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Por Ezequiel Abaca
Un grupo de bailarines y bailarinas profesionales, extremadamente talentosos y de corporalidades casi perfectas de acuerdo a los estándares de belleza sociales actuales, realizan todo tipo de fintas y formidables acrobacias, en elaboradas y prodigiosas coreografías. Un elogio a la juventud, el desparpajo y la sensualidad, abordados con manejos extraordinarios de cámara que dan la sensación de un perfecto voyeur invitándonos a mirar. Pero luego algo pasa. Empiezan a aparecer comportamientos bizarros y alteraciones de la percepción visibles en los protagonistas de la escena y empiezan ocurrir situaciones desesperantes para quienes las están transitando y para el espectador. Alguien puso LSD en la sangría que todos en la fiesta posterior al ensayo bebieron. El Yo y el Superyó se fueron de vacaciones y acá pasa otra cosa: un peregrinaje del éxtasis de la belleza sofisticación musical y corográfica al horror. Esos son los andariveles que recorre Clímax, incómoda y perfectamente lograda cinta del director franco-argentino Gaspar Noé.
Según las mismas expresiones del director en una entrevista para la televisión española: “quería mostrar un grupo de personas que colectivamente suben a la cima y luego se derrumban”. ¿Y qué es lo que allí se derrumba? Un orden simbólico donde un grupo de personas que están ubicadas como bailarines, jóvenes, talentosos, atractivos, etc., es decir, lugares de cierta valoración social importante (sobre todo en las sociedades post industriales de la actualidad donde la imagen, el color y la seducción son tan preponderantes como objetos de consumo), a través de la aparición de un real en forma de intoxicación colectiva, pierden toda investidura simbólica e imaginaria (sostenes del andamiaje subjetivo que nos ubica en la necesaria ficción de ser personas, sujetos al modo cartesiano). De este manera la segunda parte de la película (si no les copan los spoilers deténganse justo acá) un plano secuencia de más de 40 minutos, es una torsión que muestra a este grupo entregándose a la locura y a un desenfreno sexual, incestuoso, violento, pesadillesco, desesperante, asfixiante y toda adjetivación que intenta recubrir de palabra un real que se fue al carajo. Nada puede terminar bien en Clímax. Eso ya se ve en la primera escena. No es un cine cómodo, complaciente ni políticamente correcto. Gaspar Noé nos tiene acostumbrados a eso.
Lo humano tiene que ver con esto, lugares simbólicos, representaciones imaginarias entrelazados con un real, aquello que es lo que es y que no tiene un estatuto ético, sino ontológico. Y como plantea Slavoj Zizek, no debe confundirse lo real con la realidad, la cual muchas veces puede ser un refugio para evadir el horror de un real desnudo de ropajes simbólicos e imaginarios. Eso nos invita a ver Noé, la caída de todo lo humanizante y el paulatino proceso de deshumanización, y lo muestra no obscenamente pero si logrando incomodar. Y es necesario elogiar la incomodidad de un cine que no va por los carriles de ubicar un bueno y un malo, tan frecuente en la fantasmática social actual. A contrapelo de eso acá no hay buenos ni malos, nunca se ve quién puso el LSD en la sangría, pudo haber sido uno, pudieron haber sido varios, no se ve. No está digerido, no intenta moralizar, solo muestra algo que es posible (está basada en un hecho que ocurrió), que es un efecto de vaya a saber qué causas.
El merito de las obras que incomodan residen en eso, en correr a alguien del sitio que considera natural, no hay forma posible de pensar si no es desde este lugar. Repetir discursos armados en base a expectativas ideológicas o morales no es realmente pensar, es racionalizar que es otra cosa, es acomodar un real a una fantasmática, lo cual es sumamente necesario para vivir pero a veces es necesario de que pueda verse conmovido. Nadie que no se incomoda un poco puede pensar realmente, porque es la incomodidad de lo real lo que genera movimientos, esa sensación donde se evidencia un vacío, donde uno queda sin palabras, ahí ocurren o se habilitan varias cosas: el deseo, el amor, el pensamiento y el psicoanálisis.
Etiquetas: Climax, Gaspar Noé, Psicoanálisis, Slavoj Žižek