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Por Jose Luis Juresa | Portada: Susanna Hesselberg
EL DOGMA: PALABRAS SIN CUERPO
“Un discurso siempre es adormecedor, salvo cuando uno no lo comprende – entonces despierta.
Si los animales de laboratorio son dañados, esto no es porque uno les hace más o menos mal,
están despiertos perfectamente porque no comprenden lo que uno quiere de ellos”
El dogma: he aquí el punto en el que todo lo que atañe al propósito de un análisis se detiene: el alivio del sufrimiento. El inconsciente es una inflamación, una bola de tejido putrefacto hinchado de sentido, supurando en la medida en que el analista opere, más que una continuidad, un corte. Pero el inconsciente –dice Lacan– termina siendo para él la estafa con la que Freud no puede dejar de enredarse en el falo y el Edipo, haciendo del padre el punto insuperable por el que, una vez muerto, no habrá otra cosa que tributo a su recuerdo y a su ausencia. En todo caso, no pasamos de una nostalgia más o menos acomodada para el final de un análisis. Nada es sin padre, por lo que nada es sin inconsciente. El inconsciente, desde esta perspectiva, es fundamentalmente, el padre muerto, Dios hecho carne, carne putrefacta, mortificada por el símbolo, tejido en descomposición. El inconsciente sería una bolsa llena de gases que emanan y presionan hasta la explosión, en la medida en que el sujeto se dedique a taponar los agujeros –de la bolsa– o mantenerla cerrada. Una reserva de memoria a vaciar un poco, a sostener con la presión adecuada. El cuerpo, de este modo, estaría sujeto a las variaciones de esa presión y el analista una especie de regulador de válvulas que administra el escape.
La religión: ¿qué es? Al menos es un libro y sus interpretadores “oficiales”, los sacerdotes, es decir, los reproductores del dogma que solo saben reencontrar una y otra vez el sentido establecido. Eso es la religión, la fe en el sentido. El inconsciente podría ser lo mismo, la idealización de una suerte de reservorio significante en el que habita un sentido establecido, sin agujeros, un dogma reproducido hasta el hartazgo por sus interpretadores “oficiales”, los analistas, formados en los templos del saber. Lacan quiere evitar por todos los medios a su alcance que el psicoanálisis se convierta en una nueva religión y el análisis en un ritual como la misa de los domingos, repleta de ausentes de toda presencia real, fantasmas, sujetos sin cuerpo. Entonces reformula la intervención del analista como “interpretador”. ¿Cómo leer en ese reservorio significante una escritura que nunca estuvo antes? Es decir, ¿cómo hacer que el analista se comprometa con un viaje sin garantías en el que el sentido queda tachado a favor de la transferencia amorosa, en su fundamento de vacío, de agujero incluso, del que surge una significación que no estaba antes? En definitiva: no desviar el psicoanálisis de su origen de praxis. Si eso implica reformular la interpretación, lo será en función de un leer, porque el interpretador siempre necesita la partitura, lo “dado”, lo que estaba “antes”, lo ya escrito, el libro.
LA LECTURA: ANTIDOGMA QUE HACE CUERPO
“La verdad, ¿despierta o adormece?”
“El analizante habla…el analista corta. Lo que él dice participa de la escritura”
Lo pútrido es el exceso de sentido, abichando el tejido simbólico durante años y años de evitaciones, de tapaderas y justificaciones que hacen del sujeto un imposible, una suerte de babosa en constante estiramiento. El absurdo, lo bizarro, cual si se tratase la vida de un sueño para el que solo cabe un espectador (jamás alguien “metido” en su vida) da cuenta de esa intención de continuidad en la que se cobija el pánico del individuo. ¿Cuál es ese pánico? Como lo indica la palabra que lo designa, su propia división subjetiva, la discontinuidad en la que las palabras se hacen inconsistentes con el sentido. Este es un pegamento que no alcanza para todo el sistema de combinaciones significantes posibles. La locura, sea cual sea ésta, es abonarse a esa intención de totalización cuyo objetivo inconfesable (por inconsciente) es “parar el mundo”, dejarlo quieto e inerme, manejarlo, tenerlo en sus propias manos (las del individuo), impedir que la vida y sus imprevistos lo sorprendan. Hacer de la existencia un programa.
Los agujeros que constituyen el cuerpo, lejos de una continuidad, son la expresión de un corte que opera para que el sujeto no se retenga en la desesperación por el “relleno” de sentido. Proliferan los altares y los altavoces desde donde se nos brinda esa papilla predigerida acerca de las formas de vivir correctas y felices, o, todo lo contrario, una suerte de hedonismo desenfrenado promovido por el consumo sin solución de continuidad. Mujeres y hombres contemporáneos hacen del “relleno” el motivo de sus horas, y de la desesperación su causa para no confrontar con el sinsentido fundamental que descansa en la facticidad de la muerte. ¿Por qué habríamos de pensar que el psicoanálisis y los analistas estarían exentos de esta “pandemia” moderna? En la raíz -hecha de nada- del fenómeno amoroso, habita la posibilidad del cambio, porque el amor tampoco es un “a priori”, una fórmula, una explicación. Es, en el fondo, un calco de la vida. Pero ojo, decir que no tiene sentido, no quiere decir que no produce significación, pero la produce como una novedad, no como la reproducción de una música en la que el sujeto apenas es una nota desapareciendo en la continuidad melódica, o tal como si fuéramos alojados en el seno de dios o del padre, o de la madre, o del estado, o de quien sea. El sentido, fuera de la significación que solo se efectúa por un vacío previo, es como ir a buscar las palabras al diccionario. Por el contrario, la experiencia analítica nos confronta con el poema. El analista lee, no interpreta ni la música ni lo que el Otro demanda para seguir “armado”, consistente, sin fallas. No es una marioneta de la “batería significante”, no habla como un televisor. Se arriesga a decir algo no calculado, pero si a punto de ser dicho. Es un médium. Por un instante, encarna el fantasma sin cuerpo que hace voz a través de su posición. Es un resonador.
PALABRERIO
“Este “palabrero”, creo reconocer allí el acceso de lo que articulé desde siempre,
a saber, que el significante, es de eso de que se trata en el inconsciente”
Vivir buscando desesperadamente el consuelo del sentido es como correr detrás de la libido “suelta”, al modo freudiano de la neurastenia, como siendo un elemento-parte de una metonimia desesperante, sin anclaje. Es corretear sin ton ni son detrás del saber. (En eso se podría convertir un analista, sin dudas). Se parece a la intención abstracta de vivir la vida, un horizonte imposible en el que se alcanzaría la existencia de esa “una y única forma de vivir”–respecto de la cual nuestra existencia sería apenas un palabrerío, sin llegar jamás a consumarla. Así, el sujeto no se quiere “anoticiar” de que la forma de meterse en su oportunidad de vivir es renunciando a esa “única” que al final no habita en ninguna parte más que en nuestro paraíso religioso y privado. Sí, la neurosis obsesiva es la religión atea de lo contemporáneo, la que cree en un paraíso de metal en el que la vecindad es casi una provocación, si no lo es directamente, velada bajo el principio del “amor al prójimo” (el “vecino” es la denominación de mi goce siempre postergado, y de mi odio siempre listo a ser ejercido –diría si pudiera el individuo alienado de la época)
Por lo tanto, en el programa que me toca vivir para sostenerme en la ilusión de un eterno paraíso inalcanzable, el individuo hace su misa y su procesión, ahuecados dentro de una cáscara vieja como una iglesia repleta de ausentes. El acto por el que salir del templo en el que sostengo mi temor a vivir (no a morir) es hacer de la vida algo parecido a un chiste (lo cual no es rebajarla, sino colocarla al nivel de lo que el significante permite: el equívoco: una “nada” -que- ver con un programa. Al fin y al cabo, el programa equivale a un chiste que se explica antes de que se lo vaya a contar. Vivir es contar el chiste, no explicarlo).
EL SILENCIO DE LO REAL NO ES LA INHIBICION DE CALLAR
“Contrariamente a lo que se dice, no hay verdad sobre lo real,
puesto que lo real se perfila como excluyendo el sentido”
“Es por eso que el psicoanálisis es una cosa seria,
y que no es absurdo decir que puede deslizarse en una estafa”
Para que el psicoanálisis no se convierta en un palabrerío de salón (o directamente un plomo), tiene que converger con la ciencia. Claro está que Lacan afirmó que jamás lo será, pero la ciencia ha realizado cambios, sobre todo la ciencia física, y lo que antes era objetivable al nivel de la naturaleza, hoy es marcada la tendencia a ubicarlo dentro de la trama de lo que denominan “realidad”. Yo diría entonces que esa ya es una gran diferencia, ya que la naturaleza es inamovible, estable y “a priori”, y la realidad es algo dentro de lo cual la misma ciencia se encuentra. Esa es una condición, un punto de partida que cambia la perspectiva desde el vamos. Del mismo modo, el psicoanálisis, y su agente, el analista, forman parte de la experiencia, o de la realidad del análisis, y los hallazgos que allí se producen y se plasman como una novedad en la realidad del analizante se producen en un movimiento del análisis hacia su disecación por lo Real. Es decir, cuantas menos palabras, mejor (en el sentido de lo que logra ubicar una lógica en relación al fenómeno de la repetición, y no porque el analista “no deba” hablar o quedar en silencio). La estafa es la resistencia del analista a participar y reconocerse como parte de la experiencia de su praxis, pero, sobre todo, como parte de ese encuentro en el que se define el desvío de una vida en la que se incluye la suya –de otro modo, sí, pero incluida al fin.
LA CUERDA PULSIONAL
“Lo mental, es el discurso…todo lo que sabemos, es que hay
lesiones en el cuerpo llamado viviente que nosotros causamos,
y que suspenden la memoria, o al menos no permiten contar
sobre las huellas que uno le atribuye (a la memoria)
cuando se trata de la memoria del discurso”
Volviendo a la problemática de la ciencia y el psicoanálisis, Lacan nos reenvía a sus cuerdas, trenzas y nudos, un discurso casi sin palabras, que se traslada a la tónica y la atmósfera de sus últimos seminarios. Lacan está tomado allí por lo extradimensional (las dimensiones “extra” a las 4 en las que vivimos a conciencia, las cuales son muy difíciles de imaginarizar, y de transmitir analógicamente, mediante gráficos, por ejemplo. Para entender algo, hay que “hacer” topología. Del mismo modo sucede con la praxis analítica y el inconsciente) se dirige a tratar de expresar y plasmar algo que, mediante la corporeidad “humana”, no alcanza a manifestarse más que como un atolladero, un embrollo, como algo que no se alcanza a comprender, por ende, como un discurso casi sin sentido. Es un discurso “más allá del inconsciente”, o al menos, un nuevo modo del inconsciente que no se aloja dentro de la lógica espacio temporal del significante. Metáfora y metonimia, condensación y desplazamiento, el “fuera de tiempo” y la distopía de los sueños nos colocan frente a los mismos “absurdos” que nos muestran los fenómenos oníricos, con figuraciones trastocadas en tiempo y lugar, personas de distinto tiempos y espacios colocadas en el mismo lugar y al mismo tiempo, etc. Los sueños son un modo de acceder a un aspecto “extra” que abarca la incorporación de más dimensiones hasta conjugarlas, al modo de la física einsteniana, en la variable del espacio-tiempo. Pero intuyo que Lacan va más allá, hay en los sueños, también, un absurdo más pesado, más profundo, que tiene que ver con la vida. ¿Cuándo despertaremos? El inconsciente, dice Lacan sobre el final de su vida –o no lo dice con estas palabras, pero casi– es una dormidera, un sueño freudiano con el que seguiremos reposando al mismo modo que la función del sueño. Despertar a lo Real, ¿implica entonces una ventana al más allá de la dimensionalidad del sentido en el que el cuerpo goza con el lenguaje? ¿Este es el mentado “dichomansión” o la mansión del dicho del seminario sobre la escritura de Joyce? La dimensión, o la di-Mansión del dicho es en las tres y cuatro dimensiones en las que la percepción humana de los sentidos acontece, pero ¿hay otros tipos de percepción que Lacan ubicó más allá de la lógica del tres y del cuatro? ¿Es decir, más allá del padre, la madre, el hijo y el “espíritu santo”, de la religión o del sentido?
LAS CUERDAS QUE VIBRAN EN EL CUERPO
“Freud no tenía sino pocas ideas sobre lo que era el inconsciente,
pero me parece que, al leerlo, se puede deducir que pensabaque eran
unos efectos de significante…es su debilidad mental, de la que no me exceptúo
–porque tengo que vérmelas con el mismo material que todo el mundo,
con este material que nos habita…saber hacer allí es otra cosa que saber hacer–
eso quiere decir desembrollarse, pero sin tomar la cosa en concepto”
Las dimensiones “extra” que se presentan bajo la forma de un saber que no se percibe, hablan de unas dimensiones del dicho más extensivas que aquellas en las que se presenta la simple presencia de la percepción sensorial acotada a la existencia vivencial del individuo y sus circunstancias. Lacan trabajaba con sus cuerdas y se enrollaba (o embrollaba) con dimensiones “extra” en el intento de ir un más allá del palabrerío, trabajo que al final lo confronta con el arte de la adivinación, el médium, lo no dicho, la escritura en la palabra, lo ocasional, el acontecimiento y la realidad del análisis como la de un encuentro (que podría ser otro, es decir, ocasional, insustituible al modo de los dispositivos técnico-científicos), y que por eso mismo le da el carácter singular, tal como si el hallazgo solo pudiera ser hijo de lo incierto y no de una ciencia que coloca a “priori” el carácter del objeto a descifrar, y solo tuviera que desenmascararlo. No hay “analista” sino en el modo en que se encuentro se produce o no ¿encuentro con qué? El de esa pareja analizante (analista-analizante) con una escritura (lectura en la palabra) que se presenta como una aparición y que se plasma en el sistema simbólico como una novedad que lo transforma. Si el goce es el palabrerío, efectivamente, en el lenguaje se producirá entonces una alteración, un cambio, al nivel de esa economía del goce. Dejará de insistir bajo la forma arrasadora de lo mudo.
Si hay inconsciente, lo será en esos términos, en los que el goce se cifra fuera de todo el campo del palabrerío, que podría ser denominado el de la “conciencia ampliada”, más allá de si esa conciencia, por un instante, esté “latente”. Lo inconsciente que nos interesa a los analistas, en relación a lo Real, es aquél que hace del cuerpo lesión de lo mudo, de la pulsión, de lo no nombrado, pero presente como sufrimiento, como goce excedido o cuerpo gozado por un otro no identificable, no ubicable, y que solo vibra como una cuerda pulsional enrollada en un mar de cuerpos fantasmales habitando la lengua en la que nos hemos dormido, como abrazados por la muerte.
UNA EXTRAÑA VERDAD SIN PALABRAS
“¿Real o verdadero? Todo sucede, a este nivel tentativo,
como si los dos términos fueran sinónimos.
Lo horroroso es que no lo son por todas partes.
Lo verdadero es lo que se cree tal.
La fe, incluso la fe religiosa, he ahí lo verdadero,
que no tiene nada que ver con lo real”
En el Seminario sobre el trabajo de Joyce como artista Lacan plantea una salida que va mas allá del 3 y del 4 de la lógica religiosa o edípica (el padre-madre, el hijo y el espíritu santo), abre una ventana a la multiplicidad dimensional que habita el lenguaje, y, sobre todo, a un inconsciente que no tiene nada que ver con el conocimiento, pero si con el saber. Des-idealiza el inconsciente, y desabonarse de ese inconsciente lo arranca de las ideas que colocan al cuerpo como “gozado” por el aparato alienante de lo hablado. El “saber hacer” que coloca al artista – Joyce– más allá del padre y hace del lenguaje un agente de su “obra”, que, antes que nada, es una obra de realidad a través de la escritura, es para de la cura. Pasar del símbolo al sinthome, es decir, a un anudamiento multidimensional en el que la lengua se “descubre” haciendo de la realidad algo más allá de “lo dado”, y “lo dado” es, para todos, justamente: padre-madre, hijo y espíritu santo – las garantías del sentido. De lo dado hacia “la obra”, hacia el riesgo de lo incierto en un sentido artístico, algo que implica un saber que no se padece, que se “aplica” en la vida sin la intermediación del “conocimiento”, un inconsciente “más allá del inconsciente” –corporal– que no pasiviza; un saber cuya verdad se acerca a lo real hasta casi perder el sentido, es decir, porque “es así” y no se explica, como el amor. Lo único que se tiene es un nombre, es decir, un modo de nombrar la experiencia del encuentro con lo real. El arte es un modo de inscribirse en el “mundo” –la realidad- y no de padecerla, como en el síntoma. Y esta es “la verdad” del final del análisis, una verdad sin palabras.
Todas las citas a modo de epígrafes son de Lacan y provienen del seminario 24 (“L’Insu que Sait de L’une-Bevue S’aile a Mourre”) y 25 (“El momento de concluir”)
Etiquetas: Jacques Lacan, José Luis Juresa, Pscioanálisis, Sigmund Freud