivo el espíritu y da sentido a la ausencia del personaje, como una épica de la muerte. Pero nadie sentiría jamás curiosidad por un trovador ignoto que un día aceptó su lugar en el mundo del espectáculo, y se retiró de los despoblados auditorios marginales de los suburbios de su Detroit para dedicarse a una vida de trabajo, sencilla como cualquier ciudadano. 

Justamente en los últimos años de la década del ‘60 y los primeros ‘70 fue cuando florecieron los Bob Dylan, Lou Reed, Joni Mitchel, Joan Báez o Leonard Cohen, por nombrar sólo a un puñado. En un país donde la oferta de cantautores satura la capacidad de asimilación y recepción del público, Detroit era en ese momento la ciudad del sello Motown, que apadrinaba a excelencias del soul como The Supremes, Marvin Gaye, The Jackson Five, Stevie Wonder, The Temptations, The Isley Brothers. En este contexto, Rodríguez dejó un legado modesto: dos álbumes de aceptable factura, un contrato rescindido por su compañía discográfica, y la sensación de haberlo intentado. Más tarde, y aunque por vías más fortuitas que las tradicionales, logró erigirse como ícono de las luchas por la libertad y contra la violencia en lugares donde represión eran modo de vida.  

Enigma y misterio

Desde su propia concepción humana, Sixto Rodríguez pareció estar marcado por una especie de estigma: el del anonimato. Y no solo el anonimato que otorga el hecho de ser mexicano en Estados Unidos. Dotado de uno de los apellidos más comunes en el habla hispana, es como si sus padres no lo hubieran nombraron, sino que lo describieron. Porque, ¿qué otro nombre se le podía asignar a un sexto hijo?

Así las cosas, se puede suponer que esa condición le sentaba bien, y se complementaba de maravillas con la timidez de Sixto. Sin el estrellato como ambición, en sus primeras actuaciones en vivo tocaba de espaldas al público; en la foto de portada de Cold fact, su primer álbum de 1970, su rostro aparecía oculto bajo un sombrero y tras unas gafas oscuras; hasta sus propias canciones aparecían difusamente firmadas en los créditos. Y precisamente su nombre artístico fue Rodríguez, a secas, como una marca genérica dispuesta a saltearse los protocolos mercantiles del arte pop. 

Segundo desencuentro: Rodríguez y el éxito

En la aventura musical de Rodríguez, existieron por mucho tiempo, aunque por caminos separados, un artista y su obra por uno, y el reconocimiento por el otro. Cuenta la leyenda, que en 1972 una chica fue a ver a su novio desde Estados Unidos a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, con una copia en vinilo del primer disco de Rodríguez, Cold Fact (1970), entre algunas de sus pertenencias. Este hecho fortuito desencadenó una proliferación exponencial de grabaciones en cassette, que diseminó por los principales centros urbanos del país una serie de canciones, apropiadas como himnos por quienes luchaban contra el apartheid y la represiva realidad política y social en esta semicolonia británica. Los inicios de los ’70 fueron los años donde recrudecieron las luchas contra la segregación y la violencia racial, y cuando comenzó el proceso de caída del apartheid. Huelgas y revueltas callejeras encabezadas por movimientos obreros y estudiantiles, las canciones de este ignoto trovador fueron la banda de sonido en la vida de quienes se involucraron en esta causa. 

Cold fact llegó a ser uno de los discos más famosos de todos los tiempos en Sudáfrica: era habitual tenerlo en la colección de discos propia, o encontrarlo en la de algún conocide, junto con los Beatles, Pink Floyd, y lo poco y nada que permitía la censura. Las canciones eran folk sencillo, interpretadas por una voz dulce y somnolienta, con un dejo de tristeza, como si Arthur Lee cantara canciones de Bob Dylan. Porque Rodríguez era un trovador simple, sin mayores pretensiones estéticas, más que algunas melodías tristes y una poesía sensible a las desdichas de quienes quedaron fuera del sueño americano. Siempre le quedaba margen para colar un rock, como en el Heikki’s suburbia bus tour, blues en A most disgusting song, otro rythm and blues en Rich folk hoax, o algo de psicodelia en la bellísima Crucify your mind, pero en el fondo su esencia era la del cantautor, como lo atestigua Sugar man, su canción más reconocida. 

Este común denominador musical le da sustento espiritual a una lírica de temática urbana y callejera, dura por momentos, donde hasta el Lou Reed de Waiting for my man se podría sonrojar

Sugar man, apresurate / porque estoy cansado de estos lugares / por una moneda azul, ¿no le devolverías todos esos colores a mis sueños? / nos traes naves mágicas plateadas / anfetaminas, coca y la dulce María Juana

pero también poseedora de una sensibilidad para denunciar la dura realidad de su comunidad, como en The Establishment blues 

Desperté esta mañana con un dolor de cabeza / abrí la ventana para escuchar las noticias / pero todo lo que escuché fue el Blues del Establishment / la venta de armas se dispara / las amas de casa encuentran aburrida la vida / el divorcio es la única respuesta / este sistema caerá pronto, con una melodía joven enojada/ y ese es un hecho frío y concreto

Sus seguidores sudafricanos vieron en I wonder una ventana a un mundo nuevo y posible; a su vez, Rodríguez podía demostrar que el traje de poeta maldito no le quedaba para nada grande, y justificaba con creces el estatus mitológico que le endosaría su público sudafricano mientras se desconocía su identidad

me pregunto cuántas veces tuviste sexo / me pregunto, ¿sabes quién será el próximo? / me pregunto por el amor que no puedes encontrar / y me pregunto por la soledad que es mía / y me pregunto por tus amigos que no son / me pregunto por las lágrimas en los ojos de los niños / y me pregunto por el soldado que muere / me pregunto si este odio terminará alguna vez

La realidad que Rodríguez dibujaba en su poesía era carne viva: la poesía de quien habita las áreas desoladas y vive como un desahuciado o un vagabundo, y la realidad de quienes encuentran al futuro impiadoso. La realidad de un antihéroe. Precisamente I wonder es el enlace que establece una conexión entre las revueltas contra el apartheid en Sudáfrica, y la guerra de Vietnam. La canción produjo el mismo efecto en los jóvenes reclutas (el servicio militar que reproducía al apartheid era obligatorio) que se sumaban a reprimir las manifestaciones en Ciudad del Cabo o Johannesburgo, que las canciones de los Doors o Jimi Hendrix en los soldados estadounidenses que combatían en el sudeste de Asia; ambos casos observaron en este punto una especia de punto de inflexión en el desarrollo de los acontecimientos. 

En la desgarradora Cause, canción que cierra lo que a la postre fue el último de los dos discos que grabó, Coming from reality (1972), relata sin eufemismos una desgracia en primera persona,

porque perdí mi trabajo dos semanas antes de navidad / hablé con Jesús en la cloaca / y el Papa dijo que no era asunto suyo / el centro de la ciudad me dio a luz / el dealer local me cuidó

que terminó profetizando sus próximos pasos en su futuro inmediato. Así fue como su sello discográfico, Sussex Records, rescindió el contrato de Rodríguez a comienzos de diciembre de 1971, dos semanas antes de navidad. Algunas décadas más tarde, sentenció sin lamentarse ni mirar hacia atrás, que luego de dicho suceso dejaba de perseguir el sueño y abandonaba la música.  

¿Quién da más?

Nadie imaginaba en Sudáfrica que este compendio de historias callejeras, sufrimiento y sentimiento de clase provenía de la convulsionada Detroit post industrial. La ciudad estaba en ruinas y era foco del activismo contra el racismo, y el abandono y violencia estatal. Este universo poético y musical encontró una correspondencia en una comunidad completamente extraña y lejana, como eran los movimientos juveniles y estudiantiles progresistas en Sudáfrica. 

Ante la ausencia de referencias biográficas, se estaba gestando una verdadera mitología a su alrededor. Aquella proliferación exponencial de copias en cassette consiguió que los sudafricanos agotaran las copias de Cold fact (1970) y Coming from reality (1972) que Rodríguez grabó para Sussex en Estados Unidos. Mientras los discos se agotaban, se multiplicaban las elucubraciones acerca de la suerte del ídolo. Era vox populi que Rodríguez había muerto, aunque nadie sabía cuándo ni en qué circunstancias. ¿Se había quitado la vida mediante una sobredosis de heroína? ¿Se había prendido fuego en vivo en un escenario? ¿Estaba confinado en un hospital psiquiátrico? ¿O en la cárcel por asesinar a su amante? La más sofisticada de todas las leyendas, contaba la historia del cierre de un último concierto, dado en condiciones desfavorables de auditorio, sonido y público, y agradeciendo entre silbidos y hostilidades, tomara un arma y se disparara.  Cada quién escogía su historia favorita. 

Este espaldarazo “mitológico” le reputó cierta notoriedad en algunos exóticos países, como Rhodesia, Nueva Zelanda, Botswana o Zimbabwe. En Australia, Rodríguez realizó sendas giras en 1979 y 1981 abriendo conciertos de artistas locales como Midnight Oil, esto como único interludio en medio del ostracismo. Un sello australiano logró comprar en 1975 los derechos del catálogo a Sussex, en quiebra. Esto ante el más absoluto desconocimiento del propio Rodríguez, y a espaldas también del público en Sudáfrica: todavía en 1991, la compañía discográfica parecía no tener idea de su paradero. Cuando se publicaron por primera vez los discos de Rodríguez en CD en Sudáfrica, el periodista Craig Bartholomew escribió en el sobre interno del álbum que “si existe un clima de intriga y misterio sobre algún artista pop, sin dudas es sobre Rodríguez. No lo hay en ninguna otra parte, porque sus dos discos fracasaron en todos lados (menos en Sudáfrica). No existía ninguna realidad sobre el artista conocido como Rodríguez. Quién o qué es Rodríguez sigue siendo un misterio ¿Algún detective musicólogo, por favor? 

Un detective, por favor

A partir de este momento, con 500 mil copias vendidas de Cold fact, un grupo de admiradores se decidió a rastrear la pista de su héroe, esto es, descubrir cómo murió Rodríguez. Uno de los personajes más activamente involucrados en propulsar el boca a boca que lo hizo famoso fue Stephen Segerman, propietario de una disquería en Johannesburgo. Junto con Bartholomew, se propusieron dar con Rodríguez. ¿Con qué datos contaban? Según la información que se proporcionaba en las etiquetas de los discos originales, donde no había fotos legibles, su nombre sería Jesús, Sixth o Pricnce. Algunas vagas referencias espaciales en las letras. Eso era todo. El sello discográfico había quebrado hacía casi 20 años y no había contactos de primera mano a quienes consultar. 

Un día de 1996, Bartholomew tuvo una especie de revelación en ocasión de escuchar la canción Inner City Blues, donde el protagonista cuenta que “conoció una chica en Dearborn”. Dearborn podría ser una pista, así que recurrió a su viejo atlas enciclopédico, donde supo que se trataba de una localidad en Detroit, Estados Unidos. De Detroit provenía el prestigioso sello Motown Records, donde a su vez supo trabajar Mike Theodore, productor artístico de los discos de Rodríguez. Fue Theodore quien, como vecino de Rodríguez, los sorprendió con la noticia de que Sixto no sólo no estaba muerto, sino que llevaba una vida normal. Además, sirvió de nexo con Eva, la mayor de las tres hijas de Sixto, quien terminó de archivar el misterio para siempre, y abrió la puerta del encuentro. 

“Gracias por mantenerme vivo”

Rodríguez supo saciar con humildad y naturalidad la sed de respuestas que tenían sus seguidores. Aunque no había mucho de emocionante para contar; al menos no como para sustentar la mitología creada. Su retiro luego de dos álbumes, su vida en la misma casa de siempre, que salvó de ser demolida en 1976. Su graduación como Licenciado en Filosofía, sus actividades como docente, como trabajador social, como playero en una estación de servicio, como padre de tres hijas, su activismo político y sus infructuosos intentos de llegar a la Alcaldía de Michigan, a la Senaduría y al Concejo de la Ciudad.

Finalmente, y después de 25 años, su público sudafricano tuvo la oportunidad de comprobar la existencia de su ídolo. Saber si era de verdad. Ya abolido el apartheid, y desde 1998 Rodríguez ofreció más de treinta shows en sucesivas giras.

Sixto no se mareó con el éxito inesperado y esta nueva vida, y a pesar de haber cambiado la vida de mucha gente, continuó viviendo en la misma casa en las afueras de Detroit. Reparte la mayor parte de lo que recauda entre familiares, amigos y causas benéficas, y nunca se inquietó por el dinero que había generado durante todos los años de éxito no correspondido, y que otros percibieron. Cuando el documental inspirado en su vida, Searching for Sugar man (2012), y dirigido por Malik Bendjelloul ganó el Oscar (además obtuvo un premio BAFTA y un Critics’ Choice Movie Awards), Rodríguez no se interesó siquiera en asistir a la gala de entrega de premios en 2013. 

«Me gusta considerarme contemporáneo, pero sé que el tiempo corre y la muerte está a la vuelta de la esquina”.

Hoy, casi ciego a causa del glaucoma, Rodríguez se encuentra presentándose regularmente en festivales ante audiencias jóvenes y curiosas que, en el mejor de los casos, conocen su derrotero. Entendió que el mundo es otro completamente distinto a cuando era joven: “ya no habrá revolución, el sistema colapsará bajo el peso de su propia avaricia, corrupción e intolerancia”. 


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