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Por Marcelo Zumbo
Se cumplen hoy tres décadas del día que Serge Gainsbourg se mudó del 5 bis de la Rue Verneuil al Cementerio de Montparnasse (vecino a Jean-Paul Sartre – Simone de Beauvoir y Charles Baudelaire), y de ahí a la posteridad. El suceso fue noticia sólo en Francia, y sus compatriotas se enteraban de la pérdida de uno de sus hijos dilectos. Próximo a cumplir 63, ni siquiera el notorio deterioro físico del que el propio Gainsbourg venía haciendo alarde desde hacía más de una década tenía preparado al público para recibir la noticia. Y, mientras en Francia nacía el mito, en el resto del mundo comenzaba a descubrirse la existencia de un artista vital que supo representar, describir y burlarse a la vez, de la idiosincrasia parisina en plena efervescencia de posguerra.
Hijo de inmigrantes rusos, en su adolescencia Lucien Ginzburg padeció en carne propia la ocupación nazi luciendo orgulloso su “estrella de sheriff” ante sus compatriotas colaboracionistas primero, y luego refugiándose en la profundidad de los bosques mientras las SS buscaban judíos. Si bien fue poeta, escritor, actor, director y pintor, destacó fundamentalmente como músico, compositor y cantante. Formado en Bellas Artes, la pintura era la disciplina que le apasionaba, y aunque aprendió a tocar el piano obligado por su padre, la necesidad hizo de su ductilidad como músico una virtud: Lucien consideraba la música un arte menor, incluso más que la escritura, que también supo dominar.
Persuadido a instancias del escritor Boris Vian, rebautizado Serge Gainsbourg, entendió que habiendo pasado la barrera de los treinta, no quedaba margen para el desprecio al jazz, la chanson y el ye-yé si pretendía salir de la casa de sus padres y vivir del arte. Consideraba a la incipiente nueva ola musical como una forma de degradación, y fue así como se aprovechó para corromper a la inocente juventud francesa, utilizando a los nuevos ídolos como medio para burlarse y provocar a la pacata sociedad de comienzo de los ’60. “Crear manzanas envenenadas” era la premisa para darle al público lo que el público quiere, pero aún no se anima a aceptar.
Provocador y seductor precoz, se abrió paso en los bajos fondos de la noche parisina, en un ámbito que no le resultaba cómodo. En uno de los cabarets donde solía amenizar veladas transfiguradas entre humo y alcohol fue que lo conoció la diva Juliette Gréco, a pedido de quien escribió La javanaise en 1962. Más allá de que la colaboración entre ambos no trascendió esta experiencia creativa, el reconocimiento que comenzó a obtener Gainsbourg significó el espaldarazo que necesitaba para dar forma a una carrera como compositor primero, y luego como intérprete. Contribuyó con sus canciones para talentos de la talla de Francoise Hardy o Petula Clarke.
“Si le gusta a tus padres, es una mierda”
Dentro de los rígidos límites del oficio de compositor “a sueldo”, Serge Gainsbourg halló un resquicio para empezar a ganar dinero, pero además para satirizar e interpelar la moral de los sectores más pacatos de la sociedad. Lo hizo con algo de pudor (se refería a ellas suyas como “mis cancioncitas de mierda”) utilizando a las ocasionales intérpretes de sus creaciones como medio. Será France Gall con quien Gainsbourg tenga su experiencia más atrevida y exitosa hasta ese momento, una adolescente virginal a quien la industria intentó poner al frente de la nueva ola musical francesa. La joven dejó de ser una promesa cuando obtuvo el primer premio en el Festival de Eurovisión 1965 con Poupée de cire, poupée de son (Muñeca de cera, muñeca de sonido bien podría aludir a la voluntad manipuladora de él para con la cándida intérprete), haciendo ambos su ingreso a las ligas mayores del pop en Francia. Pero la jugada más arriesgada la hizo con la Les Sucettes (algo así como Los chupetines), una ridícula oda a la felación que en boca de Gall sonaba a jingle publicitario de golosinas para niños. Gainsbourg se reveló como poseedor de amplios recursos literarios para la burla y el sarcasmo, creando malentendidos, juegos de palabras con doble sentido y sofisticadas figuras retóricas que hicieron que la joven no comprendiera el sentido de lo que cantaba, sino hasta bastante más tarde, lo que la hizo sentir ridiculizada por mucho tiempo.
Iniciales BB
La carrera como solista de Serge Gainsbourg ya había comenzado hacia fines de la década anterior, y luego de diez años contaba ya con cinco discos publicados (de una factura que conciliaba chanson en clave de jazz y varieté), pero el reconocimiento y la popularidad le eran aún esquivas. Luego de la experiencia como compositor fantasma para diversas artistas, Gainsbourg entra en confianza con el mundo del pop, e incursiona en un camino como artista maduro explotando sus dotes de crooner con su voz tallada con alcohol y Gitanes, como niño terrible y provocador sofisticado. Hará de la irreverencia una postura, y de la estética de la sexualidad un postulado ideológico. El trabajo en colaboración con Brigitte Bardot daría comienzo a una redefinición conceptual de su música, más en sintonía con las tendencias del momento, esas a las que los Beatles les marcaban el ritmo con cada paso que daban. Con Je t’aime, moi non plus, canción que compuso a pedido de Bardot mientras tenían un affaire prohibido (“quiero que hagas para mí la mejor canción de amor del mundo”), es que Serge Gainsbourg hace su estreno como rockstar. Bajo un paisaje musical sugerente, una poesía y una interpretación explícitas y a dúo ente ambos, los gemidos femeninos incluidos en la pista aseguraban una cita con el escándalo y la censura. La canción se llegó a radiar muy pocas veces, pero las suficientes como para que la propia Brigitte se asustara por la “veracidad” de la performance del dueto y las consecuencias con su pareja del momento, y pidió que sea retirado de la venta, cosa a la que Gainsbourg accedió. Así, la versión original de Je t’aime, moi non plus debió esperar casi dos décadas para ser publicada, y la relación personal y profesional entre ambos se terminó.
Poco tiempo después, Gainsbourg conoce a la modelo inglesa Jane Birkin, y comienzan la relación más importante, inspiradora y duradera en la vida de él. La carta de presentación de la pareja sería precisamente una nueva versión de Je t’aime, moi non plus: la canción los convirtió en la pareja símbolo y pionera de la revolución sexual en Europa, en íconos eróticos inclusive a pesar del poco agraciado biotipo con el que fue dotado Gainsbourg. De manera inevitable, la nueva y definitiva publicación de la canción se convirtió tanto en un suceso comercial como blanco de acusaciones y objeto de escándalo y censura. Años más tarde, Gainsbourg recordó que el éxito desmedido que tuvo Je t’aime, moi non plus se debió a que contó con “la suerte de tener al Vaticano como agente de publicidad”, debido a que L’Osservatore Romano condenó la canción al infierno.
Lolita
Artísticamente, Gainsbourg asiste al ocaso de la década en un punto transicional. Con la incursión en los parámetros estéticos más frívolos del pop, además de los gestos desafiantes hacia cierto orden establecido, consiguió que el mundo deposite su atención en él. La fiesta de los ’60 se terminó con las experiencias decepcionantes del mayo francés, el hippismo y la guerra, y Serge Gainsbourg inició los ’70 intentando un camino más sofisticado, personal y oscuro, sin abandonar la irreverencia y la provocación. En su próximo álbum, Histoire de Melody Nelson (1971), complejiza una las obsesiones que supo exhibir desde hacía algunos años: no sorprendía saber que Gainsbourg tenía Lolita de Nabokov en su mesa de noche habiendo escuchado Les sucettes como un flirteo con la corrupción de menores. El disco cuenta la historia de amor entre una quinceañera y un hombre que accidentalmente la atropella con el auto, hecho a partir del cual ambos establecerán un vínculo emocional. Relatado en primera persona, y con intervenciones de Jane Birkin en el rol de la joven Melody (tanto desde la foto de portada del disco, semidesnuda caracterizada como pre adolescente, y con sus intervenciones vocales cuasi infantiles), Histoire de Melody Nelson es una obra conceptual. Montada sobre un Gainsbourg recitando con voz de ultratumba, unas bases funk que aportan sensualidad y oscuridad, y arreglos orquestales soberbios que se desarrollan entre la calma y la demencia con el mismo pulso dramático. Si bien el disco no movió el amperímetro de las listas de ventas, obtuvo reconocimiento artístico: la crítica consideró al disco como “el primer y verdadero poema sinfónico de la era pop”, y permanece al día de hoy, próximo a cumplir medio siglo de su publicación, como su trabajo más maduro, sofisticado y perturbador.
Gestando a Mr. Hyde
A esta altura, Serge Gainsbourg ya se movía como pez en el agua, tanto en su rol de músico como en el ámbito de la sobreexposición; así, la década transcurrió entre provocaciones sin sentido y creaciones grandilocuentes. Probablemente su composición más trascendental haya sido el sigiloso desarrollo de su costado excesivo: Gainsbourg comenzó a construir un alter ego basado en sus rasgos más autodestructivos, llegando a mostrar una imagen decadente que coronaría con el seudónimo Gainsbarre. En 1973 sufrió su primer infarto, al que supo explotar para obtener atención mediática pero no para aminorar la marcha. Retomó la sátira con la simbología nazi para escandalizar como cuando era un niño en Rock around the bunker (1975), volvió a realizar un álbum conceptual donde intentaba repetir la jugada de Histoire de Melody Nelson pero dejando de lado toda sutileza poética, y con la mira musical un poco extraviada con L’homme à tête de chou (El hombre cabeza de repollo, 1976), donde coquetea gratuitamente con la misoginia: es la obsesión de un hombre que se enamora de Marilou, una peluquera negra a la que termina asesinando por celos con un matafuegos, para acabar sus días en una institución psiquiátrica, imaginando que su cabeza es un repollo. El cierre de la década lo encontró, para variar, intentando desafiar e incomodar, con una adaptación de La Marsellesa en clave reggae, su nueva obsesión musical. Para ello, se radicó un tiempo en Jamaica para registrar Aux armes etc (1979) con parte de The Wailers, (incluida Rita Marley, con quien grabó unas piezas sugerentes que hicieron rabiar al propio Bob). Si hay algo sagrado para los franceses, eso es su himno nacional: así fue que la presentación del disco incluyó incursiones de ex combatientes amenazando de muerte al propio Gainsbourg y a todos los músicos, todo ello combinado con un rebrote de nacionalismo y de antisemitismo.
https://www.youtube.com/watch?v=CrAOw5i9UwM&ab_channel=mynciee
Con el ocaso de los ’70 se cerraría una etapa en la vida del cantautor: cansada de su comportamiento y actitud, Jane Birkin lo dejaría solo tomándose en serio a su personaje. Este alter ego de su propia decadencia que Gainsbourg venía componiendo desde hacía algunos años y bautizó como Gainsbarre, se fue transformando en una especie de grotesco que avecinaba un desenlace no muy feliz. Su modo de provocar en los ’80 trocó en algunas actitudes y gestos de dudoso gusto, como exponer a hija pre adolescente Charlotte, a insinuar situaciones de incesto en la canción y video clip de Lemon incest, publicar grabaciones sin consentimiento de los gemidos orgásmicos de su pareja en Love on the beat (1984), así como sus habituales y cuasi vergonzosas incursiones en televisión, donde llegó a quemar dinero, insultar al socialismo o espetarle a Whitney Houston un insultante “te quiero coger”.
Legado y posteridad
Como Gainsbarre transitó los últimos años de su vida convertido en una parodia de sí mismo, borracho y perdido tras una columna de humo, como la caricatura de su alter ego que resignó creatividad en pos de impactos instantáneos ajenos a la creatividad. Así y todo, su errática performance, tanto artística como mediática, no logró opacar una carrera prolífica y significativa que supo revitalizar la música urbana francesa, llevándola fuera de los límites nacionales a Europa primero, y al resto del mundo más tarde. La personalidad creativa de Serge Gainsbourg dejó una marca inconfundible, y un legado difícil de enumerar, pero que incluye figuras de la talla de Cibo Matto, Cat Power, Marianne Faithful, Tricky, Portishead o Jarvis Cocker. Por ejemplo, Mick Harvey, lugarteniente musical de Nick Cave durante casi treinta años, dedicó cuatro discos de su carrera como solista para homenajearlo: tres con las canciones de Gainsbourg como intérprete, y un cuarto con las que supo componer a pedido de diversos artistas en los ’60.
Aunque en los últimos años de su vida apareció empeñado en desplazar su talento y prestigio, ni el propio Gainsbourg pudo hacer olvidar el tamaño de su obra. Una pista para entender su dimensión y entidad como artista, y el significado para la cultura francesa de la segunda mitad del siglo XX, nada menos que las palabras con que François Mitterrand se refirió en su despedida, como “nuestro Apollinaire, nuestro Baudelaire, quien elevó la canción a la categoría de arte”.
Etiquetas: Brigitte Bardot, France Gall, Jane Birkin, Marcelo Zumbo, Música, Serge Gainsbourg