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Por Ezequiel Abaca | Portada: Luca Pierro
Recuerdo tener 13 o 14 años y estar en una tarde veraniega de patio y pileta en la casa de un amigo, en mi querida ciudad de Rosario. En un momento la madre de mi amigo, mientras escuchábamos Sui Generis (rasguña las piedras o algún otro hit del dúo García/Mestre) soltó una frase que recuerdo hasta hoy: “cuando más canciones sobre libertad se hacen es cuando más falta”, haciendo alusión al contenido contestatario de ese primer Rock argentino y el contexto de represión y violencia que ya empezaba a anticipar lo que sería la dictadura cívico militar del ’76. Cuando uno es pendejo está descubriendo el mundo y esas frases lo orientan y le generan curiosidad. Creo que esa frase es aplicable a los discursos sobre el amor, que proliferan hoy día: prescripciones, análisis, comentarios, protocolos. Los estilos discursivos son varios. El objeto en apariencia el mismo: “el amor”.
Para empezar están las prescripciones (casi cometo un fallido y escribo proscripciones, lo cual tiene sentido ya que algo de eso las habita). Desde ciertas discursividades que van desde un espectro que abarca el progresismo, las filosofías New Age, las psicologías conductuales y un amplio etc., se prescribe como debe ser un amor sano, en contraposición a uno tóxico, inclusive que habría personas tóxicas, a las cuales no habria que amar (aquí la prescripción proscribe). Estos discursos suponen varias cuestiones: primero que lo tóxico está en el otro y no habita lo propio, segundo que en cuestiones amorosas somos capaces de delimitar a un modo cartesiano a quién amar o no voluntariamente y con una lectura “clara y distintiva”, tercero que habría una especie de sanitarismo amoroso desde el cual juzgar el vínculo de alguien (sus repeticiones por ejemplo) qué tiene las huellas de lo médico y lo moral. No es nuevo esto, a principios del siglo XX el Higienismo Mental proponía normas “saludables” de conducta con un contenido altamente conservador. Digamos que esto sería una remake, solo que una que se pretende en muchos casos progresista.
Hubo un pasaje, más que nada en ciertos sectores de las juventudes de clase media con acceso a bienes culturales (tal vez no representativa de La juventud) y de sectores de la progresía que ha generado un pasaje de nombrar los vínculos amorosos como relaciones sexoafectivas. Se puede leer un gesto de un intento de intelectualización y de cierta asepsia en la terminología con pretensiones de que esto de cuenta de un Real del amor. Pero lo Real sabemos que insiste. Pienso que una relación sexoafectiva es un representante descremado de lo amoroso. Se buscan las bajas calorías en el campo amoroso actual, como si hubiera que depurarlo al amor de sus toxinas y grasas trans. ¿Acaso lo amoroso no conlleva esos lípidos que vienen con la constitución pulsional? Ubicar esto no implica pensar que no hay amores que son una mierda, sino correr la lógica infantil de esperar un amor exento de tufillos fecales.
Lacan habla de Lazo Social, cuestionando que el Otro del sujeto sea ese uno abstracto que se denomina La sociedad. Mas bien el sujeto se relaciona con discursos, discursos que vienen de esos Otros menos abstractos que “lo social”. Nombra cuatro discursos que rigen lo humano tomando la dialéctica Hegeliana del Amo y el Esclavo como modelo. Cada amo necesita ubicarse en ese lugar y necesita de un esclavo que juegue ese rol, pero la dominación nunca es total, está atravesada por la grieta de la división subjetiva que implica lo inconsciente. El lazo con el Otro esta mediado por el síntoma. De allí se desprenderán el discurso Universitario, donde el amo es el Saber dirigido a un Real, lo cual cae en el saco roto de la división subjetiva. En el discurso histérico el sujeto dividido se empodera, y se dirige a dominar al amo, pero desde un lugar sintomático velando que está tomado como objeto de esa operación. El discurso del Analista intenta ocupar ese lugar de objeto para que el sujeto produzca una posición en la que se pueda despegar un poco de todos esos saberes que lo impregnan. Hoy en los medios y redes sociales hay algo de una suerte de saber pedagógico que se erige como amo, y que ya no tiene a la ciencia como emisor, sino a la doxa, la opinión, el reino de lo imaginario. La fake new se impone mas como new que como fake. El discurso capitalista es una perversión del discurso amo porque encubre la falta. Pretende colmar. La fragilidad del lazo hoy reside en que los sujetos se relacionan con estos saberes que prometen verdad, pero son solo objetos de consumo. Pero como lo venimos viendo, el objeto del curso de “cómo vivir” puede ser el propio consumidor. La tarea del analista es suspender el saber para que el consumidor devenga sujeto.
El amor actual se asemeja a la forma en que se mueve el mercado y las tecnologías de la comunicación, esto lo supo ver muy bien Bauman. En el capitalismo tardío no hay mucho tiempo para vínculos, hay que estar disponible para el mercado de la autoexplotación, mejor conectarse y desconectarse rápidamente, las ataduras de lo amoroso no son funcionales a las exigencias actuales. También hay enormes exigencias de goce, que apuntan al narcisismo, el hedonismo es el paliativo que hace soportable la cuestión. El consumo implica usufructuar un bien para luego descartarlo, en épocas de obsolescencia programada: ¿por qué ese modelo no se iba a trasladar a las relaciones intersubjetivas? Todo rápidamente se gasta, y la sensación es que no hay tiempo que perder, por eso los funerales son cada vez más cortos, la pérdida implica un vínculo, menos apego, menos pérdida, así funciona el “negocio” de los modelos lib(er)idinales.
Hoy se pretende que lo amoroso sea una máquina que funcione, y que las refacciones que se le hagan sean como el service de la PC, se cambia alguna pieza por otra y la cosa tiene que andar, con los problemas que alguien ya tiene en la cotidianeidad. ¿Cómo permitirse lidiar con los líos que propone esa complejidad que es la otredad? Por eso quizás se cae en el ingenuísimo pedagógico de creer que se puede aprender a amar “sanamente”. Como si el amor fuera un acto sano y no respondiese a resortes inconscientes que lo sitúan como una petit locura. Este rechazo de la división que implica lo inconsciente, se para sobre la idea de que el ser humano elige conscientemente. ¿Se piagetizó lo humano? Freud hablaba de la sobreestimación del poder de los pensamientos como una característica de lo infantil, el niño y lo joven son el altar adorado en la sociedad post industrial. La psicoanalista Silvia Ons plantea que antes se justificaba en la diferencia anatómica una desigualdad de derechos, y que hoy en favor de una igualdad de derechos se quieren borrar todas las diferencias. A veces ciertos pensamientos que se pretenden progresistas, están empapados de la filosofía liberal, si el modelo de las relaciones adopta un cariz empresarial, mejor hacer negocios con iguales.
Milan Kundera situa que: “Allí donde habla el corazón es de mala educación que la razón lo contradiga”, interesante para pensar el empobrecimiento del discurso amoroso sometido a un racionalismo donde parece que detrás de una predica progresista, puede tal vez encontrarse subrepticiamente, rasgos de una lógica que trata al amor como una hoja de Excel, evaluando costos y beneficios, protocolizándolo, y hasta realizando búsquedas como la mas conspicua oficina de RRHH.
Entonces ¿por qué se está hablando tanto de amor? El psicoanálisis muestra que hay algo en la racionalización que favorece la inhibición de un acto, y si bien en amor se hace hablando, el problema es que palabra cualitativamente tiene lugar al respecto, si es del orden del comprometer una experiencia, o si es aquella del orden del blablabla, que como toda intelectualización, puede situarse como un deber ser o como un perorata que platoniza lo que es del orden de lo que se vivencia. Si el psicoanálisis es una erotología es porque muestra los únicos modos en que el amor es posible: en sus modos de fallar la relación sexual, solo en ese desencuentro de goces es posible paradójicamente un encuentro. Debe recordar también el psicoanálisis, que como diría Masotta, no promueve nada. Porque se puede caer fácilmente en añorar paraísos perdidos que solo sean recuerdos encubridores.
Etiquetas: Amor, Bauman, Ezequiel Abaca, Jaques Lacan, Milan Kundera, Psicoanálisis, Sigmund Freud, Silvia Ons