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07-04-2021 Notas

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Por Luciano Sáliche y Federico Capobianco

La del elefante en la habitación es una metáfora antigua, quizás no tanto, donde la verdad está frente a todos pero nadie la ve. ¿Qué tipo de verdad ignorada representa Carlos Busqued? Verlo llegar era una experiencia extraña: un tipo de casi dos metros, macizo, ojos claros y mirada oscura detrás de los anteojos, siempre con alguna remera llamativa, loca, como la que decía “Jesús es mi capitán” o “Esto no está acá”. Pero el elefante sí estaba, y ahora, que acaba de morir repentinamente a los cincuenta años de un infarto el pasado 29 de marzo, aparece de golpe. Como un acto de magia, el elefante se vuelve visible. Pero siempre estuvo ahí. No sólo con su cuerpo, también con su literatura. Una literatura, densa, barrosa, enorme.

Apenas unos datos. Carlos Busqued nació en Presidente Roque Sáenz Peña, provincia del Chaco, y vivió ahí hasta los quince. Luego se fue a Córdoba. Hijo de un militar naval, estudió Ingeniería Mecánica casi como un mandato, como para pagar el precio de su libertad, según él mismo contó. Una vez recibido, probó estudiar Letras pero no duró más que un par de meses. Entre los años 2006 y 2007 se mudó definitivamente a Buenos Aires. Daba clases en la UTN (Universidad Tecnológica Nacional) y dos veces al mes viajaba a Córdoba para dar clases también allá. “¿Viste que tiraron de la tribuna a un hincha de Belgrano en el clásico y murió? Bueno, eso es Córdoba”. De Chaco habló en su primera novela.

Bajo este sol tremendo

Podría decirse que la protagonista de Bajo este sol tremendo, que salió por la editorial Anagrama en 2009 tras ganarse el respeto del jurado del Premio Herralde 2008, es la atmósfera que se respira en todo el libro. La historia —tercera persona, sin detalles ni juicios morales— comienza en el departamento de Cetarti, en Córdoba, fumando porro y viendo un documental sobre la pesca nocturna de calamares Humboldt en el Golfo de México. Suena el teléfono. Del otro lado, Duarte, un suboficial retirado, desde Lapachito, Chaco, le avisa que su padrastro asesinó a su madre y a su hermano y después se suicidó. Siguió mirando la tele, armó un par de fasos para el camino y se subió al auto para viajar los 700 kilómetros hasta allá.

Duarte es amigo y albacea de su padrastro. Por eso lo contacta: le propone cobrar el seguro a medias. Se mueve en esa zona de la ilegalidad. Danielito, el chico opa del pueblo, tiene con Duarte un negocio: secuestran gente y cobran el rescate. Busqued dijo que lo construyó a partir de un diálogo que se da al final del libro. Es este: Danielito mira en el noticiero cómo baila una elefanta rescatada. Duarte le dice que baila porque la torturaron para disciplinarla. “Me encanta, me la llevaría a casa. Y sabés qué hago: le doy máquina, la cago a palos todos los días. Hasta que llegue la noche en que no aguante más, como los elefantes esos de la India”. Danielito le pregunta si le abriría la puerta al elefante cuando le golpee. 

“Ni en pedo. Nunca. Estás loco vos”, dice Duarte, luego de una risita burlona. “Ahí me dije: ese Duarte. Y después lo peiné para atrás. Lo empecé a construir desde ese diálogo”, contó en una entrevista con Miguel Rep. Duarte lo interpreta Leonardo Sbaraglia en la adaptación al cine de Israel Adrián Caetano en 2017: El otro hermano. Al no participar del guión, Busqued se desentendió de la película. Tardó en mirarla; cada vez que alguien le preguntaba decía que aún no la había visto. En 2015, desde su delirante cuenta de Twitter, dijo: “la peli: me dieron unos mangos unos chetos de palermo para arruinar el libro. fin. me chupa un huevo, que la hagan con juanita viale”. Desde entonces ya había cerrado el tema.

La oscuridad de Bajo este sol tremendo es literaria. Es una oscuridad animal: peligrosa y a la vez sensible. En sus páginas hay un safari al abismo, que no está tan en el fondo como se cree sino en los objetos cotidianos que el paso del tiempo y el desinterés arruinó. Como “esos personajes de Disney mal dibujados en las calesitas de barrio”. O en el porno hardcore, porque”hay pornografía que uno no mira para hacerse la paja, la mira más como por curiosidad de hasta dónde puede llegar la especie humana”. Ese tipo de sinsentido, o de sentido muy detallado, su reverso, trabajaba la literatura de Busqued. Al menos este primer libro, su debut y despedida en la novela, donde quema a lo bonzo el realismo.

Magnetizado

De nuevo oscuridad: si no la construye la busca; porque sabe buscar el que la encuentra. Ahí la reconstruye porque también sabe hacerlo. En una entrevista a Infobae contó que el clima oscuro de su primera novela era similar al de su infancia: “escribo desde lo que sé”, declaró. En lo que se conoce es más fácil desenvolverse. 

Por eso, cuando conoció la “extraña y breve serie de asesinatos que se dieron en septiembre de 1982 en la ciudad autónoma de Buenos Aires”, Busqued quiso conocer a su protagonista. Entrevistó durante noventa horas a Raúl Melongo todavía detenido en las instalaciones de Salud Mental de Ezeiza, quien con apenas veinte años, y en apenas unos días, asesinó a cuatro taxistas. Todos de la misma forma: de noche, de un disparo calibre 22 y llevándose solo la documentación de los choferes.

Al igual que en Bajo este sol tremendo, Magnetizado se construye sin juicios morales. En la serie Mindhunter, su protagonista, el agente Ford, especializado en ciencias de la conducta y en entrevistar asesinos y violadores, explica la forma de establecer contacto y entablar una conversación: “si nuestra actitud es decirles ‘lo que haces está mal’, estamos suponiendo que él es racional. Debemos establecer comunicación. Una comunicación no amenazante. No conceder ni rechazar nada. Escuchar. Intentar entenderlo más que dominarlo”. Lo que Busqued logra no es un diagnóstico ni una toma de declaración por parte de Melongo, es una conversación con el grado de empatía necesario para que la historia se cuente sin omisiones, de forma clara y sincera. 

Busqued sabe narrar la oscuridad, lo dejó en claro en su primer libro. Acá, aunque no sea él quien narre, sabe cómo se debe contar una buena historia. Es un montajista certero, un creador eficaz, sin bulla ni excesos. Su literatura es una lucha entre la enajenación y la realidad; como un sopapo bien puesto.

Un mundo de dolor

Cuando murió Busqued, el 29 de marzo, Twitter se nubló. Lectores de sus libros y de sus tuits lo despidieron como si acabara de morir un amigo. Posiblemente lo era. “Debe ser lindo morirse y ser tan querido”, escribió en septiembre de 2020. Su cuenta de Twitter, que llevaba por nombre un mundo de dolor y una interesante biografía —“fantasías para ejecutivos. masaje birmano, chasca, paseo de émulos. asesinato, taxidermia y uso de títeres”—, se apagó. Pero como sus libros, al menos hasta que alguien haga estallar esta red social o las políticas de privacidad cambien, ahí va a estar, con su arsenal de epitafios. Desde aquel día fatal, tuiteros de todo de rango entran y resignifican sus palabras con un par de retuits. Algunos con fascinación, otros con asco.

En una vieja entrevista a Pasaron Cosas habló de la delgada membrana que recubre al odio. Si bien expresó que, por un lado, en Twitter “perdía la elegancia” —“Antes todos intentaban ser ingeniosos, ahora estamos todos odiando”—, también destacó que es “un proceso natural. No puedo hacer otra cosa que sacar eso, porque ese veneno me va a hacer todavía peor”. Lo decía en el año 2019, en la Feria del Libro, durante el último período de la hegemonía macrista: “gente que no tiene alma, que tiene un vacío interior atroz. Por ahí es polémico pero ¿viste lo que dicen en El gran Lebowski, que el nazismo por lo menos tiene una ideología? Yo creo que esta gente es peor: es el avance de la nada. Además hay algo que es muy alarmante el nivel de demencia que se ha inoculado en la sociedad”. 

¿Qué era @CarlosBusqued, un mundo de dolor? ¿Era él mismo, un alter ego, sus pensamientos transparentados, la radicalización de sus deseos, el sarcasmo literario en pequeñas dosis, un personaje más de su maquinaria ficcional? Tras su muerte, algunos cayeron en ese espiral narrativo. Y sin contexto no hay lectura posible. Como la columna de opinión que escribió el escritor Marcelo Gioffré. No sólo imagina que esos tuits delirantes son escritos desde una altura moral, también encasilla a Busqued en eso que Fernando Iglesias llamó “Palermo Trotsky” yendo un poco más allá: para Gioffré, Busqued forma parte del “mainstream literario de Palermo Trotsky”. Luego hace una caracterización a partir de su antiperonismo miope.

La pregunta no es si se puede escribir algo así cuando sus amigos y familiares aún lo están llorando. La pregunta es si se puede pensar un mundo de dolor como una extensión diplomática de su CBU o de su DNI o de su CUIT. En esa línea también presionaron unas cuantas cuentas macristas. Mucho antes, como anticipándose, no a su muerte, sino a las lecturas sesgadas, escribió: “mis palabras sólo pueden ser entendidas desde lo espiritual y me disculpo si ofendí a alguien”. Hay algo en la oscuridad de sus libros que se filtra en un mundo de dolor: un ser casi humano que no responde a las reglas de conducta, un animal peligroso que atemoriza y enternece. Un animal oscuro que habita la literatura argentina.

* Foto de portada original: Adrián Escandar

 

 

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