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25-02-2021 Notas

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Por Cristian Rodríguez y Augusto Lecaldare

En el sistema digital, la digitalización informática, que solemos nombrar inteligencia artificial, corresponde a un estamento de la inteligencia humana que asociamos con el aspecto ligado a la inteligencia lógica, en ese nivel de la estructura, por eso funciona con esa modalidad por escalones o deep learning, como una combinación factorial o una serie de encriptados que van produciendo o emulando un cierto reconocimiento de las estructuras cognitivas humanas. Es con lo que nos topamos cuando queremos realizar un determinado trámite informático, entrando en la modalidad digital, y el programa nos consulta sobre una serie de imágenes que debemos seleccionar como “semáforos”, “puentes”, “autos” o “cruces peatonales” -por nombrar alguna de ellas. Pero aún aquí, en este nivel que propone una cierta complejidad selectiva del sistema informático, esa experiencia permanece aún a nivel de lo conductual.

La diferencia que encontramos, hasta aquí, es que nosotros los humanos también estamos provistos de una inteligencia artificial, que es la lengua que nos habla y nos hace hablar, por aquella que somos hablados y también hablantes.

Pero no se trata solamente de eso, de cómo los humanos estamos atravesados por la inteligencia artificial, sino que allí, en los ámbitos del desarrollo informático, se plantea si la conciencia, en el aspecto racional, es una inteligencia lógica. Esto propone ya una paradoja: nuestro sistema neurológico, el sistema nervioso central, y sólo nos estamos refiriendo aquí al modo en que la información sináptica y los estímulos neurolinguísticos son transportados -y no al aspecto aún más complejo de la conciencia- que es el aspecto cualitativo, funciona por una red simultánea, y eso es imposible de reproducir, precisamente por su carácter de imprevisibilidad, ya que no funciona por una vía de resolución por extensión de las variables en juego, sino por una relación ligada a la tensión del sistema por un lado, a la intensidad del estímulo externo por el otro, y finalmente a un estado del instante en cuestión que inevitablemente es indeterminado, no está ligado a ningún procedimiento que no sea el de un estado entre otros, secuenciales e interválicos, pero en una sucesión que hace a cada uno de ellos independientes entre sí, es decir únicos, indeterminados -hasta que la serie se detenga en alguno de ellos y lo determine, como en el ejemplo de la secuencia fotográfica-, marcados por la diferencia intrínseca. Aparentemente parecidos, pero no sólo independientes sino intrínsecamente irrepetibles.

Por eso la definición lacaniana de repetición es aquella que sugiere que la repetición es repetición de la diferencia.

 

Soy Robot

Sin embargo, ¿qué propone la revolucionaria, y perfeccionada a cada paso, inteligencia artificial propuesta por el Deep Learning? Su formulación por escalones de aprendizaje, emulando el modo de funcionamiento del cerebro humano, asegurando aprendizaje de patrones y consignas, no deja de sorprender y postularse como verdadero conocimiento que parece redimir la ficción brillante de Asimov en Soy robot. Claro que allí se requería de un uno, un único y diferente que porta en sí mismo un soplo de divinidad intrínseca al alma humana, una auténtica mixtura. Un “replicante” de los que Blade Runner terminará incluso por enamorarse. Por supuesto que esa ya no es una simple replicación sino una creación.

En los términos de la cibernética, la primera consideración es la de que todavía la inteligencia artificial de los sistemas informáticos, propuesta por la tecnología digital -entre otras, porque los intentos de conmutación de información ya son lejanos y anteriores a la digitalización-, se mantiene en los términos de los programas de conducta y adaptabilidad, y que incluso cuando introduce el perfeccionamiento del aprendizaje del sistema por la vía de la variabilidad del sistema circundante con el que sin dudas interactúa, nos encontramos incluso en un nivel que es el propio de la inteligencia lógica, e incluso sólo pedagógica.

Con respecto a los sistemas de información informáticos, ¿estaremos más interconectados de lo que pensamos? Las redes artificiales, para estudiarlas en sí mismas, utilizan muchos términos devenidos de la psicología y la neurología. En nuestro cerebro hay redes neurológicas y precisamente estos sistemas de inteligencia artificial informática hablan de estas redes neurológicas que poseen los sistemas de inteligencia artificial. El Deep Learning es un dispositivo lógico que hace que estas redes se generen automáticamente enviando ejemplos y opciones para que este sistema pueda aprender por sí mismo. Supongamos un determinado sistema de inteligencia artificial, si a ese sistema le envío muchas imágenes de botellas, le permite interpretar cuál de esas imágenes contiene una botella y cuál no, del mismo modo que funcionan los aspectos cognitivos de nuestro cerebro humano.

Aquí es donde el psicoanálisis propone una lógica de la negatividad, por lo que falta y tropieza en la estructura, no perteneciendo ya al orden -solamente- de la psicología o la neurología. El texto fundacional freudiano “Proyecto de una psicología para neurólogos”, propone ese salto que se ubica más bien en el plano de los intervalos y la “pérdida” de información, entre lo inconsciente inasimilable a la conciencia y el sistema percepción – conciencia.

 

Espacialidad

En el sistema informático globalizado, este tipo de dispositivos están conectados a internet y constituyen los algoritmos de búsqueda y selección que se replican de un modo exponencial, promoviendo de este modo una progresiva acumulación de información a partir de la experiencia extensa de interconexión. Este “aprender por su cuenta”, parecería rebatir la idea de que una determinada máquina, un determinado automático constituye un sistema cerrado. Pero como vemos, no hemos resuelto hasta aquí la extraordinaria complejidad que propone la psiquis humana respecto de lo que entendemos por espacialidad. La extensión de información no resuelve la cualidad de información, referida a la potencia de lo humano de pensarse a sí misma, es decir de producir un eco de su propia tensión psíquica, un efecto psíquico de distanciamiento y división, que bien podemos nombrar conciencia. Esa conciencia no es sólo conciencia de sí, es a su vez modulación de la cualidad en situación, y allí no tallan ni los aprendizajes ni las premisas, sino que se definen por su condición de imprevisibilidad.

Para que un sistema de inteligencia artificial informático pueda considerarse abierto no alcanza con su capacidad para interconectarse a velocidades vertiginosas con la “totalidad” del sistema, sino con su carácter de imprevisibilidad que por el momento no puede replicarse en ningún programa artificial, salvo por lo que nos concierne por nombrarnos humanos, en relación con la lengua como lugar de referencia al código. Por otra parte, código no sólo de indescriptible flexibilidad, sino también ligado a un misterio propio de la división psíquica que hemos mencionado, por la cual no hay programación para con esta.

 

Límite

Por el contrario, la red neuronal humana no responde a patrones que no sean los de la flexibilidad extremas y la imprevisibilidad, allí no hay en un sentido estricto aprendizaje, sino marca determinada por un contexto complejo que excede los límites neuronales y personales. Se trata de una red burbujeante, simultánea o no, y que opera por los principios de la selección. Estos principios de selección se sostienen en una herramienta estructural a lo humano y a lo que definimos por humano, algo que no es sólo una herramienta ni un aprendizaje. Estos principios de selección están ligados a la metáfora. Tenemos lengua, una lengua, y esa lengua que es por cierto multi lingüística, es en sí misma nuestra inteligencia artificial, porque no podría definirse de otro modo la relación de lo humano con lo que Lacan nombró lalengua, sino como un avatar artificial, ese que nos permite pensarnos a nosotros como humanos, proveernos de una conciencia de límite de la existencia.

La muerte, entonces, nos determina, y lo hace precisamente como inteligencia artificial. Es cierto, no sabemos nada de la muerte decía Lacan, salvo la fecha en la lápida, pero ese es entonces un saber retroactivo que nos habita en la vida vivida y pulsional, es un nudo que se suelda y luego se suelta -como en los finales de análisis- para determinar allí el valor de ese artificio. Aunque ya no estaremos allí para saber de eso.

Que sea un artificio no invalida su valor de verdad. Por el contrario, se volverá en cada caso nuestra cosa propia, nuestra verdad a revelar.

 

Pulso

Por otra parte, cuando nosotros hablamos de redes y de conexiones intersinápticas, o más precisamente en la práctica psicoanalítica del valor del intervalo, es porque tiene capacidad de constituir una serie sin perder su carácter de simultaneidad. Esta simultaneidad lo es por un principio de selección que a nivel de la lengua referimos a la capacidad de producir metáfora, y que en el plano estrictamente neurológico guarda relación con la descentralización de la función, tal como planteara desde la psiquiatría dinámica De Clerambault, al proponer que las funciones psíquicas están deslocalizadas, es decir que en todo caso se localizan en el instante en que éstas sean requeridas, por la vía del estímulo externo o de la tensión intrapsíquica, aspecto que guarda relación con el concepto freudiano de “energía libre o desligada”.

La pulsión, por otra parte, se mueve de manera interválica, o más precisamente por saltos cualitativos y cuantitativos, como en los saltos cuánticos orbitales de las partículas subatómicas descubiertas por Bohr.

Lo humano se “mueve”, “motus est vita”, en una modalidad más próxima a la correlación a distancia, informaciones muy lejanas, completamente alejadas del sistema, que pueden ser capturadas de manera simultánea e instantánea.

En otro orden de acontecimientos que atañen a esa verdad subjetiva, el psicoanálisis ha podido constatar tanto la fuerza de una temporalidad relativista, de las anticipaciones lógicas, de las intuiciones como información de primera mano, de la presencia del analista como auténtico médium que favorece un campo con el Otro de la lengua, pero asimismo Otro en el que él mismo se halla comprometido sutilmente por las pequeñas variaciones de las circunstancias particulares con cada uno de los analizantes, un “entre medio” que favorece tanto las irrupciones de orden oracular como la presencia de un “entre nos” transferencial, que si ubicamos al modo freudiano en el plano del amor de transferencia, son del orden de una exopsiquis, una psiquis móvil y exterior al aparato psíquico, una creación que se encuentra precisamente en la flotabilidad de la libre asociación. Y este es un juego sin red, más bien una línea de funambulista, afín a la interpretación en psicoanálisis. El resto de la red psíquica, en ese instante, se encuentra en pausa activa, en escucha y lectura. A ese tipo de principio de selección psíquico nos referimos. Se comporta por cierto como un instante múltiple.

 

Deseo

Estos instantes múltiples están ligados a los fenómenos de campo -de orden metapsicológico y no de orden gestáltico-, eso que nombramos exopsiquis y flotabilidad. Esta serie de fenómenos que podríamos denominar fenómenos tele, metapsicológicos, transdimensionales, incluso de orden oracular y de anticipación lógica altamente flexible, corresponden a un tipo de temporalidad que no puede reproducir bajo ningún punto de vista un sistema informático, ya que éste funciona bajo otros principios de correspondencia lógica. La inteligencia artificial humana es un sistema abierto, pero no sólo para ubicar y contraponer a la inteligencia artificial digital como un sistema cerrado, sino que lo humano captura un aspecto de esa apertura e imprevisibilidad que guarda relación con la cualidad y no sólo con la cantidad, que Freud también describe como uno de los aspectos fundamentales del aparato psíquico en la primera tópica. Aspecto cuantitativo y/o económico señalado en la metapsicología. Pero ese es apenas uno de los atributos metapsicológicos descubiertos por el psicoanálisis.

Aquí, como vemos, emerge lo propio de una intuición, que no trabaja a nivel de ninguna matriz, sino más bien como una antimemoria en sentido estricto. Esa es la voluptuosidad de la propuesta freudiana sobre el recuerdo. Y ese es el tipo de voluntad que mueve al deseo humano.

 

 

 

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