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25-03-2021 Notas

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Por Julián Ferreyra

I.

Habemus Papam (2011) es una comedia dramática dirigida por Nanni Moretti, en la cual un cardenal es elegido Papa en contra de sus más íntimos deseos. El mismo Moretti interpreta el papel de un psicoanalista que es convocado para ayudar al Papa a superar lo que para el resto del Colegio Cardenalicio sería algo parecido al pánico.

Sin embargo, una vez más, la realidad parecería superar a la ficción. No sólo porque el actual Papa es un argentino, sino también porque en 2017 nos enterábamos de que habría atravesado por motu proprio algo así como un psicoanálisis: “Consulté a una psicoanalista judía. Durante seis meses fui a su casa una vez a la semana para aclarar algunas cosas. Ella era médica y psicoanalista y siempre se mantuvo en su lugar. Después, un día, cuando estaba a punto de morir, me llamó. No para recibir los sacramentos, dado que era hebrea, sino para tener un diálogo espiritual. Era una persona muy buena. Durante seis meses me ayudó mucho, cuando tenía 42 años”.

No obstante, días atrás apareció una nueva entrevista que incluye, cual adenda o erratas, otra versión que rectificaría la anterior, aportando un titular aparentemente concluyente: “Nunca me analicé”. Claro está, aclarar a veces oscurece.

 

II.

Francisco concurrió sólo 6 meses. ¿Poco o mucho tiempo? Esa pregunta o no viene al caso, o no sirve, o es de esas que deben ser rectificadas. ¿No es acaso una eternidad lo que puede acontecer en el reducido tiempo de una sesión?

Se psicoanalizó siendo Bergoglio. Un Papa no adopta un nombre para su principado cual si se tratara de una (con) decoración. Se trata de un bautismo, pero también de un primer acto de gobierno. En el caso de Francisco este acto bautismal implicó un cambio de posición… política. Cuando era otro, se psicoanalizó. ¿Por qué no pensar que fue esta experiencia la que le permitió, a posteriori, ir más allá de su nombre, de sus dilemas mundanos como arzobispo argentino, tomado por roscas y pequeñas diferencias con otros semejantes? ¿Por qué no conjeturar o ficcionar que Francisco es el nombre de analista de aquel Bergoglio analizante?

El tratamiento transcurrió entre 1978 y 1979, enmarcándose en el período en que Juan Pablo II había oficialmente prohibido las psicoterapias para sacerdotes. Esto no lo inscribiríamos como una transgresión, ya que no han sido nunca los jesuitas demasiado obedientes del Santo Oficio. Pero sí resulta relevante que el actual Obispo de Roma se haya analizado en tiempos de Terrorismo de Estado en nuestro país.

 

III.

Al respecto, hace más de un año y antes de leer las nuevas declaraciones, me había formulado las siguientes preguntas: ¿Buscaría refugio? ¿Habrá encontrado un lugar para formalizar alguna pregunta ética acerca de su posición de referente eclesiástico en el marco de la represión y la tortura? ¿Hubo algún pecado terrenal de imposible resolución por la vía de la absolución divina? ¿La impotencia quizás sentida habrá sido intolerable, al punto de llevarlo a eclosionar neuróticamente? ¿Qué le permitía un psicoanálisis que un dispositivo confesional clásico no? ¿Un más acá o más allá de la fe? ¿Qué habría en dejarse tomar por la palabra, la suya y no la de Dios, que lo interpeló? ¿La posibilidad de una escucha de alguien Otro ─esa analista mujer, judía─ le resultaría menos áspera, más hospitalaria? ¿A qué se referirá el Papa cuando en la cita del principio dice haber concurrido para “aclarar algunas cosas”?

En aquel entonces me detuve en la formulación de estas preguntas, que elegí dejar sin responder. Procedimiento que sostendré a pesar de lo que la nueva entrevista pudiera suturar con sus respuestas; no por temor a la reacción de historiadores, psicoanalistas ortodoxos, teólogos o incluso, de la “opinión pública”, sino porque mejor que especular es ficcionar.

El por entonces superior provincial jesuita vivía en Buenos Aires. De ahí que nada nos impide suponer, ficcionar, que Francisco se analizó en Villa Crespo, que es un barrio sincréticamente judío. Desde este interés por la ficción, por añadidura, advino lo que en términos freudianos denominamos construcción: en este caso, una investigación profanamente ensayística sobre psicoanálisis, religiosidad y política que en mucho supera, pero sintomáticamente representa, la figura del actual Papa. Un ensayo antes que la elucubración de un “caso clínico” condenado a la banalidad del mal/del psicoanalismo.

 

IV.

Como la repetición exige lo nuevo, aquí lo dicho en una entrevista muy reciente: “Fui a ver entonces a una señora (…), la consulté una vez por semana (…) No era psicóloga, era psiquiatra. A lo largo de esos seis meses me ayudó a ubicarme en cuanto a la forma de manejar los miedos de aquel tiempo (…) La tensión que me generaba era enorme (…) El tratamiento me ayudó además a ubicarme y a aprender a manejar mi ansiedad y evitar el apresuramiento a la hora de tomar decisiones (…) Los consejos y las observaciones que ella me dio me fueron muy útiles (…) Le guardo una enorme gratitud. Sus enseñanzas me son aún de mucha utilidad hoy en día”.

La declaración no se detiene en el testimonio autoficcional, sino que avanza hacia sus pares: nada más y nada menos que la formación de un sacerdote. O con Lacan, sobre el Seminario: “Yo soy muy abierto y en ese punto (…) estoy convencido de que todo sacerdote debe conocer la psicología humana”.

De lo anterior podría argumentarse desde una genuina incredulidad, respondiendo que se trata de una generalidad que intenta algo más o menos políticamente correcto. No obstante, lo que sigue esboza la formulación de un problema y una toma de posición que en mucho rebasan el sentido común: Lo que no veo del todo claro es que un sacerdote haga psiquiatría, debido al problema de la transferencia y la contratransferencia; ahí se confunden los roles, y entonces el sacerdote deja de ser sacerdote para pasar a ser el terapeuta, con un nivel de involucramiento que después hace muy difícil tomar distancia”.

A confesión de partes, ¿relevo de pruebas? No interesa demostrar o falsear lo dicho. Diremos empero que no cualquiera está advertido de los riesgos de la transferencia, a menos que haya navegado por esos mares: sentimiento oceánico antes que místico o divino. Pero no hay aquí compulsión al di-agnóstico, ya que no hace falta nombrar psicoanálisis a un psicoanálisis; no hay imperativo moral o intelectual en torno a caracterizar así a un dispositivo circunscripto a la neurosis de transferencia freudiana. Pero si tiene cuatro patas, mueve la cola y ladra…

 

V.

Su nueva confesión, o contrafesión, nos permite asociar a la criolla, y nos resuena el “nunca me metí en política, siempre fui peronista” que Osvaldo Soriano le hizo decir a uno de sus personajes, y que Leonardo Favio puso en boca de Gatica, el Mono: sintagma que ilustra con agudeza la negación freudiana y su parentesco con el chiste, expresión de picardía y rebeldía popular que sería funestamente pervertida en los años oscuros de violencia y/o antipolítica desde el siniestro “no te metás”.

Como entrevistador en esta adenda, el diagnosticador serial Nelson Castro no se privó de contribuir con su sesgo médico-hegemónico y sensacionalista, tal como lo demuestra el título de su próximo libro del cual la entrevista es adelanto: “La salud de los Papas. Medicina, complots y fe”. Quizás Francisco se abstuvo de mostrarse menos concluyente y renegador por advertir el potencial sesgo medicalizante que podía imprimirse en lo que siguiera, habida cuenta de la banalidad malvada de su interlocutor.

Como sea, es probable que se esté terminando de confirmar una cuestión: guste o no, los combates en torno a Francisco no se (auto)limitan a una dimensión coloquial o clásica de la política (peronismo-antiperonismo o cualquier subrogado de eso que llaman “la grieta”), sino que incluyen la discusión política sobre la ética en las artes de escuchar, curar y cuidar. Contienda que tiene como horizonte la disputa por el territorio de la ficción-real antes que una miserable autolegitimación corporativa en torno a “El psicoanálisis”.

Aquí una propuesta para lo que sigue: ni psicoanálisis (que deviene psicoanalismo), ni solamente ficcioanálisis, plausible de volverse mala literatura, sino la posibilidad de un contraficcioanálisis como metodología. Antes que vigilar y castigar, debatir y combatir.

 

VI.

Cualquiera sea la entrevista que elijamos seguir, (contra)ficcioanalizando, llama la atención la idea de que alguien concurra a algo parecido a un psicoanálisis como medio para “aclarar”. Antes decíamos que si se aclara puede llegar a oscurecerse, y es esto mismo lo que acontece en un tratamiento, en una sesión cuaquiera. Por supuesto que también se producen saldos de mayor esclarecimiento, nadie lo negaría. No obstante, que el intento por aclarar resulte fallido y oscurezca no es precisamente una mala noticia, sino un interesante efecto paradojal. No toda claridad es necesariamente certera, útil y provechosa.

Existe una dialéctica que se juega entre claridad y oscuridad en un psicoanálisis, en el tiempo de una sesión, y en el trabajo propiamente dicho que realiza quien se analiza. Un claroscuro habitable, tal como la ficción real que implica esta experiencia: divino en tanto finaliza abrazando su incompletud.

De ahí la parábola freudiana, con su potencia ética y estética antes que terapéutica: “Cuando el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, mas no por ello ve más claro. Pero antes bien, sea el Papa o cualquiera más o menos argentino y porteño, se tiene siempre una (no)relación con el psicoanálisis: en algunos casos, y a pesar del propio espíritu santo, se nota. En psicoanálisis también nos conciernen los pequeños gestos.

 

VII.

En 2019 el film Los dos Papas planteó un ficticio y potencialmente verosímil encuentro entre Benedicto XVI y el Cardenal Bergoglio, que antecedería causalmente al renunciamiento del primero, así como también a la elección o bendición hacia segundo para ocupar la diócesis de Roma. Quizás por casualidad divina, o por intencionalidad de montaje estético-cinematográfico, la que podríamos denominar como “escena de confesión” de Benedicto a Bergoglio se realiza en una recámara parecida a una sacristía, contigua a la majestuosa Capilla Sixtina. Allí, hacia un costado, ambos están sin mirarse para mantener la habitual disposición de la confesión… sentados en un diván rojo carmesí. Se trata de una escena freudiana, no tanto por el diván —que es finalmente un componente fetichista— sino por la metáfora de la contigüidad, de la Otra escena que es lo inconsciente.

Con premonición terrenal o divina, el título de este film demuestra que siempre hay al menos dos Papas, y que entre éstos se recorta un territorio de disputa y conflicto que no cesa de no escribirse. Quienes prefieran recen por él y, quienes no, empecemos a indagarlo, sintomatizando y contraficcionalizando.

 

VIII.

¿No será hora de revisar qué entendemos por “Iglesia” en psicoanálisis? ¿No hemos literalizado el término, y consecuentemente reducido la crítica del fenómeno institucional a un mero hecho organizacional? ¿No estamos demasiado cómodos en esa diferencia maniquea entre Iglesia o fenómeno de masas y Psicoanálisis? ¿Tan seguros estamos de estar curados, exorcizados, de no ser más papistas que el Papa en nuestro ejercicio actual? Ante un fenómeno histórico tan complejo como la religiosidad, en especial la religión católica y su influencia en nuestra cultura popular, ¿alcanza con respuestas snob que, en vez de protestar, se asemejan a berrinche infantil, a oposición neoprotestante?

¡¿Cómo puede ser que a ningún/a colega se le haya ocurrido meditar críticamente sobre un punto de inflexión en nuestra cultura, a saber, que el actual Papa sea argentino y que posiblemente se haya analizado?! ¿Será que, nuevamente, la respuesta a esta última pregunta implica un pueril sentimiento de extraterritorialidad de ciertos psicoanalistas respecto de nuestra cultura?

Quizás ahora, luego de esta nueva entrevista, la cuestión comience a resultar interesante para el mainstream analítico. Empero, sería una lástima que el interés suscitado provenga de una trillada consigna corporativa, “defender el psicoanálisis”: con la excusa del heroísmo, uno carente de tragedia, conjuran toda clase de performatividades maliciosas, lugares comúnmente elitistas, apoliticismo gorila disfrazado de ascetismo afrancesado. Dicha posición defendida resulta éticamente inconveniente y concretamente ineficaz.

Combatiendo lo anterior, dejo al menos planteada una tesis provisoria que desarrollé en otro lugar, a saber, que el significante Francisco ha venido a sintomatizar la relación entre psicoanálisis, catolicismo y cultura popular argentina; vino, afortunadamente, a interpelar la política en psicoanálisis.

 

IX.

Si nos corremos del rumiar obsesivo por “la” verdad y su degradación unívoca, totalizante y lineal, podemos hacer advenir una lectura igualmente sensata, a través de las licencias poéticas de un síntoma: (contra)ficcioanalizar antes que psicologizar, pensar antes que escribanear, discutir lo equívoco de la realidad antes de condenarla a ser “historia oficial”.

Desde esta posición, resulta muy interesante este “no me analicé” dicho por el Papa, justamente por lo que sucede después. En cuanto prosigue su relato aparecen imágenes, tonalidades y algunas bellas parábolas fieles a su estilo criollo, que sintomatizan su negación: “A las neurosis hay que cebarles mate. No solo eso, hay que acariciarlas también, cuidarlas (…) La persona debe estar atenta a la neurosis, ya que es algo constitutivo de su ser (…) son compañeras durante toda su vida”.

Quien se analiza ha experimentado que las palabras pueden acariciar y también azotar. Es, antes que el erudito, quien puede transmitir algo imposible desde la sencillez. No es trivial ni frecuente que un sacerdote, o quien sea, dé cuenta públicamente del poder de la escucha: eso de lo humano que nos recuerda mortales en tanto hablantes. Analizando literaria antes que analíticamente su discurso, olfateamos algo parecido a la experiencia de un psicoanálisis: lo importante suele ser eso de menor importancia, esos jirones del decir, eso que es “secundario”. ¿Era Dios o el Diablo el que estaba en los detalles?

A pesar de Castro, la entrevista también aportó sutilezas entrañables que nos recuerdan la bella espiritualidad humanística de Psicopatología de la vida cotidiana.

 

X.

Para evitar especular sería prudente otorgarle el mismo estatuto de verdad [a medias] que conjeturaríamos ante quien afirmase rotundamente “yo me analizo”: psicoanalizarse no se reduce a una proclama, ya que mejor que decir es hacerdecir. Puede haber ejercicio sin proclama, o viceversa. “Verdad” no es el reverso de “mentira”, y rechazar lo inconsciente no necesariamente coincide con el rechazo o los reparos ante el psicoanálisis.

¿Qué hace a un sujeto sino esa división que lo sitúa entre al menos dos versiones?

El pasado 2 de marzo en Instagram, Francisco recordó que la confesión sirve “para pasar de la miseria a la misericordia”. ¿No hay acaso un eco familiar, freudiano, de “transformar miseria neurótica en infortunio cotidiano”?

Aún hoy, “¡eso [no] es psicoanálisis!” sigue, cual falso rosario normativo, sonando en boca de monaguillos timoratos y acomodaticios. Comulgar ese rezo no me interesa, y por ello me limito a titular con signos de pregunta. Al más allá posibilitado por sus respuestas me remito, sin dudar ni aseverar, para seguir haciendo-pregunta. Por razones clínicas, éticas y políticas prefiero seguir sosteniendo la creencia, la fe poético-ficcional, de que el Papa Francisco se psicoanalizó en Villa Crespo.

 

 

 

 

*Autor de #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos (La Docta Ignorancia, 2020), donde se incluye “El Papa Francisco se analizó en Villa Crespo”.

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