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Por Luciano Lutereau | Portada: James McNeill Whistler
1.
El psicoanálisis es hijo de un siglo, al que descifró como nadie.
Marx y Freud fueron los mejores hijos del siglo XIX, porque se atrevieron a saber sobre el deseo que ese siglo transmitió. Las últimas dos grandes teorías de la subjetivación son la freudiana y la marxista.
El siglo XX no tuvo hijos, pero hubo nietos, los hijos de Freud y Marx. Algunos nietos fueron buenos hijos y se atrevieron a saber sobre el deseo de sus padres: Lacan, Derrida, Deleuze, Althusser, entre otros.
El siglo XXI abandonó a sus hijos, que no por huérfanos dejan de tener novela familiar: creen que son hijos de padres más nobles e interrogan (y cuestionan) a Freud y Marx como si fueran los padres, no solo del siglo XIX, sino de los dos siguientes; como si las pocas ideas que tenemos para tratar de entender este siglo filicida no fuesen las que forjaron esos hijos maravillosos.
Sin embargo el tema es otro: ¿tenemos nosotros el deseo de saber que tuvieron ellos? ¿O somos más bien unos niños que huyen del horror de su abandono con teorías vengativas que dicen cómo debería ser el mundo para reparar su origen trunco?
Tal vez la diferencia sea que Freud y Marx fueron hijos deseados, nosotros no. Eso nos obliga un poco más, no exige un deseo desconocido.
2.
El Edipo en Freud es diferente en el niño y en la niña: el primero deja a la madre por temor al padre, la segunda porque descubre que está castrada. Lo interesante es que, en ambos casos, se trata de dejar a la madre.
La lectura de Lacan destaca este aspecto cuando plantea que la castración que importa, en verdad, es la de la madre. Porque, para el niño y la niña, se trata de dejar de ser el falo materno; en particular porque a la madre, antes que ese falo imaginario que es el hijo, le interesa ese otro falo simbólico por el que se reconoce al padre.
Esto es una lectura: Lacan lee a Freud, no dice lo que dice Freud, no lo explica, lo lee, porque dice lo mismo, pero de otra manera. Sin ese “de otra manera” no hay lectura.
Al pensarlo, me doy cuenta de qué pocos lectores tiene el psicoanálisis hoy: comentadores de textos, coleccionistas de citas, especialistas en lo que dijeron Freud y Lacan, por doquier; lectores cada vez menos.
3.
Cuando Freud habla sobre fetichismo, la cuestión central no es que sea un objeto o parte del cuerpo que sirve para velar la castración (de la madre) en la mujer; sino que, a partir del fetiche el varón puede “continuar, imperturbable, su masturbación” –dice Freud.
De este modo, la satisfacción fetichista es masturbatoria y explica por qué en el encuentro con otro cuerpo la castración no está asegurada. Dicho de otra manera, ¿qué es la castración? Que haya encuentro con otro cuerpo y no “retención” –el término es de Freud– fetichista. Esto que parece complejo, Lacan lo resumió en dos afirmaciones: cuando dijo que “el hombre copula con su falo” (o cuando habla de la “felicidad del falo”) y que el deseo viril siempre es fetichista y no va más allá de los límites del fantasma.
En esto Lacan es muy freudiano, como varios varones también lo son; por ejemplo, aquellos que en el sexo con su pareja tienden al automatismo, a la repetición de escenas, a hacer todo desde lo fijo; también aquellos que después de una separación nunca dejan de querer acostarse con sus ex (aunque no es con ellas, sino que es un modo de recuperar una masturbación perdida). Esto le imprime a los duelos de algunos varones un tipo particular: no es perder a alguien, sino un goce al que están fuertemente adheridos. Son todas formas de la masturbación, que muestran cómo el fetichismo resuelve la castración, pero metonímicamente, sin elaboración.
Hasta aquí Freud y Lacan, con una idea con la que estoy de acuerdo, pero no lo estoy tanto con excluir el fetichismo de las mujeres. En todo caso, habría que ubicar un goce fálico en las mujeres, que tenga la misma forma que el fetichista, es decir, que sea una metonimia de la castración y creo que esto puede ubicarse muy bien en los casos de mujeres que se enlazan con hombres por el complemento de vida que ellos les dan, es decir, porque ellos hacen eso que ellas no hacen (a veces ni querrían hacer) o, mejor dicho, ellas hacen a través de ellos, como un modo de no quedar confrontadas con ese acto. Me refiero a cierto tipo de elección de objeto en las mujeres que no alcanza con llamar “narcisista” sino también fetichista (en la medida en que el fetichismo es también una respuesta narcisista, pero más específica), en las que se hace un uso masturbatorio del varón, a veces se lo llama “buen compañero” (¿eso no lo transforma inmediatamente en un dildo?); enamorarse de lo que un varón representa es una defensa fetichista respecto de la castración, es decir, del encuentro con su deseo.
En la época de Freud y Lacan, cuando la histeria femenina era más común, es claro que el encuentro con el deseo del varón estaba más a la mano. Hoy tenemos que pensar mejor el fetichismo de las mujeres en la relación con los varones.
* Pintura de portada: «Arreglo en gris y negro n.º 1» (1871),
más conocido como «Retrato de la madre del artista»,
de James McNeill Whistler.
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