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Por Gabriel Méraud
Che, Boludo, ¿cómo sería ser mujer? La pregunta más habitual es si a vos te gustaría, pero antes, hay otra pregunta más primaria: ¿de verdad podés imaginártelo? Hace unos seis años, mi compañera de vida de entonces me hizo estas preguntas y divagando en el auto en una ruta desierta, cada uno se pensó en el género del otro con honestidad descarnada, en un juego de suposiciones contrafácticas que duró varias horas y que nos hizo sentir una gran soledad existencial, incertidumbre frente al misterio de la otredad, de lo inimaginable del sexo opuesto, y otros abismos del amor que intuyo nos son más fuertes en la asimetría de la relación hetero cis. ¿Perder esa cierta naturalidad, de cara al mundo, que nos otorga haber crecido educados y educándonos para el ejercicio del poder? Es difícil, pero me lo imaginé. ¿Habitar el cuerpo de una mujer? Es difícil, pero traté de imaginármelo. ¿Una adolescencia con márgenes de libertad más estrechos, sin permiso familiar para atorrantear a las tres de la mañana por los cien barrios porteños y otras aventuras? También y así, intercambiando entre nosotros vivencias de género, biológicas, culturales, de nuestras crianzas habidas (padecidas) me fui pensando en las circunstancias de haber nacido mujer mientras ella, se pensaba hombre. Pero hay una circunstancia en la que no pude pensarme y es la de estar dentro de la cabeza de una mujer. Simplemente no pude y creo que fracasé, por mi torpeza para comprenderla. Pude visualizarme en el interior de su cuerpo pero no puedo visualizarme en el interior de su psiquis.
Horizontal, el poemario de Leticia Martin que va a presentarse durante los últimos días de marzo, me reformuló estos interrogantes por el poderío con que el psiquismo femenino se manifiesta en el texto. Su lectura, por momentos, me hizo sentir en la práctica de un acto de voyeurismo, la sensación infantil de estar colado en una charla de mujeres regida por una lógica que encuentro hermética, pero desata mi curiosidad. (‘Están hablando de cosas de minas, si no se dan cuenta que estoy acá, quizás pueda escuchar lo que dicen, antes de que me manden a comprar caramelos’).
La heroína poética del texto despide a su amor que, a la sazón, se sube a un avión con destino a Brasil para presenciar uno o varios partidos de fútbol y, ni bien él parte, ella crea un archivo adonde va a apuntar los mensajes (versos) que de ninguna manera piensa enviarle. Lo hace como método para autolimitarse y no estar todo el tiempo enviándole whatsapp mientras él disfruta sus días de fútbol y con la idea de, cuando regrese, entregarle como regalo, un libro. De allí en más, se suceden los poemas dedicados a ese que no está.
Él, no es tan descrito como su ausencia, y los días, y ella en el acto de extrañarlo hasta pintar sin querer y sin nombrarse un autorretrato poético, sí bello, en las calidades sutiles de ese amor y de esa falta. El texto deviene, verso tras verso, en la elección de una sintaxis despojada, libre de vericuetos y artificios que lo entorpezcan. Una sencillez extraordinaria que para doblar la apuesta se enfoca en describir cosas simples, el universo cotidiano de los detalles del amor. Sostiene con rigurosidad el formato de un solo poema por página, aún cuando el mismo esté compuesto con tres versos de dos palabras, sumándole así mucho blanco a la factura ya delicada del poemario.
El autorretrato femenino tiene carácter de leona en la fuerza y la insistencia con la que manifiesta ese amor, pero también ingenuidad. Los que acumulamos años y amores y cicatrices, podemos verla aniñada en la actitud recurrente de amar sin red, de saltar sobre el amor con alegría a la vuelta de todas las páginas del libro sin que le descubramos un paracaídas escondido en la mochila. La heroína del poemario es una muchacha que aún no recibió golpes en la vida. O a una mujer que todavía puede como ayer, amar sin presentir. Los versos van narrando un amor sin contradicciones, incondicional. O tal vez lo sorprendente sea que ella presupone la incondicionalidad de él, como una niña que ama mucho a su papá, lo espera y siempre sabe que él va a volver. De hecho en todo el texto no encontramos celos, ni dudas de su regreso, o no sé dónde diablos está la clave de lo que voy a decir ahora pero el libro, me mantuvo todo el tiempo con el sentimiento de congoja que siempre me produce el amor infantil: una energía-deseo muy poderosa, y totalidad del ser deseante y su existencia, apostadas sin cálculos ahí (tal congoja me producen en el alma, las manifestaciones del amor infantil). Tuve una sensación de ese tipo, a muchos años-luz-literatura, cuando leí las cartas de Guadalupe (a Mariano Moreno).
Guadalupe es una muchacha de una ingenuidad encantadora (era una chica de 20 años) e incurre, en el texto, en efusiones incalculadas de amor. Sigue dialogando con Moreno, que no está, todos los días en sus cartas bellas y comparte con él sus tardes y le dice que lo quiere y le dice que lo extraña y le cuenta las noticias de la Buenos Aires poscolonial. La síntesis de contratapa describe a Horizontal como subgénero de la crónica de viajes: el libro de un viaje contado desde la perspectiva del que se quedó. La idea es divertida, ajusta a la estructura del libro y es parte del ludismo general de la propuesta. Pero también lo suscribiría en el género epistolar, una acumulación de poemas como cartas que se escriben para ser entregadas en mano. (Quizás todo poema sea una carta diferida, que a su debido tiempo será entregada, del modo que corresponda, o se perderá para siempre en el mar, como las cartas de Guadalupe).
Hay un feminismo desprejuiciado, antidogmático en el libro, una voz femenina empoderada que explicita su deseo (el que quiere oír que oiga) y que no podríamos imaginar alienada por nadie, ni de sus impulsos ni de su cuerpo pero al mismo tiempo, no tiene pruritos en emplazarse en una estructura narrativa que describe lo que podríamos suponer un flor de arquetipo de género (ella se queda por días esperándolo y escribiendo cuánto lo extraña mientras él hace un viaje para ver un partido de fútbol). A la hora de los versos, el texto no es ni una reproducción enojosa de los preceptos patriarcales, ni literatura feminista de trincheras. Es un poemario que habla con hondura sobre el amor y, más específicamente, sobre el apego, y sus delicias. Para terminar, volviendo al tono costumbrista con el que decidí comenzar esta reseña: muchachos, ¿saben cuántas cosas le pasan a una mina mientras nosotros vamos a la cancha?
Horizontal
Leticia Martin
Niña Pez Ediciones, 2021
Etiquetas: Gabriel Méraud, Horizontal, Leticia Martin, Poesía