Por Manuel Quaranta | Portada: Roberto Jacoby

Traidores los días que huyeron

I.

Ricardo Zevi, alter ego del escritor argentino Salvador Benesdra, autor de la extraordinaria y extravagante novela El traductor (1998), abre con estas palabras su tránsito agónico por la interminable década menemista: “Me dije que tal vez era cierto después de todo que las ideologías están muertas”. La novela fue escrita en el contexto del fin de la historia, de la derrota definitiva de los sueños de igualdad y de la más férrea voluntad política por borrar del horizonte cualquier ideal colectivo o proyecto emancipatorio, proyectos e ideales que en algún momento sirvieron para que muchos jóvenes acariciaran la posibilidad concreta de construir un futuro mejor.

II.

What you see is what you see era la fórmula mágica del movimiento minimalista estadounidense de la década del sesenta. Que pueda verse todo sin confusión, solía repetir el artista Frank Stella. Todo lo que hay que ver es lo que se ve. Al respecto, George Didi-Huberman define la fórmula como “la actitud no freudiana por excelencia”, y extensivamente nosotros podríamos denominarla la actitud no marxista por excelencia, porque en el espectro de Marx ese enunciado estaría omitiendo la acción penetrante y decisiva de la ideología que, en principio, es una forma de conciencia que percibe la realidad de manera falsa, invertida o distorsionada. O sea, lo que se ve no es, bajo ningún punto de vista, lo que se ve: vemos una realidad deformada que legitima y encubre las relaciones de dominio.

III.

La representación clásica del efecto ideológico sugiere la imagen de una venda en los ojos merced de la cual el sujeto cegado ignora el camino verdadero hacia su bienestar. Así, en tanto conciencia enajenada, nos vemos forzados a considerar (según Richard Lichtman):

nuestra propia comprensión como si fuese independiente de nuestra actividad: nuestra época, nuestra clase, nuestros intereses y necesidades específicos; nuestra propia conciencia aparece como un conjunto de verdades eternas a las que debemos subordinamos, en vez de como una construcción provisional determinada por nosotros mismos.

En una palabra, existe para Marx un proceso de naturalización de las relaciones vigentes que justamente ocultan no sólo la explotación de los trabajadores sino las contradicciones inherentes al sistema, haciéndoles creer a las clases dominadas que el interés particular defendido por la burguesía (la valoración del capital)  lejos está de ser una prerrogativa del grupo, más bien al contrario, ese interés formaría parte del interés general de los diversos actores sociales.

IV.

Apenas unos meses antes de que Francis Fukuyama publicara el ensayo ¿El fin de la historia? (1989) se estrenaba en Estados Unidos la película They Live (1988), de John Carpenter.

El protagonista del film, John Nada, hombre a la deriva y hundido en la precariedad del nuevo orden mundial, fugitivo también de la policía, encuentra en un edificio abandonado una caja repleta de lentes de sol. Al colocárselos advierte con estremecimiento que la realidad percibida a través de ellos cambia. Por ejemplo, un cartel publicitario con la leyenda “Los datos de control crean un ambiente informático transparente”, deviene un anuncio gris que sólo muestra la palabra «Obedece»;  la invitación “Ven al Caribe”, escrita sobre la figura de una hermosa mujer recostada en la arena, se convierte en “Cásate y reprodúcete”. Incluso el dinero sufre el proceso de desocultación: “Este es tu Dios” reemplaza la figura de George Washington en el billete de un dólar. ¿Qué ocurre? Los lentes otorgan al protagonista la gracia (o la desgracia) de descubrir la verdadera realidad detrás de la fachada de las cosas. John Nada logra enfrentarse al mundo sin el filtro ideológico engendrado por los guardianes del capital.

Y como a quien reconoce la verdad le corresponde, platónicamente, compartir el descubrimiento con los no iniciados, John Nada (ahora un pedagogo) busca a su amigo Frank para contarle el inquietante hallazgo. Al comienzo, resulta razonable, Frank impugna la novedad, por eso ambos se sumergen en una larga disputa discursiva en la que Nada intenta convencerlo de la necesidad de ponerse los anteojos (ese “objeto del demonio”, diría un personaje de Bertolt Brecht). Ante el fracaso de la palabra, los amigos se trenzan en una brutal y desaforada pelea. ¿Por qué Frank combate con una obstinación tan exagerada? ¿A qué se debe su resistencia? ¿Intuye que vive en una mentira? ¿Adivina que la revelación será dolorosa? ¿Rechaza a los golpes el futuro derrumbe de las ilusiones? ¿Prefiere no arruinar su goce ignorante de consumidor con la pregunta sobre el origen de la mercancía? Finalmente, ensangrentado y exhausto, Nada le coloca los lentes a Frank y ocurre el desvelamiento.

V.

El quinto episodio de la tercera temporada de la serie británica Black Mirror, “Men against fire” (2016), sugiere la existencia de un escenario posapocalíptico en donde los integrantes de un ejército tienen la misión de salir (excitadísimos) a cazar unos seres monstruosos llamados cucarachas, que conviene exterminar por el bien del género humano. Entre los militares brilla Stripe, soldado virgen de toda virginidad, próximo a emprender su debut exterminador. En la primera incursión, los resultados son bastante alentadores, puesto que logra anotar en su haber dos ejemplares muertos; sin embargo, la alegría asesina del soldado se ve turbada por el surgimiento de una interferencia en su visión. Preocupado, regresa al campamento y visita al médico y luego a Arquette, el psicólogo de las fuerzas. Así nos enteramos de que Stripe tenía implantada una máscara y que ese implante funcionaba perfectamente, aunque en la segunda salida las cosas terminan de complicarse cuando Stripe presencia, atónito, cómo Ray, su exaltada compañera, ejecuta a sangre fría a una mujer cuya imagen ni siquiera el más entusiasta de los soldados podría haber confundido con la de una cucaracha. La interferencia desde ese sangriento episodio se convierte en falla y la falla se torna una angustiante sospecha, ¿de qué?, de otro mundo, como si Stripe se dijera: “Lo que veo ya no es lo que veo”. De hecho, en la escena siguiente el soldado salva a una mujer con la que luego se esconde del ejército en una casa abandonada. Allí, se dará un diálogo que se inicia con una pregunta, “¿Me ves como soy?”. Stripe responde afirmativamente y de pronto comprende lo que el espectador ya comprendió: las máscaras implantadas transforman a los seres humanos en desagradables criaturas incapaces de articular una lengua.

VI.

“¿Y los civiles, sin dispositivos implantados, por qué ven cucarachas?” A diferencia de los militares, la falsa conciencia de los civiles no es producto de un artificio técnico, sino que sigue el modelo de manipulación de los aparatos ideológicos del Estado de Louis Althusser. La respuesta de la mujer a la pregunta de Stripe carece de ambigüedades:

Ellos nos odian de todos modos, porque es lo que les han dicho. Hace diez años que esto empezó […] Primero, los chequeos, los exámenes de ADN, luego el registro, las medidas de emergencia. Y pronto todo el mundo empezó a llamarnos criaturas. Criaturas inmundas. Cada voz, en la televisión, en el ordenador. Dicen que tenemos… que tenemos una enfermedad dentro. Que tenemos un punto débil, que es nuestra sangre. Dicen que nuestra sangre no puede existir. No podemos existir.

El capítulo introduce uno de los propósitos centrales de la ideología, que el filósofo esloveno Slavoj Žižek define como mantener al otro a distancia. En el estado actual parece sencillo verificar el enunciado. Permanecer adentro del hogar frente al enemigo invisible. La realidad circundante se ha vuelto un peligro. El contacto con otros puede ser mortal. La propaganda oficial sobre COVID-19 de una provincia argentina (Santa Fe) sintetiza el problema: “El virus es un extraño. No lo lleves a tu casa”. Ya no alcanza con rejas, puertas blindadas, cámaras o alarmas para proteger nuestros bienes, ahora debemos protegernos a nosotros mismos, siempre mediante la lógica de la exclusión, el establecimiento de límites precisos, nosotros o ellos, hoy la distancia salva (yo-soy-sin-el-otro).

En este sentido, “Men against fire” pone en evidencia la urgente necesidad de marcar un territorio propio frente al peligro extranjero, y en el medio, masas indigentes que conforman la fervorosa tribuna que alienta la reproducción del capital con la esperanza de recibir alguna migaja.

VII.

Nadie escapa al influjo de la ideología porque ella constituye el corazón de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de producción. Eludirla sería como pretender un capitalismo sin acumulación o libre de su traza individualista (habría que revisar el capitalismo estatal soviético o la situación China). La ideología es parte esencial de la valoración del capital y por eso Žižek acierta cuando la señala como lo más propio, lo espontáneo en el sujeto, aquella respuesta (verbal o no) que irrumpe desde nuestro interior, una lengua que habla por nosotros. La ideología es inmediata, aunque se trate de un proceso de construcción histórica. Es tanto mediación como inmediatez, autonomía como dependencia, y uno de sus pilares básicos apunta a conservar el orden establecido. El ensayista argentino Oscar Masotta, en su libro Sexo y traición en Roberto Arlt (1965), lo dice antes y mejor:

Y en la medida que aquello que este lazo intersubjetivo pone en las cosas se halla a cada momento aprisionado por el peso de la tradición y por la ideología conservadora que emana de las estructuras actuales de la sociedad, no sería demasiado insensato afirmar que percibir es percibir un–casi–mundo–de–derecha.

En la última línea yace la clave. Percibir es percibir un–casi–mundo–de–derecha, es decir, en el mismo proceso perceptivo estarían operando las fuerzas del capital orientadas a fabricar un sujeto temeroso, racista, con un profundo y espontáneo odio ¿de clase?, que Masotta resume sabiamente (con la equívoca sabiduría de un sujeto incierto): “Soy un nudo de repugnancias que yo no he puesto en mí”. Quizás ese nudo explica por qué las poblaciones civiles del capítulo de Black Mirror no requieren máscaras, el desprecio se integró a su ser; sin embargo, el paso que deben dar los soldados no necesariamente lo garantiza el odio, porque este paso es un salto radical que consiste en la exterminación de sus semejantes, y frente a tamaña exigencia, el conjunto de repugnancias per se resultarían insuficientes. Para esclarecer el salto cualitativo (del simple desprecio al atroz exterminio) impulsado por la máscara vale la alocución del psicólogo:

Los humanos, ¿sabes?, tenemos mala reputación, pero somos genuinamente empáticos como especie. Quiero decir, somos realmente incapaces de matarnos entre nosotros. Lo cual es bueno. Hasta que tu futuro depende de aniquilar a tu enemigo. No sé cuánta historia estudiaste en la escuela. Hace algunos años —estoy hablando de principios del siglo XX— la mayoría de los soldados no disparaban sus armas o, si lo hacían, apuntaban por encima de la cabeza de su enemigo. Lo hacían a propósito. El ejército británico. Primera Guerra Mundial. El general paseaba por la línea con un palo y golpeaba a sus hombres para que dispararan. Incluso en la Segunda Guerra Mundial, en un tiroteo, solo un 15%, 20% de los hombres apretaban el gatillo. El destino del mundo en juego y solo un 15% disparaba. ¿Qué nos dice esto? Nos dice que la guerra hubiera sido más rápida si los militares hubieran disparado a la vez. Por eso nos adaptamos. Mejor entrenamiento. Mejores condiciones. Luego vino la Guerra de Vietnam y el porcentaje de disparos aumentó hasta un 85%. Volaron balas. Las muertes todavía eran bajas. Pero muchos de esos chicos que lograron matar a sus enemigos regresaron a casa traumatizados. Así eran las cosas hasta que llegó la máscara. ¿Lo ves?, la máscara… Es la más sofisticada arma militar […] Es mucho más fácil apretar el gatillo cuando estás apuntando al hombre del saco, ¿verdad? Pero no son solo tus ojos. Cuida también el resto de los sentidos. No puedes oír los gritos. No puedes oler la sangre ni la mierda.

Las referencias históricas dejan aturdido a Stripe. Se siente engañado, aunque él siempre supo la realidad de los hechos: firmó un contrato por el cual permitía la colocación del implante, y lo hizo, tal como lo muestra el video de la audiencia, sin coerciones. Exige a los gritos que lo apaguen, no quiere ver ni verse. Entonces, el psicólogo, alerta ante la reacción cada vez más furiosa de Stripe, decide aplicarle una dosis eléctrica que lo tumba. Tirado en el suelo, el especialista le ofrece dos opciones: reinicia la máscara y borra todo recuerdo o permanece encerrado visualizando en loop los crímenes cometidos, observando la realidad tal cual fue: en estas imágenes, en lugar de horribles criaturas chillando se distinguen hombres y mujeres implorando “por favor, no disparen”.

¿Qué elige? ¿Saber o ignorar?

Finalmente, el objetivo de la máscara excede la tentativa de construir un enemigo. Uno puede generar distancia con el otro sin deseos de suprimirlo. Mirarlo, en todo caso, podría suponer perdonarle la vida. Por lo tanto, hay que generar con el enemigo un desapego subjetivo, no verlo ni escucharlo ni olerlo, sólo así es posible un grado cero de compasión. El procedimiento lo describe el historiador italiano Enzo Traverso: “La distancia hace desaparecer el temor al asesinato y hace indiferente al criminal que, como un ciego, al no percibir nada, neutraliza de este modo sus reacciones morales”. La máscara borra las huellas que implicarían una revisión, un rapto de piedad, un arrepentimiento.

VIII.

Žižek recurre a una aclaración sobre la ideología formulada por el filósofo marxista Alfred Sohn-Rethel: “Este no-conocimiento de la realidad es parte de su esencia”, esto supone que nuestro devenir cotidiano entraña un constante no preguntarse por el proceso de intercambio capitalista, por las mediaciones sociales implícitas en él; cada uno debe afirmarse en la no-conciencia de la propia lógica del sistema, o en términos de Žižek, en “un tipo de realidad cuya misma consistencia ontológica implica un cierto no-conocimiento de sus participantes”; una realidad preñada de inocencia, ingenuidad, candidez; vivimos en un sistema “cuya misma reproducción implica que los individuos ‘no sepan lo que están haciendo’” . Esta es la posición subjetiva de Stripe. Él no sabe que no sabe hasta que comienza a sospechar del orden establecido, un proceso traumático por el que el soldado reconoce las condiciones objetivas de su producción: Stripe ahora ve las cosas como en realidad son, ha conseguido neutralizar la máscara deformante. El inconveniente estructural de este desenlace, si adherimos a la visión del filósofo esloveno, es que en el instante exacto en que distinguimos las cosas tal cual son, esa realidad se disuelve o pasa a ser otra clase de realidad, ya que la distorsión ideológica, el falso reconocimiento de la realidad, constituye a la realidad misma. Por ese motivo Stripe, frente al dilema saber o ignorar, elige el regreso a su posición subjetiva previa.

Una variante del tema la plantea Peter Sloterdijk: “Ellos saben muy bien lo que hacen, pero aún así, lo hacen”. Aquí se anuncia (o enuncia) una razón no ingenua, consciente de su propio saber, que nos obliga a realizar continuamente el esfuerzo de no preguntarnos cuál es el sistema de mediaciones sociales productor de mercancías; uno hace, en el mejor de los casos, como que no sabe, pero sin duda intuye. Esta parece la situación de Frank, el amigo de John Nada, cuando se rehúsa a utilizar los lentes (los lentes le confirmarían la farsa que intuye).

La notable actualidad de They Live, la expone Žižek: los lentes funcionan como crítica de la ideología, y no como ideología; John Nada usa lentes para ver mejor cuando la vulgata marxista sostiene que el gesto revulsivo consistiría en quitárselos. La película de Carpenter termina reafirmando la oscura sospecha de que la ideología es lo más propio, “un aspecto básico de la vida social bajo el capitalismo” (o dicho de otra forma: la realidad nunca puede re-producirse sin la mistificación ideológica).

IX.

De regreso a la ficción argentina, completamos las nueve notas con un fragmento de la perturbadora novela de Gustavo Ferreyra, La familia (2014):

La nitidez del día, que casi dos horas atrás, en el balcón de su casa, lo llevara a imbuirse tan fuertemente del mundo real, ahora, en esa escenografía por completo desconocida, le generaba aprensión, como si la nitidez fuera parte del engaño, de la falsedad de lo que estaba ocurriendo. Los gritos de los pájaros, que en ese momento se escuchaban pero no se veían, generaron en Sergio la vaga sospecha de una cinta magnetofónica. Parecía creer que estaba en una película o, mejor, en medio de un artificio, pero de un artificio tan vacío como el mundo real.

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