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08-02-2021 Notas

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Por Ezequiel Abaca

Her es una película exquisita. Su argumento futurista, pero no caricaturesco, muestra una agridulce distopía equidistante a propuestas como Black Mirror y el clásico de 1982 Blade Runner. De hecho hay un retazo de esta última, ya que Her reactualiza la historia de amor entre un hombre y una máquina en un rol femenino. Lo cual no hace más que hacernos pensar en los vínculos o en la dificultad para ellos en lo actual y el rol de la tecnología en este campo.

Theodore es un escritor de cartas de amor en una sociedad futurista que intenta divorciarse y se enamora de Samantha, un sistema operativo que controla las funciones cotidianas de su casa y es representado por la cálida voz de una mujer (una gran interpretación de Scarlet Johanson). El empleo de Theodore (un genial Joaquín Phoenix), que consiste en expresar emociones que otros no pueden, da cuenta de una sociedad que se hizo torpe en materia amorosa: frialdad, inhibición y soledad son el paisaje del film, no muy lejano de las modalidades actuales.

Es una película honda y reflexiva sobre como la tecnología, concomitante a un clima epocal post industrial donde se exalta el individualismo, lo novedoso, la velocidad, la autoexplotación económica produjo un ser humano solitario, infeliz o anestesiado en consumo, donde la técnica y los artefactos son un consuelo y a la vez la cárcel donde duerme el contacto humano real. Este tipo de producciones pone una lupa ficcional -exagerada (aunque tal vez no tanto)- y genera un cierto efecto de extrañamiento y horror, como el que generan esos espejos distorsivos de los parques de diversiones, donde uno puede ver su propia imagen deformada.

¿Qué se busca en lo maquinario? Acaso esta idea de que el ciborg es algo que uno puede programar y hacer a imagen y semejanza. Y se trata de estas dos cosas las que pone en juego la dinámica erótica actual, lo imaginario/especular y la semejanza. Es que relacionarse con otro es muy costoso, implica pérdidas a nivel narcisista y lo que se busca en muchos padecimientos actuales es no perder.

Una frase actual parece importante que sea pensada: “me da paja”. Frase que se utiliza para no hacer algo que generalmente implica a otros o a ese otro que es el deseo. Da paja ir a un cumpleaños, conocer a alguien en el plano amoroso, aprender a tocar un instrumento, salir a correr. Y es una expresión muy precisa, ya que la masturbación es un acto auto erótico y solitario. Se trata de elegir la “paja” como modo de quedarse con el yo propio, protegido de la contaminación del otro. La zona de confort, como se le dice en la doxa psi. Claramente una actitud conservadora que propone la filosofía del capitalismo tardío que entroniza el narcisismo. Recuerdo un slogan de una fuerza política: en todo estás vos. La paja es una defensa donde se protege al Yo frente ese otro que la cultura actual muestra como una peste, más en este contexto. “Llorando en el espejo no puedo ver” dice Charly. Lo que no se ve por la tristeza posmoderna es la alteridad, lo que no está en el espejo o lo que se desconoce en el mismo.

El deseo es otro y es del orden del otro, porque si el deseo es carencia no puede ubicar algo del orden de lo propio, y es que el deseo esta templado al calor del otro, cuando Lacan dice que el deseo es el deseo del otro, lo que ubica es que no hay sexualidad humana que no tenga que ver con el campo de la demanda, con la trama ficcional de esa novela familiar que fabrica la neurosis. Cuando la trama es escasa o nula, lo que hay es solo narciso con su espejo. Es que lo que pasa es que muchas veces no se transmite un relato, porque en la vida actual los relatos parecen pasados de moda. Ya no se oyen discos. Se oyen canciones. Y las canciones solas no remiten a otras. Son singles. Single en ingles también es soltero. ¿Curioso, no?

Una pregunta que surgía mucho en este tiempo era respecto del sexo virtual. Pareciera que implica un encuentro que prescinde del soporte material del cuerpo y se ancla en la imagen en un dispositivo. Si bien lo sexual no es puramente lo genital ya que intervienen la palabra, la imagen, las diferentes erogeneidades. ¿Se puede prescindir del cuerpo? Como decía Cerati “el cuerpo no espera lo que llaman amor”. Hay una afectación del encuentro que sorprende y afecta al cuerpo y no es sin él. El sexo virtual no es sustituto del encuentro carnal, y si lo es, se trata de un mal sustituto. Puede ser necesario en estas épocas pero el deseo no es sin la corporalidad. Si esta época invita, más allá del COVID, a la ilusión virtual, invita a la fantasía de la prescindencia del otro.

Theodore en Her, es el que escribe cartas para que otros se expresen, el mundo se ha quedado sin palabras, y solo quedan torpes actos, si no hay palabras, la humanidad solo se relaciona con cosas, o como diría Marx en esa genialidad que es el fetichismo de la mercancía, se relaciona con personas como si fuera con cosas y con cosas como si fueran personas. La palabra es lo que humaniza, es lo que seduce además de la imagen. Cuando se reduce todo a un registro de la imagen, solo se trata de fetiches, de objetos descartables una vez que se usan. Ese signo de deshumanización es lo que aparece en muchos femicidios donde el acto criminal culmina con el descarte de un cuerpo en la basura. Esa puerilidad asesina, recuerda a la banalidad del mal del Nazismo, donde matar a millones era un trámite.

El capitalismo se opone al amor porque el amor sitúa algo del orden de lo irremplazable, y está tejido de relatos el lazo amoroso. El capitalismo actual odia los relatos, prefiere los pasquines donde construye fotos descontextualizadas de la realidad para preservar sus intereses. Y el capitalismo se trata de objetos, de sustituciones donde no queda rastro de lo anterior. Se sirve de las guerras pero hace algo más eficaz e imperceptible. Terceriza la violencia en individuos, precarizando esa banalidad del mal. Donde antes había colectivos hay individuos.

El sujeto que mira esa ficción distópica y se horroriza, tal vez debería empezar a preguntarse por la distopía actual de la escena del mundo. El futuro llegó hace rato.

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