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17-03-2021 Sin categoría

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Por Marcelo Zumbo

Pasaron ya veinticinco años del último concierto de los Ramones en Argentina. Quienes estuvieron presentes aquél 16 de marzo de 1996, hoy nostálgicos, recordarán una tarde noche intensa y festiva, pero también triste. Los asaltará un sentimiento ambiguo, como lo es caer en la dura cuenta del cuarto de siglo que transcurrió desde un evento que todavía se percibe como “si hubiera sido ayer”, pero a su vez feliz. Y para las nuevas generaciones que no lo vivieron más que por los relatos de sus mayores, o por los videos e información que se encuentran en internet, despierta interés y hasta fascinación.

Una pasión bien argentina

La relación de los Ramones con el público argentino (y sudamericano, brasileño principalmente), fue expresión de una época que, por motivos sociales, políticos y económicos, fueron únicos en la historia del rock en el país. Los primeros años de la década de los ’90 ofrecieron un hecho inédito, sostenido por algunos años, hoy virtualmente extinto: el desfile inagotable de números internacionales a valores de mercado local. Sí, los ’90 fueron una fiesta de la que el rock no fue ajeno, sino más bien todo lo contrario. Si en el ámbito del mainstream se volvió habitual ver a figuras como Madonna, Elton John, Michael Jackson, Paul McCartney y hasta los Rolling Stones, en el inframundo del rock alternativo o marginal, se puede decir que, salvo alguna que otra excepción, TODAS las bandas visitaron Argentina. La paridad dólar peso, si bien dificultó el trabajo a las bandas vernáculas, para las provenientes del “primer mundo”. Argentina resultó un mercado nuevo y fértil, con un público juvenil (y no tanto) ávido y sobreexcitado. 

El menemismo como enemigo y propulsor

Cuando todo este proceso inverosímil y cuasi ficticio comenzó en 1992, el grupo de Nueva York ya había visitado Argentina dos veces. La primera en 1987, con el gobierno de Alfonsín comenzando a dar muestras de fragilidad y con la primera hiperinflación relamiéndose agazapada, la audiencia incrédula y (numéricamente hablando) apenas en formación casi llena el Estadio de Obras Sanitarias. Para la segunda, en abril de 1991, quienes esperaban agazapados eran el espejismo de la ley de convertibilidad y la crudeza del desempleo masivo. Los conciertos ahora fueron tres. De ahí en más, los Ramones tocando en Argentina fueron una fija cada año. Cuatro shows en 1992, cinco en 1993, seis en 1994 (una en el Estadio Vélez para festejar 20 años de carrera, y en un viaje subsiguiente, para tocar en Rosario, Mar del Plata y Bahía Blanca, tres plazas atípicas en el país para bandas extranjeras), seis en 1995, y finalmente la despedida en River. 

Si bien el período de tiempo es breve, es muy intenso para el devenir de la sociedad: los jóvenes protagonizaban la parte más cruda y desesperanzadora del cuento, y música como la de los Ramones ponía la banda de sonido perfecta. Urgencia, alienación, humor salvaje y melodías adolescentes encontraron su destinatario ideal en la azotada juventud de los sectores medios y bajos. La mesa de la identificación afectiva estaba servida: la relación fue decididamente pasional, casi en clave futbolera. Los Ramones fueron una de las primeras bandas de rock que se vio envuelta en una relación maníaca con su audiencia argentina, algo que a partir de esos años comenzó a volverse habitual, llegando a alcanzar su expresión más destructiva en Cromañón menos de diez años más tarde.

El suceso anecdótico que describe lo inexplicable del desborde emocional del público argentino, y lo incipiente del negocio de los recitales de rock, fue la promoción de una multinacional de bebidas que prometía entradas a cambio de tapitas de botellas de su producto. En un error de cálculos de proporciones infantiles, la gente marketing de la empresa citó al canje en pleno microcentro porteño, y una multitud de jóvenes se congregaron en Lavalle y Florida para hacerse con un ticket para River. Luego de algunas horas de dilación en la entrega, y una justificación poco creíble de la organización, el resultado fue una batalla campal y saqueos generalizados a los exclusivos locales de la zona, como nunca antes se había visto ese punto de Buenos Aires. La empresa tuvo que reprogramar la entrega para el día siguiente en un lugar más propicio, con el compromiso de entregar más de cuatro mil entradas para cumplir con lo publicitado y que así no haya desbordes. 

El comienzo del final

El fenómeno de los Ramones en países nuevos como Argentina significaban otra oportunidad para una banda cansada y enferma, en permanente crisis interna (humana y creativa), con cambios de formación de dudoso resultado, pero que tenía resto para aprovechar la explosión del fenómeno Nirvana, el rock alternativo y cierto resurgimiento del punk en Estados Unidos. Sudamérica era la Gira mágica y misteriosa para los neoyorkinos, luego de décadas de morder el polvo sistemáticamente. 

En 1995, los Ramones publican Adiós amigos, y anuncian su despedida con una gira mundial, donde Buenos Aires será parada obligada. Todo el sentimiento de pertenencia argentino fue puesto al servicio de fantasear con que el show argentino sería el último, que sumado a ciertas especulaciones de marketing hicieron que algunos se dieron la cabeza contra la realidad. Una gira de cinco meses por Estados Unidos y Canadá, coronada en Los Ángeles, fueran el cierre de su carrera después de veintidós años y 2263 conciertos. Si bien es cierto que hubo un ofrecimiento serio para que los Ramones toquen una vez más en Argentina, esto nunca se concretó.

La fiesta inolvidable

El 16 de marzo fue un sábado agobiante de un verano que parecía lejos de terminar. Dentro del estadio, las más de cuarenta mil personas hacían que los niveles de oxígeno sean los de un altiplano en la cordillera, y había que saber dosificar energías para ver seis bandas desde las seis de la tarde y durante más de cinco horas. Uno de los condimentos que hicieron que el show estuviera a la altura de las circunstancias fue el cartel: tres bandas locales tributarias de los Ramones como Superuva y 2 minutos, ambas en ascenso y en un gran momento, y Attaque ’77, quienes además contaban con éxito masivo. Acto seguido, los alemanes Die Toten Hosen sacudieron a un público que todavía ingresaba al estadio, con un show intenso, festivo y con un Campino desaforado. Inolvidable, sí. Pero seguía Iggy Pop, toda una institución que le disputaba el cartel cabeza a cabeza con los propios Ramones. Si bien no fue una las formaciones más destacadas, y traía un álbum olvidable, el repertorio plagado de éxitos propios y de su etapa con The Stooges demostró que ver a Iggy Pop en acción nunca dejará de ser una experiencia llena de adrenalina.

Entrada del último recital de Ramones en Argentina

Cerca de las diez de la noche comenzó a sonar el mantra introductorio del film El bueno, el malo y el feo. Los violentos sucesos del microcentro tuvieron un efecto publicitario, y el concierto de los Ramones en River fue transmitido en vivo por un canal abierto. Se rumoreó que habría invitados de lujo: Eddie Veder viajaba de gira con los Ramones, y Dee Dee, bajista fundador y mítico personaje de la escena neoyorkina de los ’70, se encontraba viviendo ¡en Banfield!, así que por qué no imaginarlo. Nada de eso ocurrió. El cantante de Pearl Jam acompañaba como parte de la comitiva de amigos y no para cantar en vivo (sí lo haría en el concierto final, meses más tarde), y Dee De se sintió “ninguneado” por la banda, y a último momento agotó las esperanzas de que subiera cantar 53rd & 3rd. Entonces, el show fue casi exactamente el mismo que hacían desde los últimos años: con alguna rotación a medida que sacaban algún disco nuevo, los Ramones tocaban las mismas canciones en el mismo orden, dentro de una misma estructura y tras una misma escenografía. Todo esto plasmado con la estética del más absurdo minimalismo. Y con una energía que de a ratos parecía agotárseles. Pero fue emotivo. Ahí los Ramones siempre fueron contundentes y no defraudaron.

Poco después del fin de los Ramones, sus integrantes originales fueron quedando en el camino víctimas de enfermedades y excesos. Y con la muerte de sus fundadores, salieron a la luz las disputas internas, las mezquindades y desventuras, un infierno que quemaba tanto al nombre del grupo como a ellos mismos. Pero nada de eso impidió que el legado de los Ramones fuera transmitido generacionalmente, y que la dimensión de su obra haya sido reconocida de manera apropiada. Argentina tuvo la suerte de asistir a esa sobrevida que tuvieron esos cuatro neoyorkinos obreros del escenario que, con el aliento que les quedaba, consiguieron la motivación necesaria para remar unos años más, y hacer felices a miles de jóvenes olvidados por la modernización y las nuevas reglas del mercado.  

 

 

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