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Por Manuel Quaranta | Portada: Lucía Sbardella
Si no infringiera los derechos de autor me gustaría reproducir todas las entradas de Teoría de la gravedad, o al menos una línea de cada uno de los noventa y nueve textos que componen el volumen conformado por una selección de columnas de Leila Guerriero publicadas en el diario El país.
Son textos breves, de entre trescientas y trescientas cincuenta palabras, que provocan un vuelco extremo que hace que después de leerlos ya nada vuelva a ser como antes, son textos incisiones que nos arrojan sin piedad a un fondo que brilla oscuro frente a la indiferencia del mundo, un fondo abierto al interior de nosotros mismos, donde no se avizora ninguna salvación.
Teoría de la gravedad es un libro genial con la extraña cualidad de poder pasar desapercibido, es una obra prodigiosa en su extrema condensación, implacable, en el sentido Guerriero del término.
Para corroborarlo voy a referir sólo una línea, casualmente no tramada por Guerriero (ella hiere a distancia, como un ángel frío), que aparece en la entrada “Hospital”.
Dice así:
“Quién puso en mí esa misa a la que nunca llego”.
El verso de Héctor Viel Temperley es una hermosa maldición, la sombra de una memoria certera y brutal que se cierne sobre el cuerpo en cualquier momento de la noche (como ahora), para recordarnos que nuestra vida no fue otra cosa que una sucesión de oportunidades perdidas.
Sobre el verso me abstengo de ofrecer una explicación concreta, prefiero eludir esa tragedia máxima que supone aclarar un poema, pero sí quiero anudarlo con un fragmento del matemático francés Blaise Pascal, citado en La Universidad Desconocida, de Roberto Bolaño: “Me espanto y me asombro de verme aquí y no allí, porque no existe ninguna razón de estar aquí y no allí, ahora y no en otro tiempo. ¿Quién me ha puesto aquí?”.
Poeta, dice Saint-John Perse, “es aquel que rompe por nosotros el acostumbramiento”. Guerriero rompe por nosotros el acostumbramiento.
Quedamos impregnados de su voz. De una pureza descarnada, la de la palabra justa.
Etiquetas: Leila Guerriero, Lucía Sbardella, Manuel Quaranta, Teoría de la gravedad