Blog

14-05-2021 Ficciones

Facebook Twitter

Por Pablo Manzano

I.

Laurita se desnuda y sale corriendo con su carcajada en un trote que culmina con salto y clavado. En el agua su cabeza se sumerge a la vez que emerge el conjunto de nalgas y vulva saludando al sol. Al salir de la piscina aparta a Martín de un caderazo y se dirige a Alex sin dudarlo. Martín se convierte en el mirón privilegiado de un beso fogoso. Los amo: no lo dice, pero lo siente. Aprecia las manos de Alex exprimiendo dos nalgas perfectamente redondas. Te amo, te amo, te amo. No puede ser otra cosa que amor verdadero, el único que ejerce un poder gravitatorio, como anunciando una aceleración irrefrenable en su regreso al mundo. Pero Martín, en el borde de la piscina, se aferra a la escalerilla con ambas manos para resistir el efecto, para no precipitarse como un meteorito hacia esa forma redonda contra la que ya se ha estrellado mil veces. Porque Laurita nunca lo eligió a él. Siempre a otro, a cualquier otro menos a él. El corazón se le acelera por la mujer de los mil rechazos, la que mueve la cabeza mientras besa a Alex, la que mueve el culo para Martín el mirón, porque eso es lo único que ella siempre le ha concedido. Eso, y su amistad. Decime, Martín, vos que sos mi amigo del alma, ¿qué pensás de Alex? Alex es diferente, ¿no? Es sensible, concientizado, hace documentales con perspectiva de género, ¿vos qué decís, Martín, te cae bien? Los amo: no lo dice, pero lo siente. Y lo que siente sobre todo por su amiga no puede ser otra cosa que amor verdadero: una alucinación cuya química se origina en el bolsillo izquierdo de su bañador, donde Martín no puede ocultar la erección. Laurita se gira y se lleva a Alex de la mano, vuelve a pasar desnuda por el lado de Martín y le da otro caderazo. La pareja se aleja de la piscina, cruza el jardín y se mete en la casa, quién sabe en cuál de las tantas habitaciones.

 

II.

La verga de Martín hinchada de amor: sónar, radar, antena y brújula. Martín se mete la mano en el bolsillo izquierdo del bañador y cierra los ojos, ni falta que le hacen, porque su erección lo guía, lo conduce en una exploración por toda la casa, por cada habitación, hasta que el glande empieza a latir y pitar frente a una puerta cerrada al final de un pasillo. Te voy a concientizar, se oye al otro lado, te voy a sensibilizar. Martín abre la puerta y se queda embobado contemplando la expresión porno-mística en el rostro de Laurita, el labio inferior triturado entre los dientes, los ojos soñolientos. Alex detrás, arrodillado, parlotea sin tregua mientras ella encadena gemidos y estrella las nalgas una y otra vez contra el rompeolas de su pelvis. Ya está amaneciendo, una bóveda celestial pirotécnica pende sobre la claraboya de la habitación como el fresco de un alba multicolor. Vení acá, Martín, a vos también te voy a concientizar, dice un Alex jadeante. Laurita levanta la mirada a media altura, una risa breve la desborda cuando Martín por fin se quita el bañador, lo revolea sobre su cabeza y lo arroja bien lejos. Ella se relame al verlo acercarse con todo su amor por delante, hace una pausa para apartarse el pelo de la cara y entonces sí, recién entonces lo mira a los ojos. Hola amigo. Hola amiga. Martín se muerde el labio superior. El contacto visual dura una eternidad, veinte años de humillante amistad, hasta que Laurita le limpia con la punta de la lengua una gota viscosa que asoma en el balano, y enseguida se mete su verga en la boca como si fuera a engullirla. De la garganta de Martín brota un llanto patético, las piernas le tiemblan, el sol que ya trepa en el cielo: te amo, te amo, te amo por sobre todas las cosas… Alex de pronto tiene que ponerse a trabajar. Qué amor ni ocho cuartos, los voy a concientizar a los dos, hijos de puta, los voy a sensibilizar. Bomp, bomp, bomp. Yo también te amo, Lau, y vos, Martín, dame un beso, carajo. Laurita alterna succión con sutiles virguerías que dinamitan cada terminación nerviosa, el gimoteo de Martín no cesa, tiene su origen en una alegría desbordante, en la certeza de que el acceso al mundo vuelve a estar abierto, bastan los labios y la lengua esmerada de su amiga para confirmarlo, para salir del frío aislamiento y volver a ser parte de esta vida. En su regreso a lo maternal Martín ha dejado de ser un adulto infantiloide para convertirse en un infante, en un bebé cuyas necesidades biológicas están siendo atendidas incondicionalmente, no pares, mamita, renaciendo a través de la amiga a la que ha deseado durante siglos, así, así, hasta la úvula, a través de la satisfacción de un eterno capricho. Bomp, bomp, bomp… Una maquinaria libidinosa de tres partes, las revoluciones a ritmo frenético, el mecanismo al borde de la explosión. ¡Concientizáte! Te amo. Bomp, bomp. ¡Politizáte! ¿En la boca o en la cara? ¡Comprometéte! Bomp, bomp, bomp. ¡Empoderáte! El estallido del sol coincide con un efecto descocante, con el bramido polifónico de una bestia tricéfala sacrificada, con el diluvio de luz celestial que baña los tres cuerpos tendidos en el suelo de la habitación. Piezas sueltas de una máquina destartalada: resortes, tornillos, tuercas. Y al final tres peces carcajeantes que se sacuden fuera del agua. Y más al final, solo uno: ya inerte, los ojos aún cerrados y la boca abierta hasta las encías, el bañador por las rodillas, despatarrado en el borde de la piscina.

 

 

 

 

Etiquetas:

Facebook Twitter

Comentarios

Comments are closed.