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Por Ramiro Tejo | Portada: Chris Jordan
Desechos de la ciencia
Freud descubrió que esos desechos psíquicos constituidos por la serie sueño, chiste, acto fallido y síntoma (que aquellas criaturas desafiliadas de lo funcional y que la ciencia había abandonado) tenían alguna importancia. Los puso en valor bautizándolos como formaciones del inconsciente, productos que expresan una verdad en forma cifrada, una verdad desconocida pero más singular que la verdad sabida. Con la hipótesis legitima del inconsciente y sus mecanismos, les aportó un brillo, inscribiendo a estos restos desestimados en una razón capaz de hallarles un orden de determinación, una causa, una explicación. Así es como un conflicto psíquico puede expresarse en forma cifrada a través de un síntoma en el cuerpo o en el pensamiento.
Hoy, más de cien años después, ya nadie cree que un chiste es algo que no encierra una verdad, lo mismo ocurre con un acto fallido o inclusive con un sueño. Las interpretaciones tampoco olvidan al síntoma, hasta los mayores detractores del psicoanálisis se ven tentados de ubicar en ellos cierto orden de verdad. La verdad y los desechos a partir de Freud encontraron una vía de conexión. La suposición de un saber no sabido vino a iluminar la psicopatología de la vida cotidiana.
El movimiento freudiano al haberle dado a estas criaturas un valor de verdad les restituyó una función, ya que en su estructura de ficción pueden integrarse al discurso, entramarse, relativizarse, rechazarse, recusarse, rectificarse, olvidarse.
Paradójicamente a lo largo de este tiempo la verdad también fue descubierta en su dimensión de varité, esclarecida en su afinidad con el semblante, licuada por el relativismo al punto de pretender exiliarla de su relación con lo real. El reconocimiento del valor de la verdad encerrada en las formaciones del inconsciente convive con la promoción contemporánea de la verdad sin consecuencias, relativa, sin anclaje en lo real.
La incorporación cultural del descubrimiento freudiano no allana el camino para cada uno de los sujetos que acuden a un analista, la práctica nos enseña que aún teniendo el psicoanálisis un lugar en la cultura la suposición de que “eso puede querer decir algo” no se instala automáticamente.
Las bodas con la verdad
Cuando un análisis comienza hablamos de los efectos de verdad. En un análisis que comienza hay lugar para las revelaciones, se hacen asociaciones, se extraen detalles, se conecta una cosa con otra. La verdad resplandece y aquello incomprendido se inserta en la estructura ficcional, encuentra por esta vía alguna explicación.
Sin embargo, ya hacia 1920, Freud se dio cuenta de que ese optimismo de las revelaciones comenzaba a mostrar sus obstáculos. La verdad no siempre era la curita que tapaba la herida, algo seguía sangrando aún cuando el análisis podía pensarse como avanzado. Más allá del principio del placer, texto publicado aquel año, es también, en cierta medida, una advertencia sobre los límites de la verdad y la emergencia renovada de la dimensión de los desechos. Digamos que la verdad mostró entonces ser una vestidura insuficiente a algo que insiste.
Hace un siglo Freud se topó con algo que ponía en jaque su construcción y lo denominó compulsión de repetición, un elemento inercial, parasitario y repetitivo. Lo que posteriormente llamaría en su manifestación clínica la “reacción terapéutica negativa”, revelaba que ese núcleo resistente a ser absorbido en la textura de la verdad, es a fin de cuentas el núcleo del síntoma. Un desecho que no quiere decir nada, un desecho aún más indigno que las criaturas afines a la estructura de ficción, en tanto encarna “lo que no sirve para nada”, eso que más tarde Lacan traducirá como el goce. El núcleo de goce del síntoma es el tope a la elaboración freudiana de la verdad.
Piezas sueltas
Esta pieza suelta, que no encuentra su función y de la cual no podemos desembarazarnos, abre una nueva perspectiva para el psicoanálisis y para el analista. Ese que aloja el desecho no ya para sumergirlo en la verdad y disolverlo sino para acompañar la invención de un saber hacer con eso. Se trata de la perspectiva del sinthome a la que J.A. Miller se referirá como la positivización de la reacción terapéutica negativa.
El psicoanálisis se ocupa de esto que no sirve para nada, que parasita al sujeto de diferentes modos, que insiste bajo la modalidad del retorno de lo mismo. No sirve para nada pero esta allí, en la forma de un pensamiento que atormenta, de una emergencia en el cuerpo, de un sentido que aplasta. El pasaje por la verdad, necesario pero no suficiente, sirve para ubicar ese borde del semblante por el cual se hace existir ese incurable.
Encontrarle una función singular a lo que no sirve para nada es una perspectiva clínica que permite no extraviarnos y continuar sosteniendo la orientación por el síntoma, por aquello que no funciona, ubicando la dimensión de la verdad como una estación. Es también adentrarnos en la vía de lo informe, de lo inmundo, para localizarlo, para ceñirlo sin por ello anular la dimensión de lo incurable.
Lo incurable esta allí como una pieza extraviada que sólo admite hacer algo con ella, un uso lógico, lo cual no impide atemperar el exceso de dolor que produce su desanudamiento absoluto.
¿Cómo encontrarle una función a lo que no sirve para nada? Es la forma que puede tomar la pregunta de un analizante cuando al lado de la verdad empobrecida ya no se trata del saber a secas, sino del saber hacer con ese resto.
Etiquetas: J. A. Miller, Jacques Lacan, Psicoanálisis, RamiroTejo, Sigmund Freud