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Por Ezequiel Abaca
I. Prehistoria/Pre-histeria
El año pasado se cumplieron 100 años de la publicación de Mas allá del principio del placer; es un hermoso titulo, resulta imposible no pensar en las condiciones de gran literato que tenía Freud. Se trata de un texto nodal en la historia del psicoanálisis, porque es inaugural de una forma de entender el psiquismo humano, ubicando que existen estímulos que se sitúan en un más allá respecto de lo que es perceptible como placer, aquellas cosas que implican el fracaso de la palabra en tanto modo de elaboración de ciertas experiencias, ya que precisamente, están más allá del circuito de la palabra. Se formaliza en ese escrito un concepto importantísimo, que es la compulsión a la repetición, de la mano de otra estrella del discurso analítico que es la pulsión de muerte. No es desdeñable en qué contexto “ocurre” este escrito, estaba fresco el final de la Primera Guerra Mundial.
Lo que sigue, no es necesariamente un texto explicativo u homenaje de aquel texto fundante, sino que quiere dar cuenta de como los discursos actuales desconocen, olvidan o rechazan encendidamente aquello que Freud supo ver a principios del siglo XX y que le permitió a Lacan trabajar sobre la idea del Goce, aquel tipo de satisfacción inconsciente, que no es agradable pero es dificultosa de resignar y que algunos discursos contemporáneos ubican como “lo tóxico” en un vínculo, o de una persona, intentando trazar un “por fuera” de una subjetividad que se pretende prístina. Quizás la invitación mas potente al Goce viene de buscar un placer sin obstáculo alguno.
El mundo en el que vivimos, al cual groseramente podríamos llamar “sociedad liberal”, ha tejido una frondosa lógica de la sospecha que se disemina hace décadas mas veloz que lentamente, donde todo lo que implica una otredad lleva la marca de lo deleznable, del enemigo, empobreciendo de modo notable la posibilidad de lazos que no estén marcados por la búsqueda imaginarizada de encontrar en el Otro un otro chiquito, que sea mi espejo. Por ejemplo en el consumo de programas de opinión política se busca lo confirmatorio, jamás la interpelación; del mismo modo en el amor, de ahí la fugacidad, porque el espejo es frágil y rápidamente se hace añicos.
Estos párrafos pretenden situar una pre-historia, o pre-histeria, porque se trata de que algo del mundo actual confronta con la insatisfacción (aunque habría que ver si del deseo), ya no por la represión sino por los mandatos de Goce. Hoy no se sufre tanto por no obtener ciertas satisfacciones sino por la insuficiencia de las mismas.
II. Hacia un panfleto del placer
Se escucha mucho últimamente construcciones teóricas, discursividades, mandatos, donde el objeto parece ser el placer. Hay que disfrutar, parecen decir publicidades, modelos sociales, discursos emancipadores. La cuestión está en disfrutar, ese parecería ser el fin de la vida. ¿Cuál otro sino? Pareciera haber una asombrosa unanimidad al respecto. Todo debe disfrutarse, inclusive las cosas que por definición conllevan un malestar, por ejemplo un empleo. Recuerdo un chiste que decía “si el trabajo es salud, que trabajen los enfermos”. Hoy nos encontramos con gente que la quiere pasar bien, inclusive en lugares donde la voluntad se pone al servicio del Otro y suspende el propio deseo temporalmente.
Las satisfacciones, en el campo de lo sexual, parece que son problemáticas, no tanto por su ausencia sino porque no se obtiene las suficientes. Pero además hay un avance de lo que puede calificarse como “pedagogías del vivir” que dan fórmulas y decálogos que de cumplirse prometen la plenitud. El goce sexual se puede aprender, se dice, se entroniza la sexología, en tanto saber sobre la sexualidad. En ese sentido pareciera que ser feliz es una cuestión tecnocrática.
De estos discursos, donde el “Logos” quiere dar cuenta del placer, se puede oír propuestas en las cuales se llega a decir que la masturbación puede sustituir sin resto las relaciones sexuales. El trono del narcisismo se construye con estos ladrillitos.
El imperativo de gozar toma estos semblantes solitarios, donde la cuestión narcisista camina a sus anchas con terreno fértil para subsistir sin demasiados obstáculos. La otredad aparece desfigurada o borrada. El gozar no solo debe ocurrir sino que debe ser mostrado, hay alguna apelación a un otro pero con minúsculas que funcione como espejo, el corazoncito en redes sociales es la medida de cuan cerca se está del ideal.
En este contexto nace lo que se podría denominar como “el panfleto del placer”: todas las formas estandarizadas de vivir el amor y el sexo (empobrecidos en la nomenclatura de “relaciones sexoafectivas”), los pedidos de “responsabilidad afectiva” (términos que saltan a la vista por su antagonismo), o la búsqueda de ciertas formas tan armoniosas como irreales que rechazan la mínima aparición de tufillos celosos, como si fuera posible extirpar por embarazosa a la posesividad del campo de lo amoroso. En la dimensión de la sexualidad y el amor, la culpa recae en jóvenes que a veces son mas heteronormados y monogámicos de lo que desearían. La moral solo necesita de un Otro, es una ecuación lógica, solo varía su contenido, aunque su operatividad es, en esencia, la misma.
III. El mas allá
La cultura contemporánea comienza a configurarse en relación a cierta de-sustancialización de algunos objetos de consumo, lo cual devela cómo funciona el mecanismo de los imperativos de goce. Zizek muestra que la cultura actual invita a tomar todo el café que se quiera, ya que se trata de café descafeinado, un objeto desprovisto de aquello que es dañino pero que también aporta sabor. Las relaciones sexoafectivas podrian ser a los vínculos amorosos lo que el descafeinado al café.
La folletería sobre el placer actual se construye desde estos lugares, que intentan depurar, estandarizar, hacer predecibles y armoniosas las formas de metabolizar la experiencia, casi como los mejores exponentes de un conductismo ingenuo que tiende, so pretexto de eliminar la violencia, a pensar la experiencia humana, de manera lo mas parecida al funcionamiento cibernético.
“Sin secretos no hay amor” decía Cerati, a contrapelo de estas posturas que pretenden artificializar los encuentros, en pos de experiencias vinculares sin colesterol, predecibles. En las redes sociales, o aplicaciones de citas, se busca aquello que es lo mas parecido al YO del requiriente, que tenga los mismos gustos, las mismas ideas políticas, que no haya sorpresas, hacer de lo amoroso una experiencia exenta de opacidades y contingencias. Mas del lado del anhelo que del deseo.
“Nuestros sentidos no perciben nada extremo. Demasiado ruido nos ensordece. Demasiada luz nos deslumbra. Nosotros no sentimos ni el frío extremo, ni el calor extremo. Las cualidades excesivas nos son enemigas, y no sensibles no las sentimos, las sufrimos”, decía Pascal. Es que el placer tiene que ver con la sensación, y lo sensitivo se encuentra dentro de ciertos parámetros, de cierta medida. Sin embargo lo contemporáneo es una invitación a borrar esas medidas, un puro goce continuo. Ahí viene también la tantas veces citada frase de Goethe: “Nada peor que una sucesión de días hermosos”. Los discursos contemporáneos buscan quebrar toda medida y gozar sin cortes, gozar sin el Otro.
El amor y el deseo son ríos que pueden confluir pero la mayor parte del tiempo corren en paralelo. Tienen, además, aspiraciones distintas, el primero apunta a lo que hace de dos uno, y el segundo apunta al desplazamiento de lo múltiple; el amor es metáfora, el deseo es metonímico. En ese sentido el poliamor se muestra como una posibilidad de conjugar la estabilidad que proporciona el amor y el vértigo múltiple del deseo. El interrogante es que ocurre cuando deviene moral, deviene poli-amor, una vigilancia respecto de como gozar, regulación de los cuerpos y afectos, y un modo mas certero de como tener al Otro y su deseo bajo control.
Una frase muy en boga hoy día es, por ejemplo: “tan psicoanalista que duele” (saquemos el psicoanalista y pongamos cualquier otra característica personal y funciona del mismo modo) y me parece una frase muy impresionante que da cuenta como la época rechaza lo singular, la sorpresa, la opacidad humana, tanto que la otredad resulta dolorosa si es demasiado ostensible. Los brasileños para referirse a coger tienen una expresión maravillosa que es “transar”, muy usada en argentina en las juventudes de los 90 para describir el beso. Siguiendo a Silvia Ons, transar implica que hay algo del orden de la diferencia que se pone en juego y se atenúa pero no se pierde en el encuentro, la política es un testimonio de esto: se transa para llegar a un acuerdo. Pero siempre está en juego la diferencia, esa que se quiere abolir en el panfleto del placer.
Freud puso sobre la mesa lo conflictivo, la división subjetiva, lo mortífero que habita en el ser humano, por eso el psicoanálisis está mas allá de cualquier panfleto del placer, porque pone sobre la mesa que en todo vínculo humano no puede desembarzarse de lo inconsciente, abolir lo impredecible, cancelar lo incontrolable y opaco de la subjetividad, de ese desencuentro que implica el amor.
Etiquetas: Ezequiel Abaca, Goethe, Jacques Lacan, Pascal, Psicoanálisis, Sigmund Freud, Silvia Ons, Slavoj Žižek