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31-05-2021 Notas

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Por Hipólito Skoropad Callori y Camila Onsari

“Morir es tan solo una forma particularmente exacta de envejecer.”
Mr.Gwyn, Alesandro Baricco (2011)

 

La hermosa y mágica versatilidad de las palabras, los lugares más recónditos a los que con ellas podemos acceder, las infinitas posibilidades que los recursos literarios nos posibilitan, han sido desde siempre el néctar de la literatura. Desde siempre la escritura juega entre la mayor exactitud y la más imaginativa ambigüedad que la palabra nos puede dar.

Es en este punto -entre miles- donde una obra se distingue por su originalidad e innovación, metaforizando analogías y analogando metáforas que no se habían puesto en relación con anterioridad. Les regalamos entonces a este autor, si es que no lo gozaron ya, porque Alessandro Baricco, lisa y llanamente, rompe con la metáfora. El autor italiano no se cansa de buscar (y hallar) las palabras adecuadas y específicas para cada momento literario, pero principalmente, para cada momento de la vida.

Lo que hay en las maravillosas profundidades de sus libros es una aproximación al mundo, a la realidad, desde la búsqueda obsesiva y cautelosa por la palabra justa. Desde el argumento al estilo, la precisión y el orden invitan a presenciar una danza dulce y perfectamente sincronizada entre el narrador y las palabras. Adentra a los lectores no sólo en suaves y aterciopeladas historias, sino en un modo de vivir a través de la escritura. Baricco irrumpe sin restricciones ni tapujos en la enunciación “correcta” con tal de plasmar la sensación exacta. De ahí que cuando el protagonista de Mr. Gwyn se halla fortuitamente en una galería de arte repara en un retrato que “le pareció enorme, pero sobre todo le pareció llegado”.

De esta manera, en la novela publicada en el año 2011 nos encontramos con un protagonista que se decide empecinadamente a escribir retratos no a modo de descripción o espejo, sino para escribir lo que la persona es: son retratos que “llevan de regreso a casa”. Y a lo largo de la lectura vemos que eso es exactamente lo que hace, la analogía es perfecta. Gwyn escribe los retratos en una habitación ambientada meticulosamente con una iluminación “infantil” y un fondo sonoro, un loop, que “fuera capaz de cambiar como la luz durante el día”, un fondo sonoro “inmóvil como un rostro que envejece”. Inmóvil, como un rostro que envejece. Baricco rompe la metáfora porque lo que nos dice es exactamente lo que es, y es en esos pasajes fugaces donde encontramos su magia. Se obsesiona por esta correspondencia absoluta pero no de manera imperativa y estructurada, sino con una suavidad y armonía que roza lo sensual.

Con un grado absurdamente elevado de precisión y perfeccionismo, Baricco regala a sus lectores la materialidad de palabras justas de la manera más poética y sedosa posible. Normalmente no caeríamos en el típico lugar de establecer una identificación del autor con el narrador de su novela, pero Baricco es diferente: le da vida de forma obsesiva a un escritor de retratos obsesivamente perfectos. El autor italiano y Mr. Gwyn nos deslumbran utilizando los mismos mecanismos y recursos para relatar sus verdades y percepciones.

Plácidamente, a lo largo de todas las lecturas de Alessandro resaltan las miradas agudas y atinadas de los narradores que leen lo Otro con detallismo y delicadeza como si fuera la única forma posible de estar en el mundo, como si la mirada fuese, en verdad, escritura, más allá de si se la puede o no transcribir. Observar, absorber y detenerse con ternura en los adjetivos y en los adverbios sabiendo que son La realidad: escribir siempre, en papel o mentalmente, para poder ordenar y entender la ficción de la vida, para “poner en orden pensamientos en la forma rectilínea de una frase”. Leer lo Otro, escribirlo en su unicidad, y ordenar lo caótico del pensamiento. Escribir, siempre, como si fuera la única forma posible (y exacta) de estar y ser en el mundo.

Alessandro Baricco nos concede entonces no sólo fructíferas y dulces horas de lectura, sino ganas de escribir. Porque con Baricco entendemos que para escribir no hace falta escribir un libro, sino vivir leyendo.

 

 

 

 

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