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Por Cristian Rodríguez, Viviana Nigro, José Luis Juresa y Fernando Falcón
Comenzamos mencionando a Bauhaus como postulación de interrogación del objeto ligado a su función. Este verdadero intento por articular una política de producción industrial y de diseño dentro de los márgenes del capitalismo, nos permite instalar la pregunta por el arte más allá de los confines de la mecanización y la masividad en los procesos productivos industriales.
No en vano una foto de los flamantes pabellones Bauhaus se ilustra junto a un Ford T, como epítome de una industria -que más allá de sus aberraciones- podía reconducirse a las dimensiones de una funcionalidad que mantuviera no sólo la escala humana, sino también la impronta antropométrica en los procesos productivos industriales. Este fenómeno tiene plena actualidad en un proceso creciente de concentración de la población mundial desde las zonas rurales a los grandes centros urbanos. El Siglo XXI es, hasta aquí, sólo el testigo de esta tendencia que marcó el pulso de la segunda mitad del Siglo XX a nivel mundial.
El Pop Art, corriente estética, social y política que se proclamó durante la década del sesenta en el Siglo XX, es en un sentido un procedimiento inverso a Bauhaus: propone un desmantelamiento de los objetos industriales a partir de una subversión de su función, llevando esta deconstrucción a la categoría de objeto de arte. Un desmontaje desde el objeto industrial hacia una nueva interrogación por lo que se define el objeto de arte: una imprevisibilidad respecto de su uso, mejor decir su pulverización.
Ambos, Bauhaus y Por Art, interpelan al objeto industrial en los límites de la producción de arte, pero por caminos inversos.
Sobre arte y arquitectura
Si el arte en lo contemporáneo podemos analizarlo como en el chiste freudiano, por las profusas correlaciones teóricas y técnicas que a continuación enumeramos:
Como formación del inconsciente.
Interpelación al lugar del código -el otro con mayúsculas señalado por el psicoanalista J. Lacan-.
Apelación a la verdad.
Postulación metapsicológica de la división del sujeto como estructural.
Que esté inserto en la comunidad, ya que depende de las repercusiones en el contexto social en el que este fenómeno esté ocurriendo -en tiempo real-.
Se define de este modo como un objeto -ya que el arte tiene asimismo la potestad de hacerse objeto de su propia indagación, desdoblamiento determinante en cualquier proceso creativo. Una auténtica mitocondria a nivel de la lengua y en el campo de los fenómenos de la cultura.
El arte, de este modo, en su postulación como artificio, es un determinado artilugio en movimiento que propone una construcción por la cual se propone incluso anterior al sujeto– en su artificiosidad, podríamos decir también en su ociosidad-. Ese “ex nihilo” -de la nada-, tantas veces señalado en relación al efecto sorprendente de la irrupción del objeto de arte en el lazo social y en la producción subjetiva, conlleva asimismo esta interesante paradoja que surge de proponer el arte como anterioridad lógica a la irrupción del sujeto, pero como efecto de su retroacción de sentido. y no sólo como un simple efecto subjetivo y una construcción de la cultura. En un sentido, entendido de este modo, una prosecución lógica que ubica ese objeto artificial como anterior, prevalente, incluso precedente a la cultura. Una irrupción divina. Ese carácter divino sólo es posible por efecto de la división que antes señalamos.
El arte es exterior al sujeto y no sólo un efecto subjetivo.
El arte no es equivalente a las “bellas artes”, artes gestadas en la ilustración.
Su valor ya no depende de ninguna inmanencia, ninguna condición intrínseca entre el artista y el objeto de arte, como tampoco de un autoerotismo de la relación histérica entre la técnica y la forma, sino por su potencia de producir un extrañamiento, porque permite interpelarlo al objeto puesto en cuestión. Interpelarlo y también atravesarlo.
Desde allí, la arquitectura sucede tanto como el psicoanálisis ha desarrollado en su práctica clínica las condiciones para intervenir sobre las vicisitudes del goce y de la pulsión de muerte, y a partir de ese saber sobre lo vivido como contingencia y como circunstancia, se proyecta asimismo como sorpresa, marca potencial e inefable, y ambas como prácticas que abordan la singularidad.
Espacio metáfora
En correspondencia, cualquier intento de desarrollar un programa sostenible sobre las preguntas que sostienen las posibles intervenciones sobre urbanismo, o más precisamente sobre las realidades en pugna en una gran ciudad, pone en consideración la experiencia de un Espacio metáfora.
Esta época, hiperinflacionaria e hiperconcentrada, con una creciente y arrasadora tendencia a avanzar sobre lo que entendimos hasta aquí por vida privada y lazo social, nos propone inevitablemente interrogar la posición del objeto de arte en nuestras vidas privadas, en la construcción de subjetividad y en las políticas públicas, entre las cuales se encuentra también la ética ambiental y las planificaciones urbanas. Al respecto, el objeto de arte intenta producir metáfora, y más precisamente de inventar metáfora. Esta invención de metáfora -más allá de cualquier consideración psicopatológica, tomado como nexo creativo a cualquier práctica que contemple el lazo social- es asimismo un intento de abrochar la realidad, y en muchos casos de restitución de la realidad.
En este sentido, la arquitectura es heredera de esta extensa tradición en la construcción de metáfora, ya que su objeto es inevitablemente un objeto imbricado en la construcción de los marcos de funcionamiento social, ambiental y psíquico.
Ese tipo de espacio es el que se ofrece a una intervención e interpelación permanente. Es, como vemos, un espacio complejo, topológico y en permanente disputa. Por otra parte, y tal como el arte lo conjuga, interroga la función del objeto en su constitución y en su restitución de la realidad. Este tipo de arquitectura ligada a la consideración del espacio como efecto de una indagación sobre la producción de metáfora y sobre las variables sociales, ambientales y psíquicas, tiene un alcance terapéutico.
En este sentido, el espacio no es sólo euclidiano, sino efecto de una indagación sobre el valor de la realidad como límite de posibilidad. Esa realidad es un punto de interacción y también de llegada, efecto no sólo de su época o de las consideraciones técnicas, sino de la consideración de la metáfora como emergente de subjetividad.
Una subjetividad se encuentra atravesada por la época, la geografía, los contextos históricos y sociales, las variables económicas. El efecto terapéutico de dichas intervenciones, sólo podrán tenerse en cuenta por la construcción de ese lazo complejo y topológico entre realidad y metáfora.
Lo primero que se construye es un lazo con la realidad. La realidad misma es un objeto que se construye como efecto de una intervención arquitectónica. Pero sólo una realidad será posible y plausible, como en el caso de la interpretación de los sueños: si el sueño es una vía regia al inconsciente, sólo hay una interpretación posible para llegar a él.
Una sola interpretación supone que no puede darse a priori, sino como efecto de una experiencia exhaustiva y de una escucha de cada uno de los vectores de fuerza: económicos, territoriales, subjetivos, históricos y sociales.
En un sentido, este modo de entender la arquitectura, como efecto de metáfora y de verdad, supone un alcance que roza lo sagrado, una cierta intemporalidad, que sólo puede definirse como acercamiento de las condiciones de posibilidad hacia su determinación. Esta nueva consideración de la temporalidad no tiene ninguna relación con el “time is money” de la producción capitalista y de la burbuja inmobiliaria a nivel mundial.
Es, asimismo, más compleja que la sola consideración de una arquitectura social.
Es lo porvenir, lo futuro, como efecto de una indagación que propone los rastros de un recorrido.
Espacio Metáfora significa aquí efecto de ese recorrido.
Si pudiéramos nombrarla social a esta práctica arquitectural, sería sólo a condición de una indagación que propone un más allá de los modos globales de interpretación y de los modos también globalizados de oposición. No es una arquitectura en el mercado sino más allá del mercado, en un aura de transposición de la experiencia que inevitablemente tiene que pasar por la experiencia de singularización. Esta arquitectura sí estará destinada a nombrarse arte, a decir arte, respirar arte, producir metáfora y garantizar entonces un desenvolvimiento más allá de las condiciones territoriales de globalización y asfixia progresiva.
El problema no es sólo cuántos, sino como de esos cuántos -variable espacial y cuantificable- se produce una singularidad en el fenómeno de espacialidad y promueve entonces área de respiración y mirada, un efecto en el que la arquitectura se roce con los bordes de la experiencia de una ciencia y una práctica de la naturaleza.
Esta naturaleza no es una botánica ni una biología ni una biopolítica, sino precisamente su desmontaje. Esta categoría no es la de las ciencias naturales sino la de las ciencias de la naturaleza, efecto lógico de esta indagación que ponemos a consideración como posible mirada y fenómeno de campo, tal como el psicoanálisis nos lo indica en la práctica clínica.
*Publicado en el libro Arquitectura del pensamiento global. Espacio público y subjetividad amenazadas (Ed. Diseño Editorial).
Etiquetas: Arquitectura del pensamiento global. Espacio público y subjetividad amenazadas, Bauhaus, Cristian Rodríguez, diseño, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo-, Fernando Falcón, Jacques Lacan, José Luis Juresa, L’IGH -Le Institute Gérard Haddad de París-, Pop art, Psicoanálisis, Sigmund Freud, urbanismo, Viviana Nigro