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Por Enrique Balbo Falivene | Portada: Erling Steen
Para la correcta utilización de este opúsculo se han de tener en cuenta tres principios: el primero indica que todo lo que es grisáceo tiende al gris pero raras veces lo alcanza; el segundo subyace en que la actualidad demanda que hablemos de ella en una eterna repetición (a un hombre le pidieron que contara cuántos chinos pasaban por su calle: contó veinte pero no explicó que era el mismo chino el que pasaba cada vez); el tercero y último es que si se escoge el blanco para pintar las paredes de la casa se le han de imponer unas gotas de negro, de lo contrario con el tiempo la pintura amarillea.
El manual.
La casa ha de carecer de cualquier dispositivo electrónico; la puerta de calle deberá ser ciega y no dispondrá tampoco de mirilla.
Es conveniente que la puerta se encuentre al final de un largo pasillo; de no ser así el encargado de la apertura (en adelante el abridor) deberá ejercitarse dando vueltas alrededor de una mesa o del mueble que escoja para tal fin.
Una vez sonado el timbre, chicharra, o aldaba, el abridor tensará sus músculos activándolos, con una dosis homeopática de epinefrina, para iniciar el proceso de traslado hacia la puerta. Si fuera sordo o tuviera dificultades auditivas, se recomienda instalar algún artefacto luminoso de aviso, como el de las ambulancias o bomberos.
El abridor será reconocido como tal por el resto de integrantes de la casa; en caso de no hallarse el sujeto activo la puerta permanecerá cerrada, o puede optar por la enseñanza y ejercicio de este manual para que en el futuro la apertura la ejecute un tercero.
En la acción de caminar hacia la puerta la respiración se hará por la boca para dotar a los músculos del oxígeno necesario sin desfallecer; cada tres pasos convendrá una respiración. Si el abridor no alcanzara este ritmo (inspiro, inhalo-espiro, exhalo) deberá hallar la cadencia que mejor le convenga.
Antes de realizar la apertura desde la manilla se hinchará la caja torácica para que el visitante comprenda en plenitud que este acto representa para el abridor la cotidianeidad.
Si es de día el abridor saludará con un Buenos Días; si es de tarde Buenas Tardes; si es de noche no dirá nada porque ya se sabe que de noche todos los gatos son pardos.
Una vez cumplida la apertura el abridor volverá a sus quehaceres fingiendo que no ha sufrido ningún trastorno mental ni malestares estomacales.
Los habitantes de la casa celebrarán en silencio tener bajo el mismo techo a alguien valiente capaz de abrir una puerta ignorando quién estará del otro lado.
Comuníquese, archívese y publíquese.
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