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Por Federico Capobianco | Portada: Colectivo por la Memoria Chivilcoy
Hay una frase en las primeras páginas del libro que bien podría explicar el porqué de su aparición; o de cualquier libro que apele a lo mismo: la reconstrucción de la memoria colectiva. Son apenas unas pocas palabras pero demasiada la contundencia: “la historia de la humanidad es realmente terrible”. Podríamos preguntarnos entonces, ya que es realmente terrible, si su estudio no genera un malestar innecesario. Bueno: no. Todo lo contrario: se necesita. La historia, ese objeto que ya no existe, es producto del presente y no al revés. Por tal razón debe abordarse desde todas sus aristas, incluso las tortuosas -¿existen otras acaso?-, para que su problematización genere las preguntas correctas que el presente necesita para su reconfiguración. Ese acto, sumamente ideológico y político, lleno por eso de tensiones –y por tal propio del presente- es la construcción de memoria colectiva.
Ahora bien, cuando se piensa en historia y memoria una macrohistoria nacional aparece desde el fondo de los mares para tragarse todo; para abarcarlo todo. ¿Qué sucede con la historia y la memoria de las calles de las pequeñas ciudades del interior? ¿Solo allá sucedió el horror? ¿Qué pasó acá mientras los ojos estaban enfocados en los grandes centros urbanos? ¿Qué queda por contar en la periferia cuando el monólogo sucede en el centro? El fuego de su sangre. Memorias de las víctimas del terrorismo de Estado en Chivilcoy, escrito por Enrique Yapor y Germán Gusmerotti es un libro que solo con su aparición da cuenta de cuánto faltaba una investigación así que permita entender que el horror de nuestra historia reciente también se vivió acá y rompa con ese imaginario colectivo –que retoma el libro como punto de partida- de que acá, en Chivilcoy, no pasó nada.
Germán Gusmerotti es Profesor de Historia y parte del Colectivo por la Memoria en Chivilcoy, del cual también forma parte Enrique Yapor. En comunicación con Polvo, Gusmerotti cuenta “que en nuestra ciudad existe un imaginario de que el terrorismo de Estado -que identificamos anterior al año 1976- y la última dictadura cívico-militar-religioso no provocó grandes impactos o secuelas sociales, políticas y económicas en Chivilcoy; esto es: tejido social roto, generaciones diezmadas por la violencia del Estado y los grupos facinerosos de la derecha reaccionaria, disciplinamiento obrero y popular, aumento de la brecha social y económica entre privilegiados y no privilegiados, entre otros. En cambio persiste la impresión, la imagen falsa instalada como verdad, de que esto sucedió solo en los grandes centros urbanos donde la lucha popular fue más resonante o más impactante”. Y agrega: “a su vez, en ciudades medianas o pequeñas como la nuestra, existen estructuras disciplinares individuales y colectivas que por la cercanía física y emocional de las personas en sus vidas cotidianas hacen que los hechos de violencia se sientan como fuertemente amenazantes. Ante el peligro que parece inminente, la psiquis humana tiende a refugiarse y aislarse en la comodidad. Una de las consecuencias más lamentables es que quien se convierte en víctima termina siendo el chivo expiatorio de los victimarios, y se lo aísla y señala para desligarse de un destino similar. Por lo tanto hay que romper con ese individualismo y egoísmo escapista expresado en la frase algo habrán hecho o por algo se lo llevaron.”
Entonces, ¿cómo llevar adelante un proceso de investigación en una ciudad cuyo sentido común es negar u omitir el pasado? ¿Cómo romper ese imaginario fuertemente arraigado? “En primer lugar se debe hacer un trabajo de desocultamiento individual de las formas en que la dictadura vive en nosotros, esa represión y dominación imperceptible e inconsciente que nos acompaña día a día internalizando la dominación, naturalizándola y formando sistema con ella. Luego es necesario abrir este ejercicio, buscando causalidades y consecuencias de los actos individuales en la vida colectiva, compartiendo con los demás experiencias similares; el acto de generar una grieta en el discurso hegemónico que se instala como sentido común permite una salida en este sentido. Luego hay que hacerlo público: mencionar a las víctimas del terrorismo de Estado en nuestra ciudad, mostrar sus rostros y darle lugar a sus ideas los aleja de la figura fantasmal para acercarlos lo más posible a la vida que les quitaron. Esto ya no está oculto y ahora no es posible desconocer”.
Las diferencias en la generación y distribución del capital simbólico entre centro y periferia no solo son claramente notorias sino también se presentan como insalvables. Su injerencia se puede percibir, por ejemplo, en las emisiones diarias de los grandes medios de comunicación. ¿Qué sucede en materia de derechos humanos en la periferia? ¿Cuáles son las deudas al respecto? Para Gusmerotti hay que “conocer y reconocer que no hubiera sido posible semejante aparato represivo y de terror durante el golpe cívico militar y religioso sin el apoyo decidido de una ciudadanía que por acción u omisión lo sostuvo. Esto implica pensar que la microhistoria local está íntimamente vinculada a la macrohistoria nacional, y que nuestra ciudad y nosotros mismos formamos parte. Por otro lado, nombrar y decir que las víctimas vinculadas a nuestra ciudad pensaban en un mundo mejor mientras a su alrededor merodeaban y se transformaban en lobos con pieles de cordero lo represores que luego acabaría con una generación diezmada. Chivilcoy también los tuvo y en nuestro libro los nombramos para que ya no queden más ocultos sus horrores.”
Ahora bien, para empezar a saldar tales deudas con la memoria colectiva local hay que crear un terreno apto, un espacio donde confluyan personas con inquietudes similares. Uno de ellos es el Colectivo por la Memoria Chivilcoy. “Hace aproximadamente 4 años y medio, cuenta Gusmerotti, en el contexto de las derrotas de gobiernos progresistas y populares en América Latina, nos encontramos ante la desesperanza parcial o las faltas de respuestas claras y de horizontes posibles para quienes compartimos miradas críticas sobre la situación social, política y económica del país. Era necesario buscar bases donde apoyarse para salir adelante, ideas donde nutrir de significados la derrota para pensar en los cambios futuros, y experiencia de luchas colectivas que sustentaran nuevamente la esperanza. Pensamos que además de recrear la historia como mero pasado, teníamos que generar instancias de construcción colectiva de las Memorias, para que las vidas de aquellos se enlacen con las nuestras y las de muchos más. Es así que con estas voces que se sumaban se conformó el Colectivo por la Memoria Chivilcoy, que tiene por objetivo multiplicar estas historias pero sobre todo, pensar colectivamente un pasado, un presente y un futuro común donde Memoria, Verdad y Justicia sean pilares de nuestra actividad diaria y la historia no quede en un cúmulo de nombres y hechos que no nos interpelan”.
El debate sobre las víctimas de terrorismo de Estado entre sectores ideológicamente opuestos muchas veces parece limitarse únicamente la cifra: si fueron más o fueron menos. El escritor Martín Kohan, en un conocido cruce con Darío Lopérfido, supo explicar con mayor altura y sin caer en la banalidad de reducirlo a un número que no está en discusión la cifra bajo comprobación porque en su carácter de cifra abierta, por tanto desconocida realmente, se transforma en una interpelación y una exigencia al Estado en la búsqueda de la verdad. Allí radica su fuerza y no solo en el número.
En la misma línea pero con un conocimiento concreto e identificable de víctimas locales, los autores de El fuego de su sangre consideran que sacralizar la cifra significa una trampa y que es de suma importancia “llamarlos por su nombre”. Gusmerotti explica: “Ante la cifra de 30.000 compañeros víctimas del terrorismo de Estado entendemos que 25 están íntimamente vinculados a nuestra ciudad. Pero si en vez de preguntarnos cuántos son nos preguntamos quiénes eran, la ecuación y el número frío de las estadísticas se convierte en suceso histórico y social y de experiencia humana. Por eso no queremos caer en la trampa de sacralizar esa cifra y perder de vista a los sujetos que ésta encarna. El empleo de cifras siempre resultará insuficiente a la hora de designar la vida y la muerte humanas. Las historias personales en su originalidad irrepetible se disuelven torpemente en estos colectivos. Si el número tapa el nombre entramos en una zona banal de difícil retorno. Por eso nos abocamos a narrar estas biografías y a mencionar estos nombres. Nombrándolos viven en nosotros.
La historia de la humanidad es realmente terrible y por eso es necesario narrarla. Debido a esto, y como bien se cita en el libro, Althusser supo preguntarse si alguna vez se podrá alcanzar la justicia, la comunión de bienes para todos. El final es impreciso pero hay un camino pensado para eso. ¿Hay posibilidades de crear un imaginario más justo y colectivo? Gusmerotti cree que sí: “El reconocimiento de la otredad implica salirse de la propia estructura identitaria, individual, personal, para construir presentes y futuros compartidos posibles, que implica una relación dialéctica entre lo privado y lo público, entre cuerpo y alma, individuo y sociedad”, y para concluir agrega: “La transmisión como herencia cultural, la educación en todas sus formas como herramienta de cambio y el compromiso político militante pueden ir en el camino de buscar salidas sin atajos, pero sólidos en la construcción de imaginarios que permitan salir de un mundo donde primen los lazos fraternos humanos, reconociendo el conflicto como oportunidad de cambio”.
El fuego de su sangre. Memorias de las víctimas del terrorismo de Estado en Chivilcoy
Enrique Yapor y Germán Gusmerotti
Colectivo por la Memoria Chivilcoy
2020
594 págs.
Etiquetas: Argentina, Chivilcoy, Colectivo por la Memoria, Enrique Yapor, Federico Capobianco, Germán Gusmerotti, Historia, Terrorismo de estado