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23-04-2021 Sin categoría

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Por Marcelo Zumbo

“¿Qué es la juventud?
Un sueño
¿Qué es el amor?
El contenido del sueño”

La cita del filósofo padre del existencialismo, Søren Kierkegaard, introduce la clave de recepción de Druk, última película del danés Thomas Vinterberg. Iniciador junto a su compatriota Lars Von Trier del movimiento Dogma ’95, que sacudió los cánones procedimentales hegemónicos del cine, y postuló unos principios equivalentes a la nouvelle vague francesa o al neorrealismo italiano. Dueño de una carrera cinematográfica irregular, Vinterberg destacó con La celebración (especie de manifiesto fundacional del Dogma, 1998) o La cacería (2012). En 2020, con Druk (Otra ronda), el danés aparece nominado por primera vez a los próximos Oscar a Mejor Dirección y Mejor Película Internacional. 

Otra ronda inicia y concluye con sendas secuencias donde se presentan rituales celebratorios, el primero tribal y clandestino, y el segundo formal e institucional, donde el alcohol ocupa un lugar metafísico, religioso, en donde los jóvenes participantes se entregan como en sacrificio. Estas idealizaciones le sirven a Vinterberg para señalar la doble moral que acepta el consumo social del alcohol, pero lo sanciona si dicho hábito no es estrictamente recreativo. Para los fines de la película, la bebida está presente en la vida cotidiana de una forma disimulada pero arraigada, por lo que emitir un juicio a este respecto nos deja a un paso de la hipocresía. En cambio, lo que aparece de manera angustiante, y acá es donde reside la fuerza del planteo de Otra ronda, es la crisis existencial de un grupo de hombres que se empieza a dar cuenta con resignación que la juventud ya es cosa del pasado, y por ende lo es también la felicidad. En este contexto desolador, el alcohol brindará a los protagonistas una oportunidad para recobrar algo de la vitalidad que perdieron a manos del tedio y la rutina. 

La sinopsis dirá que se trata de un film donde un grupo de profesores, a quienes la vida se está llevando puestos, se ofrecen como objeto de estudio para un experimento sociológico de dudosa validez científica, cuyo postulado original hipotetiza acerca de los efectos positivos del alcohol en la vida cotidiana, siempre y cuando estos puedan ser practicados bajo unas reglas meticulosas que requieren un importante grado de autocontrol. El planteo de Otra ronda no hace otra cosa que exponer las dicotomías que acompañan a la valoración social de estas conductas como nocivas o celebratorias, según las necesidades. 

Vinterberg elige darle a este drama existencial un tono de tragicomedia un tanto alejado de su registro habitual. Esto le imprime a Otra ronda una especie de ligereza e inmediatez al relato. Es lo que una objeción superficial podría hacerle a un relato que le da un papel central al alcohol y su consumo por momentos desmedido. En lo que en un principio puede parecer una celebración irresponsable, el director danés ubica al actor principal, la bebida, como una moneda de dos caras, a la que arroja a la suerte. Y en las casi dos horas de desarrollo argumental, Otra ronda es una moneda en el aire que no termina de caer. Si la resolución es predecible o no, no es lo que realmente importa en la lógica argumentativa. Es esto lo que no debería perder de vista cualquier crítica fundada en la moral. El director danés no sólo no juzga, sino que intenta empatizar de manera un tanto cándida con la angustiante situación personal de un grupo de queribles cuarentones. Las cuatro actuaciones protagónicas alcanzan momentos de identificación adorables por momentos, y penosos por otros. El trazado del guión de Otra ronda puede parecer predecible, pero su acierto está en que se adentra en un proceso de reconversión humana, y describe un recorrido que va desde la apatía a la euforia, y de la resignación a la vitalidad. 

Protagonizada por un Mads Mikkelssen maduro y con un oficio sobrado para componer una interpretación versátil, que le permite complejizar sus performances habituales en un papel intenso. La crisis vital a la que se ve enfrentado nos pone de su lado: su rol como marido y su desempeño como docente están sumidos en una rutinización desesperante, con una perspectiva para nada alentadora. No les va mucho mejor a sus colegas del instituto donde ejercen. El matrimonio, la soledad, el paso del tiempo o la brecha generacional con sus educandos delinean un panorama sombrío. Hasta que, a partir de un experimento basado en una teoría psicológica según la cual los seres humanos nacemos con un desfasaje en el alcohol en sangre, el cual es posible corregir para optimizar el nivel de vida, y neutralizar así ciertos malestares naturalizados. Hemingway, Churchill y hasta Hitler son fuente de autoridad para legitimar el experimento en cuestión. Así, el alcohol será la armadura que ayude a enfrentar el dolor de la existencia con vértigo, emoción y hasta creatividad. El experimento se rebelará exitoso y hasta divertido en un primer momento, animándose los participantes a desafiar los límites de la tolerancia física y emocional. 

Antes que hacer apología o emitir juicios de valor, Vinterberg interpela a su destinatario con algunas ideas que desafían los preceptos del sentido común o de cierta moralidad impostada en torno al consumo de alcohol en la sociedad danesa, particularmente. No importa tanto el precio que pagamos por beber, sino que la cuestión es qué resignamos si nos privamos de hacerlo. En base a esto, ¿somos capaces de hacernos cargo del lugar que ocupa el consumo de alcohol en nuestras vidas? ¿Podemos asumir conductas racionales y controladas en nuestros ámbitos cotidianos, tales como el hogar, el trabajo y los ratos de ocio bajo la influencia etílica? ¿Cuáles son los costos de querer alcanzar momentos de satisfacción y felicidad? ¿Y los beneficios? La eficacia del film radica precisamente en el planteo, aunque en algún momento el espectador se pueda comer la curva de la apología. 

Otra ronda no tiene blancos y negros, y no desarrolla ideas maniqueas, lo que probablemente incomode a quien busca juicios inmediatos que reafirmen su propia postura. Porque, ¿hasta qué punto es motivo de escándalo que un docente dicte clases en estado de ebriedad, o que intente ayudar a un estudiante a superar sus problemas de fobia a las instancias de evaluación mediante la ingesta de una dosis de alcohol? El alcohol sólo expone las debilidades humanas: lo demás son interpretaciones condicionadas por preconceptos arraigados en las estructuras de valores de una sociedad determinada. Como contradecir entonces la afirmación de Winston Churchill, quien llegó a jactarse de que “es más lo que tomé de la bebida, que lo que ella me quitó”.

 

 

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