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Por Luciano Lutereau | Portada: George Bellows
1.
La realidad es un ámbito de determinaciones. Esto quiere decir que en la realidad encontramos efectos. El psicoanálisis es una práctica de lectura de efectos. Estos pueden ser dos tipos: imaginarios o simbólicos. Los efectos imaginarios dependen de imágenes. Las imágenes son muy efectivas, por ejemplo, una imagen acerca sexualmente dos cuerpos. También una imagen despierta agresividad, cuando se la vive como amenazante.
Básicamente, amor y odio son dos pasiones de lo imaginario, porque dependen de excitaciones. Los efectos simbólicos, en cambio, dependen de la palabra. La palabra es corte con la imagen. La palabra produce efectos cuando surge un modo nuevo de decir algo. El modo más original de decir algo nuevo es con un síntoma. Un síntoma es una creación inédita, una maravilla. Lo maravilloso también es que un síntoma sirve para hablar. Cuando alguien habla desde un síntoma, dice cosas interesantes. No pasa muy seguido. Pasa cada vez menos. El psicoanálisis es una apuesta porque esto pase de vez en cuando. El resto, todo lo demás que se dice en este mundo, es puro bla bla, son puros discursos de amor y de odio, anónimos, sin sujeto ni subjetivantes, repetidos y repetibles, esas cosas que dicen quienes no pueden dejar de excitarse con efectos imaginarios.
A veces quienes no tienen nada nuevo para decir, salvo discursos de amor y de odio, enloquecen, pero ya lo decía Lacan: la locura es una potencia de lo imaginario. Que haya analistas locos parece una contradicción, tal vez sea un síntoma que necesita ser leído. Un efecto que, si se desplaza de lo imaginario a lo simbólico, quizá sea la chance de un nuevo decir. Por otro lado, a los locos no les gustan los síntomas (como a los famas no les gustan los cronopios) porque los síntomas dicen, pero dicen mal, dicen como síntomas que son, equívocamente, sin que se sepa bien qué dicen y a los locos esto los enloquece aún más, ellos dicen qué es lo que los síntomas dicen, pero así confunden lo equívoco con lo equivocado y así es que los locos vociferan: “que los síntomas no digan!”, “Que se callen!”. Sin darse cuenta, de locos que son, que solo quieren hablar ellos, porque sintomas hoy hay muy poquitos y locos un montón.
2.
Una idea básica de Freud es que hay realidad cada vez que algo nos afecta. A esa afección se le pueden dar muchos nombres, pero la más simple es “significante”. Y un significante es algo que busca traducir una afección en un efecto.
Si la traducción del significante es con otro significante, tenemos un síntoma. Es algo bien simple. Si esto ocurre, al efecto se llamo sujeto.
Ejemplo típico: una persona me dice algo que no me gusta, tal vez me inquieta, no lo sé, pero me afecta, entonces esa noche tengo un sueño y me pregunto: por qué carajo soñé esto. El inconsciente, entonces, es un modo de tratamiento de la afección.
Sin embargo, también puede haber rechazo del inconsciente y que frente a la misma situación, algo que me afecta, responda de otro modo: una alergia, un atracón y un vómito (real o simbólico), cualquier otra cosa que deja mi afección como intraducible.
Entonces no hay más opción que reducir el significante a lo imaginario, asumirme como un “yo” antes que como sujeto. A este paso de aplastamiento imaginario, Klein lo llamaba “culpa”, Sartre “mala fe” y Lacan “locura”. El yo culposo, loco y de mala fe, construye una realidad; no una a través del significante, sino una imaginaria.
Si Freud decía que la realidad implica afección, Lacan la definió a través de una pérdida. La realidad, para Lacan, es la simbolización de lo que perdemos; pero también puedo no querer perder nada. A la realidad onírica que el sujeto descubre con sus síntomas, se le opone la realidad de fantasías que crea el yo para justificar la pérdida, la más básica de todas: que si hubo afección es porque hubo un otro malvado por ahí que se ocupo de eso. Por eso, como también decía Lacan, el yo tiende a la paranoia, se constituye paranoicamente.
3.
En su escrito sobre la locura, Lacan la define como una “estasis del ser”; la idea de lo estático va de la mano de su modo de entender la libido en estos años, como una “energía” dice en el texto sobre narcisismo. El punto es que la energía de la que habla Lacan no es una cantidad, sino una distancia: la libido es la distancia entre el yo y la imagen que lo constituye. Sin esa distancia, hay “identificación inmediata”, sin mediación, es decir, locura.
No estar loco es poder vivir una distancia; la libido, como el agua, si se queda quieta, se estanca y se vuelve putrefacta. Esta putrefacción libidinal de la locura, es lo que lleva a Lacan a decir que “la locura es vivida íntegra en el registro del sentido”. El punto es cómo se adquiere este sentido. Lacan es claro: a través de la percepción. “Loco” es quien cree que lo que percibe/siente es idéntico a lo que es. Solo por esto alguna vez Lacan califico al obispo Berkeley de delirante, pero este es otro tema.
La locura, entonces, consiste en extender lo que sentimos a criterio de realidad. Es lo que ocurre hoy cuando todo se propone en términos de “Me parece”, “Lo que yo pienso”, “Para mí”, etc. Nada necesita pasar por el tamiz de la verdad (que es mediación simbólica), la verdad se reduce a testimonio infatuado. El problema, para Lacan, es que por la identificación inmediata con que se cancela el movimiento libidinal, todo lo que yo opine, crea, me parece, solo habla de mí a través de otro. La estasis de la libido se vuelve proyección. Ejemplo: “Para mí fulano es un garca”, pero eso no es situar una coordenada puntual y someterla a debate; ni siquiera es decir “Yo vivi esto” y abrir un diálogo, tampoco; el loco es quien sabe de antemano el sentido de lo que es, pero -de acuerdo con el ejemplo- de manera proyectiva: sin mediación le atribuye al otro sus odios e impotencias, sus frustraciones y venganzas, etc.
La locura domina hoy la mayoría de las formas de tomar públicamente la palabra. Muchos discursos sociales se pronuncian desde este lugar tan peligroso. Porque la locura solo hace masa, pero no crea lazo social. Por eso su modo de presentación más ordinario es a través de grietas. Creo que el psicoanálisis de hoy tiene que tener un compromiso activo en explicitar los modos de la locura, incluso cuando aparecen en espacios de analistas. Nada me parece más contrario al psicoanálisis que autorizar la locura o ser su espectador silencioso.
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