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Por Guillermo Fernández
Cualquier lector que recuerde El incendio y sus vísperas (1964) de Beatriz Guido se debe haber detenido con seguridad en la minuciosidad de la escritora en describir los estertores de la clase aristocrática argentina. Seguro, que no debe haber dejado pasar por alto ese almuerzo en el que los Pradere preparan la mesa y acomodan los platos decorados con los rostros de la Revolución Francesa. Había personajes en esa familia de estirpe en decadencia que, según la empleada que disponía los cubiertos según las órdenes recibidas, merecían un rostro proveniente de lo más refinado y perverso de Europa.
Leer a Guido y después asistir la filmografía de su marido Leopoldo Torre Nilson consistía en un compromiso obligado de aquel sector que asentía en cada una de las palabras de la novela su desdén al peronismo y a todo aquello que oliera a ropa sucia por horas de trabajo. Lejos estaba la literatura de Beatriz Guido de los círculos académicos y tampoco el cine de Nilson pudo superar el solo hecho de ocupar un lugar en el catálogo de directores nacionales. Se menciona, sí, pero no se lo rescata como innovador de la pantalla de la calle Corrientes.
Resulta interesante pensar cuál era el acontecimiento que provocaba esa lectura rápida, sin mucha complejidad sintáctica, con un narrador fijo que nunca iba a provocar sobresaltos. Estaba todo preparado para digerir sin mucho obstáculo.
¿Cuál era entonces el motivo de que los libros de Guido y de su compañera Marta Lynch en estilo fueran lanzados al mercado y con rapidez fueran “devorados” por los lectores? ¿Una trama que exhibía una decadencia de una “familia de bien” podía sugestionar a la clase media hasta el punto de apurarse a concluir la novela?
Fin de fiesta (1964) de su misma autoría, con idéntica prosa y objetivo contó con el mismo éxito. También Silvina Bullrich (Los burgueses, 1964) obedeció al hecho de entristecer y adormilar al público en un sueño que aplastaba cualquier intento de acercarse a una clase social que se agitaba por lograr un protagonismo.
La lista es larga porque siempre hubo un costado de la literatura argentina y también mundial que subyugó a los editores a partir de las ventas y de la mención en los suplementos culturales que se leen rápido, con tanta celeridad como requiere la venta.
El crítico italiano Andrea Cavalleti escribe Sugestión. Potencia y límites de la fascinación política (2015). En su agudo análisis apunta a la oratoria que arrastra hasta el punto de que los oyentes caen en una suerte de hipnosis, un segundo sueño, en el que son transportados sin tener en claro cuál es la realidad que se vive. Son los grandes discursos de las dictaduras en las que el énfasis ensordecedor abandona lo estético y apunta a lo político.
El autor menciona la escuela y a su estrategia de crear “ejemplos” que provocan columnas de estudiantes que se mueven con pasos programados desde una pizarra siempre llena de tiza. El cine apuntó a este ejército de “soldaditos” en The Wall (1982) de Alan Parker con la música eterna de Pink Floyd y el guión de Roger Waters. La canción Otro ladrillo en la pared del filme logró la metáfora adecuada para demostrar cómo se construye un “muro al pensamiento”.
Ahora bien, no es probable que Beatriz Guido, Silvina Bullrich y hasta el mismo Alan Parker hayan leído a Andrea Cavalletti, pero existe una ensoñación, un letargo premeditado para sodomizar que se reitera época a época.
¿Podemos afirmar que el hombre y la mujer nacen “dormidos” y proclives a caer en un estado de inconsciencia que los lleva a no reconocer aquello que opera más allá de la superficie? ¿Por qué el mundo de las ideas tuvo y tiene que batallar con el hecho de sacudir, arrancar de una cama que acostumbra a lo placentero?
Se viven imágenes continuas y deglutidas de antemano como para no provocar mucho esfuerzo. Quizás la peor violencia resulte de aceptar sin demasiada resistencia un camino sin recovecos, con mucha luz para enceguecer, y esa voz de las madres a la noche que narran los cuentos para calmar y ocultar miedo.
Esa monotonía maternal, dulzona, con rima para que todo cuadre quizá sea la causante de que formemos filas encuadrados hacia un destino que cada día nos pertenece menos y nos acobarda en un rincón de la habitación, con la luz prendida para que la voluntad no nos tome por asalto.
Freud ha sabido analizar con certeza ese ritual de las madres que poseían sin conocerlo la voz de una sintaxis que se adhería a los oídos para que no se escuchara el auténtico sonido.
En algún momento se rechazará el Canto de las Sirenas y se podrá regresar, como Ulises, sano y salvo a Ítaca.
Etiquetas: Alan Parker, Andrea Cavalleti, Beatriz Guido, Guillermo Fernandez, Leopoldo Torre Nilson, Marta Lynch, Pink Floyd, The Wall