Blog

Por Julián Ferreyra
Lo que sigue es psicoanálisis-ficción: antes que psicologizar personajes, interesa ponderar el carácter contraficcional de la escritura freudiana desde la entrañable mitología de Star Wars.
I.
El niño Anakin es un esclavo clásico, ese que entrega su saber: es brillante arreglando máquinas porque las entiende. Su Amo le permite, cual recreo, competir en carreras cuya velocidad suele excluir la participación de seres humanos. Todos, incluido él, creen que puede pilotear de esa manera por ser muy rápido de reflejos, pero la verdad es más extraña: usa la Fuerza para reaccionar a los hechos antes que sucedan. Es un anticipador, un tierno reaccionario. No es un freak, un fenómeno, es simplemente humano, demasiado humano: fenomenólogo.
Su angustia, su deseo, es anticipada. Por ello más tarde, como aprendiz de Jedi, o brilla y se destaca, o se infatúa y [se] destruye: neurosis de destino mediante, fracasa al triunfar. Pre-siente, se anticipa para no sentir, y sueña premoniciones demoniacas sugestionadas por el Amo oscuro de turno. Su interpretación de dichos sueños es silvestre, salvaje, torpemente violenta: literal.
Extraviado por renegar de los hechos ─la sexualidad y la muerte─ terminará perdiendo ese hecho de carne que fue su cuerpo. Se consagra como elegido allí donde no elige. Autorizarse como profeta es lo contrario a ser condenado a objeto de una profecía, que siempre es malinterpretada, mal entendida. Y sale mal.
II.
Lo que el maestro Yoda le advirtió, cual supervisor mal posicionado, sucede: Anakin teme, se anticipa de ira, se defiende pobremente en el odio, y sufre miserable. “Hay que soltar, dejar ir” nunca es buen consejo para quienes conocieron el amor [neurótico]. Su intervención, lejos de confrontarlo con la soledad, produjo más orfandad.
El discurso universitario de los Jedi se comprueba como igual o peor que la discursiva de un Amo clásico: es su institucionalización burrocrática. Y este extravío puede ocurrirle a cualquiera, incluyendo a Yoda, el más sabio. Educar [Jedis] es también oficio imposible. Los Jedi son los padres…
El miedo, si no se lo abraza con templanza y en cambio se lo romantiza o sepulta, lleva al lado oscuro. La crianza Jedi, aunque milenaria, no pudo con ese potente y silvestre temor, núcleo del famoso Complejo: miedo en el amor. O al decir de Lacan, odioamoramiento. Le dieron en cambio una segunda sepultura, y crearon al monstruo del cual temían. El miedo se hizo camino hasta la superficie, cual sombra caída, nublando toda la galaxia. Y ya no hubo amor.
Darth Vader no es estrictamente un nombre, sino una coraza: ira y dolor que no cesan de no escribirse. Vader es un genuino niño-Amo; como Lord de los Sith advino poderoso aunque atrofiado. Ya no sueña, ya no descansa, ya no percibe el futuro. Vive un presente continuo por haber degradado exitosamente su vida amorosa, sacrificando así su porvenir.
III.
Hasta que ocurrió algo, casi un accidente: pudo condescender a su retorno, el del Jedi, su hijo, porque para él ya era demasiado tarde.
Pero recordemos lo sucedido inmediatamente antes: se había anticipado una vez más al decirle imperativo a Luke “No, no maté a tu padre. Yo soy tu padre”. Anakin hiperactivo, Vader imperativo.
Se había equivocado pero tenía razón: su negación anticipó un reverso, el signo cambiado de la oración y su cambio de signo que estaba por venir. Luke fue su verdadero y único padre: “soy un Jedi, como mi padre antes que yo” fue el acto que hizo de Luke un Caballero por confrontar al destino equivocándolo. Más parecido a un analizante que a un universitario. Le dijo no al Emperador, ese padre terrible, Darth Sidious; le dijo que ha perdido, que los ha perdido como esclavos, histerizando así el discurso de Skywalker.
En ese mismo acto también le dijo no a una tradición vetusta: la impotencia de la Orden Jedi frente al amor. Porque en ese punto, Jedi y Sith son lo mismo.
Luke fue más allá de su padre, pero sirviéndose del síntoma de Anakin: complejizó el oficio Jedi desde el amor. Robó y recuperó esa carta apropiada por la oscuridad, enrostrándoselo a Sidious con la elegancia de un Maestro:
Un dessein si funeste/S’il n’est digne d’Atrée, est digne de Thyeste. (Tan funesto designio, si no es digno de Atreo, es digno de Tieste).
IV.
Los Sith habían perdurado bajo la “regla de los dos”: siempre y únicamente puede haber un aprendiz y un maestro, impostura y verdadero ser. Su venganza hacia los Jedi triunfó por haber incursionado en ese territorio dejado por éstos últimos: la política.
Luego los Jedi aprendieron e hicieron lo propio, pero en la dirección del “al menos dos” que hace a un/a analista: Kenobi y Yoda, Yoda y Luke, Luke y Anakin… Estos últimos, juntos, subvirtieron esa astucia Sith, transmutando al dos en tres, en genealogía. Juntos llegaron a ser como el detective Dupin de Poe: derrotaron al lado oscuro subvirtiendo y utilizando su propio truco.
El Emperador quedó desnudo frente al retorno [de la política] del Jedi; y no hace falta un psicoanálisis para advertir que el lado oscuro suele arremeter cuando se claudica en el saber-hacer político.
V.
Anakin dejó de ser Vader cuando eligió hechos sobre destino; cuando recordó que la Fuerza, la vida, es hecho de palabra. Se redimió y volvió a humanizarse cuando abrazó decidido, paciente y sin máscaras, ese otro costado de la Fuerza, el último de los hechos: la muerte. ¿La habrá sentido como abrazar a su madre?
La muerte de un Jedi, de un deseante que interviene hablando sobre la naturaleza, no es el final. Star Wars y un psicoanálisis pueden permitirnos esa Otra escena o galaxia en la cual amor es conflicto antes que romanticismo. Todo amor es político.
Etiquetas: Jacques Lacan, Julián Ferreyra, Psicoanálisis, Sigmund Freud, Star Wars