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Por Joaquín Rodríguez Freire
Juanse corre de un lado al otro del escenario. Su cuerpo desnudo se zarandea ante el clamor de remeras sudadas y caras adolescentes que lo alientan desde abajo. Dócil como Iggy, peligroso como Rotten y andrógino como Jagger, el cantante es un torbellino de energía que se pasea entre la furia punk y el swing stone con soltura. Así empieza Rock and Roll Cowboys, el flamante documental de Netflix que repasa auge, colapso y redención de los Ratones Paranoicos.
Con la dirección de Alejandro Ruax y Ramiro Martínez (aka Plástico), el film plantea una necesaria revisión musical de los Paranoicos, experiencia eclipsada por la ecléctica y escandalosa vida de su frontman, tras un derrotero emocionante y no menos vertiginoso que los llevó a codearse con los Rolling Stones, Mick Taylor y Pappo, entre algunos de los héroes de un rock and roll que supieron tocar como pocos.
En apenas una hora y cuarto, los directores brindan una radiografía veloz y punzante del grupo, desde los intercambios de discos en el barrio de Devoto, hasta su implosión y regreso, pasando por la consagración como piedra angular en el incipiente movimiento stone argentino y la conversión a un cristianismo fervoroso de Juanse. Usando imágenes de archivo, con una cámara que se mueve con libertad por el universo paranoico, el documental desnuda medallas y miserias de una formación donde la tensión jugaba su propio partido, mientras el ambiente se calentaba al ritmo de himnos como «Rock del pedazo», «Carolina» y «Enlace».
Entre los testimonios en off de Juan Sebastián Gutiérrez, Pablo «Sarcófago» Cano, Pablo Memi y Rubén «Roy» Quiroga, aparece uno de los platos fuertes de la película: el relato de Andrew Loog Oldham, mítico productor inglés, descubridor de nada más y nada menos que los Rolling Stones, y compañero de armas de los Ratones Paranoicos en discos como Fieras Lunáticas y Planeta Paranoico. Su voz aporta una cuota foránea y distinguida de reconocimiento para el cuarteto argentino. A su testimonio se debe Rock and Roll Cowboys, el título del documental.
El montaje incluye material fílmico de la banda en programas de televisión de aire junto a Juan Alberto Badía y Moria Casán, escenas de distintas grabaciones y, por supuesto, hoteles y camarines, escenarios de algunos de los mejores pasajes del film. Por ejemplo, un diálogo de pasillo en el que Juanse le cuenta a Sarcófago que había estado en la pileta con Ron Wood y Loog Oldham, mientras el guitarrista se lamenta porque no le avisaron. «¿Por qué no me dijiste? Yo estaba encerrado en la habitación como un boludo», le espeta Cano al cantante. También participa Fabián «Zorrito» Von Quinteiro, figura repetida en materiales audiovisuales de rock, y músico de los Ratones desde 1997.
Casi en paralelo a la cumbre de los Paranoicos, el film abarca el boom stone en el país, con un primer experimento que tuvo a Keith Richards como cabeza de playa. Fue en noviembre de 1992, cuando el músico se presentó con su banda en el estadio de Vélez. Al ver el furor que el público local sentía por la lengua, no quedó otro camino: los Rolling llegaron a la Argentina en 1995 para presentar Voodoo Lounge y, al igual que en el recital de Keef, Ratones Paranoicos dijeron presentes. Fueron noches consagratorias para los muchachos de Villa Devoto.
Pero no todo era color de rosas: el proyecto comenzó a caer por su propio peso. La cuota autodestructiva que lo cortejaba desplazó a la música como la protagonista central. La salida de Pablo Memi, reemplazado por Von Quintiero, y los evidentes problemas de Juanse con el alcohol empezaron a evidenciar las falencias de un grupo humano que cosechaba recelos y desencuentros. A esto se le sumó un capítulo más de la eterna novela del rock and roll: el autoritarismo del frontman para con sus pares. «Puede que haya sido autoritario, sí, pero muchas cosas las conseguimos gracias a eso», reconoce hoy Gutiérrez en un pasaje.
Las idas y venidas, el regreso de Memi y la decadencia de Juanse terminaron por cerrar una etapa: en 2011 los Ratones Paranoicos dejaron de existir, y no en buenos términos precisamente. A partir de entonces, los músicos se lanzaron en bagajes diversos y Juanse se convirtió en un católico fanático, al punto de llevar su música a festivales religiosos donde los feligreses lo recibieron con la misma pleitesía que el pueblo stone. Cabe destacar la habilidad de Plástico para ofrecer una narrativa fresca y estética, valiéndose solamente de fragmentos del pasado.
Pero semejante historia no podía terminar en artillería mediática disparada desde cuatro bandos movilizados por el resentimiento. Por eso, en 2017, con la irrupción del mánager Fernando Szereszevsky, llegó la hora de volver. Después de pulir rispideces en numerosas marchas y contramarchas, el grupo hizo justicia con su legado y ofreció un recital a la altura de sus triunfos. La postal de Juanse y Sarcófago abrazados ante la multitud cierra un periplo espinoso y eléctrico, que hace justicia con una banda de las grandes; porque, pese a ser devorados por sus propios escándalos, los Ratones Paranoicos macaron una página dorada en la música local. Y Rock and Roll Cowboys hace justicia. Enhorabuena.
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