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Por Cristian Rodríguez | Portada: Martin Klimas
La sola mención de la palabra trauma espanta, pues si tuviera en su ajuar algún reflejo imposible, en este se superpondrían amor y muerte. Es lo que Freud señaló precisamente no sólo sobre la psicopatología de la vida cotidiana, sino posteriormente sobre las neurosis de guerra y en particular sobre la pulsión de muerte.
¿Pero qué supone el trauma, ajeno incluso a la representación? Sin embargo, es una vibración, y es esa vibración la que Freud intenta morigerar nombrando a su artículo Duelo y melancolía, en 1915, sin encontrar allí un punto de atravesamiento cierto, salvo el de “desmontaje” pieza por pieza frente a una pérdida irreversible, como si eso fuera posible de realizar en la experiencia traumática. Por el contrario, si algo caracteriza al desmontaje es lo que de la pulsión erótica se desmonta, se desencaja, y se hace trizas. Esa es la cuestión planteada por Freud en ese mismo artículo sobre la dificultad que encuentra respecto del duelo posible y el duelo patológico, y que por ende también lo hace oscilar entre las melancolías como posición ligada a la culpabilidad y el autorreproche, y la melancolía como patología psiquiátrica estructural. El texto trasunta un intento por develar un misterio impreciso y a la vez imposible, y por eso el trabajo de duelo aparece como una reliquia posible de reajustar, una explicación tranquilizadora: el tiempo, junto con el trabajo de duelo curarán.
Freud cree, probablemente, en una posición atravesada por sus pérdidas tan cercanas y recientes a este escrito -hasta su publicación en 1917-, que ese quitar pieza por pieza para disponerlas en otra parte sea posible. Un reacomodamiento de la posición subjetiva a partir del acontecimiento traumático. Pero se encuentra en su desarrollo teórico a las puertas de otra cosa.
El propio Jean Allouch nos da la pista, sobre esa oscilación que lo lleva a plantear en el hermoso libro Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca, encontrando, a mi criterio, otro modo de nombrar el trauma, lo inasimilable de un trauma, lo estrictamente irrepresentable, y a eso le da el nombre de “psicosis alucinatoria de deseo”, curioso concepto ya presente en el texto freudiano. Cuestión interesante, porque de hecho no se atraviesa el trauma por el camino del duelo, sino por una experiencia completamente inasimilable, sobre todo para la conciencia. Del orden de eso alucinatorio ligado a lo inconsciente inasimilable a la conciencia y ligado también a la primera experiencia de satisfacción. El status quo del trauma es sin dudas alucinatorio y deseante de un modo voraz. Llama a morir con él.
De hecho, un trauma mata -de un modo literal-, o provoca en cambio una nueva primera experiencia de satisfacción. Pero esa primera es tan otra que rompe incluso, en el plano de la práctica psicoanalítica, con cualquier intento de “apres coup”. No es resignificable por ninguna de las vías metapsicológicas señaladas hasta ahora en la transferencia analítica.
Pedazos
Se sale de un trauma tomando los propios pedazos que ese trauma propone, y parte de esos pedazos están hechos de existencia que hasta allí creíamos cierta y creíamos propia. Está inscripta en esa famosa frase que solemos escuchar cuando alguien pierde un amor muy próximo y determinante en su vida: “se llevó un pedazo de mí, una parte de mí murió con ella/ él”. Ese pedazo de sí no es una pieza que se pueda poner en la cuenta. Pero ni siquiera esos pedazos son un eco, ya que no todo está en el campo del Otro. Cada letra devenida del trauma será una cosecha, tal vez un por hacer, la cosa hecha de esa persona en una vida, su relación con el significante de la falta en el Otro, pero una relación insospechada y necesariamente nueva. Es eso o la muerte de la lápida. Y hay muchos que caminan por la vida con la lápida a cuestas.
En el trauma se debe morir para asegurar un auténtico acto analítico. De algún modo, entregarse a él. Ese acto analítico es en pedazos, pedazos irreversibles, un balbuceo a lo Babel. Para que ello acontezca, no se puede ceder a la letra sádica, la letra que proviene del autorreproche y la denigración. Babel propone, sin dudas, no sólo un tipo de letra transdimensional, sino una letra ligada al falo simbólico. Por incomprensible incluso deseante.
Ritmo
El trauma y la salida por la vía del trauma es, como vemos, muy diferente de un trabajo de duelo. Hay pérdidas irreversibles que arrastran una parte del propio viviente y allí el duelo no acontecerá jamás. Pensar una dinámica transferencial que posibilite allí el duelo es no sólo errar el analizando el curso de las intervenciones -al modo del acto fallido y de la resistencia- sino desconocer que el trauma no tiene tiempo reconocible, y que el desarrollo de la sesión a través de éste supone un acto de funambulista en el que la relación con el espacio -y lo que Freud llamó “tendencia” de la pulsión- es en un tiempo instantáneo, presente continuo, que es el propio del “tiempo presente” del trauma. Pero sólo es posible volverlo tiempo presente haciendo con el “das ding” un propio nombre, cada vez con la cosa en cuestión, en instante. Ese real candente no está ligado al significante. Hacer un propio nombre con el das ding, y deshacerlo, cada vez, en el presente continuo, tantas veces como sea necesario. Desencadena un ritmo, parecido a una música dodecafónica, arbitraria, caprichosa y anhelante. Insiste, hasta que ese ritmo toma el relevo de una repetición. No es en sí mismo un mecanismo de repetición, sino por esa aparecerse como diferente e insistente. Diferente y presencia/ presente continuo, persistiendo.
Ese real candente no está ligado al significante a priori, no está ligado a ninguno de los registros del Nudo Borromeo y sus entrecruzamientos, pero no es un pasaje al acto, sino una novedad desconcertante, despedazante de dolor infinito, pero insiste y persiste, precisamente por su sin sentido en todo momento. Un todo momento que el analista sólo debe tomar en el instante mismo de lo que allí escuche, para transportarlo -al modo de la técnica utilizada por la psiquis en la trasposición de las pulsiones y los destinos de pulsión- al tiempo presente, presente vivo.
Renacer das ding
En estas épocas de inermidad, ante la indefensión en la que se encuentra el semejante a escala global, la posición del analista concierne en tener en cuenta esta división entre duelo y trauma, y sus senderos que se bifurcan. Alojarlo en la cultura en esa persistencia embriagadora y mutilatoria que tiene el trauma y sostenerse allí, en esa dimensión ciertamente delirante del sufrimiento sin pausa, concierne al psicoanálisis y no a la psicoterapia ¿Y cómo hace el analista, el humano analista, para recostarse a su vez en las evoluciones de esa siesta de fauno? Sin dudas está jugando con fuego. Dionisos produce su llamado a lo común de los encuentros, sean interpersonales, colectivos, institucionales o amatorios.
La soledad en el trauma no tiene remedio, salvo que sea en común, un común que va devastando los pedazos de trauma de esa nueva y extraña otra primera experiencia de satisfacción. Es el trabajo de un carpintero transformando la fronda de un árbol caído y quemado por el rayo en una escultura. La soledad resonante que tal vez se vuelve común. Alguien, seguramente mire hacia esa escultura.
Freud sabía mis amigos, perdió a sus queridos en una guerra genocida, poco después perdió a su hija Sophie, efecto de la gripe española. Tenemos una nueva doctrina del psicoanálisis, y una nueva ética del psicoanálisis como efecto de ello. Lacan también sabía cuando nombró a su último seminario, el Seminario 27, nada menos que Disolución.
Tal vez el trauma nos proponga una invención. Nadie sabe de mí en esa intimidad persistente, pero hay un ritmo que llama a la vida. Es la flauta de Pan de “Preludio a la siesta de un fauno” de Debussy. Hipnótico y a la vez embriagador por persistir allí. Hay un renacer das ding allí, entre esas muchas muertes acaecidas e insoportables para el que padece cercano y su dolor arrasador.
¿Escuchan? Un real que se lee. Soledad, nada aún.
Etiquetas: Cristian Rodríguez, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo-, IGH -institute Gérard Haddad de París-, Jacques Lacan, Jean Allouch, Psicoanálisis, Sigmund Freud, trauma