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Por Guillermo Fernández
I
Cuando el lector de El juguete rabioso (1927) de Roberto Arlt llega a la última página se aturde. El ingeniero Vitri ofrece dinero a Silvio Astier por la delación. Justamente este episodio lleva como título Judas Iscariote, cuarto capítulo de la novela. La magistral trama, lejos de las lecturas cristianas de seres encaminados a partir del ejemplo, no permite que el protagonista se recupere, que pueda recomponerse ante una sociedad que le da vuelta la cara. Arlt castiga con una sanción más poderosa la traición a un grupo. Las buenas conductas de los hijos marginales nunca se reconocen. Se compran. Si se vuelve al final del texto, se advierte una metáfora contundente: el tropiezo apurado de Astier, tratando de correrse de la incomodidad que su supuesto benefactor le genera.
¿Qué sanciona Arlt? ¿Por qué se deleita en quitar posibilidades a su héroe, después de que éste fuera víctima, como todos los hijos de la calle, a dormir entre trapos mojados por orín, a eyacular en sueño, a patrones que lo aplastan? ¿Por qué la vida no le permite otra posibilidad?
II
Oscar Masotta en Sexo y traición en Roberto Arlt (1965) se vale de la teoría del espejo de Jacques Lacan para teorizar sobre las idas y venidas de los personajes de Arlt. Ellos se detestan y por eso detestan cualquier parecido con los sometidos. Odian verse reflejados como “integrantes” de un sector social que rechaza cualquier visión de ellos mismos y buscan, por el contrario, alcanzar un podio ajeno.
Para contar con estereotipos de buenos alumnos alcanza y sobra releer Don Segundo Sombra (1927), de Ricardo Güiraldes, texto en donde el maestro sin corporeidad guía a Fabio Cáceres, en los quehaceres “útiles” para la vida bucólica entre gauchos. El único barro en el que se revuelca Fabio es el del campo: un territorio semejante al pizarrón de escuela, en donde todo es aprendizaje entre adultos.
¿Sobre qué matriz discursiva opera Güiraldes? ¿Cree realmente en una sociedad que repara? Si esta conjetura es afirmativa, ¿por qué Segundo Sombra no está delineado como humano? Puede ser que su talla sobredimensionada escape al renglón de la novela y que, quizás, sea un espacio, un punto y aparte que el lector y Fabio Cáceres deben rellenar para crecer fuera de la protección de sus tías.
III
El director de cine griego de culto Yorgos Lanthimos filma Caninos (2009), un drama que por ser íntimo no deja de apuntar a lo social, a la reclusión (hoy el término nos resulta más afín). No hay movilidad de clase, los protagonistas son sometidos al encierro para no tener contacto social. El jefe de familia sale y entra de la casa con todo lo urgente para la vida. La lengua se escolariza a través de un grabador, los nombres de las cosas son arbitrarios y dispuestos por el padre. El lenguaje en la familia, creada con mucha meticulosidad, somete porque aísla del resto. Caninos propone una sujeción a reglas insólitas, perversas que sodomizan de manera cruel sin despegarse de la metáfora de la autoridad.
Hay adultos malditos que no requieren merodear los márgenes de la miseria social. No visten uniformes, ni ejercitan sus armas como castigo. Las hijas de este “pater” padecen la tortura de conformarse y de aceptar que la caída de un “canino molar” puede significar el derecho a escapar de esa normativa.
El hecho estético nunca es ingenuo. El arte encaró desde múltiples formas el artificio de la libertad. Los formalistas rusos, a principios del siglo XX, en especial Ian Mukarovsky con Función, norma y valor estéticos como hechos sociales (reedición 2011), se preocuparon por encontrar respuestas a los cambios. Es decir, qué hace que la lectura de los condenados por la sociedad posea matices dinámicos, tan sutiles que parecen diferir unos de otros con el transcurso del tiempo.
IV
¿Se puede dar vuelta la cara con asco ante Gregorio Samsa de Kafka porque se despierta convertido en su insecto y no puede ir a la oficina? ¿Llama tanto la atención la mirada torva de Astier ante el hecho de rehuir a “ser parte”? ¿Convence Fabio Cáceres en cumplir como alumno? ¿Se puede pasar por alto el placer de un padre en hacer repetir a sus hijos movimientos y palabras porque el mundo de afuera contagia y él puede perder su dominio?
Hay una sintaxis de la violencia. Un orden lingüístico en el que los mismos sujetos de siempre asfixian idénticos predicados, dispuestos desde antes de que el habla pudiera resonar fuera de cada garganta.
Etiquetas: Franz Kafka, Guillermo Fernandez, Oscar Masota, Ricardo Güiraldes, Roberto Arlt, Yorgos Lanthimos