Blog

Por Mauro Britos
1
Volvía de la capital de San Luis. Me fui un mes de viaje. Volvía a las chapas en mi auto. Yo nunca manejaba rápido, pero la tuve a mi novia hablándome por teléfono y rompiéndome las bolas cinco días seguidos. Me planteaba que yo no podía irme así, y tantos días dejando mi trabajo. (Trabajaba en una tienda de ropa). Pero lo que más le jodió fue que también la dejé a ella y me fui sin avisar nada a nadie, excepto a mi amigo Bohemio que estaba allá instalado en un depto de dos ambientes en la capital puntana.
Él se había cansado de mi ciudad, que también era la de él. Me decía que no llegaba a ser ciudad, ni tampoco pueblo. Que era una mezcla rara. Y que tampoco se bancaba que la gente sea tan chusmeta (como decía él). Cortó solo y se fue de viaje. Primero Córdoba, Calamuchita. Y después San Luis, que de vender cuchillas casa por casa, hoy es encargado en un restaurante.
Venía a 158 km, eso indicaba mi Gps. Todo esto por bronca. Porque mi novia me reventó las bolas cinco noches antes diciendo que me venga porque sino iba a dejarme y todas las pavadas a granel que una novia enojada e histérica puede decir cuando está enojada e histérica, haciendo nada, salvo romper las bolas con un celular a 700 km de distancia.
Pasé una laguna. Tuve que pegar una frenada soberbia en ese puente y me dije:
—No puedo venir hecho un loco y un desquiciado al volante por esta loca. ¿Qué soy, un dominado, un pollera biónica, un sin cerebro, un auténtico idiota que se va a matar en la ruta por una loca?
2
De a poco reducí la velocidad de mi auto, que me pedía a gritos que lo hiciera. Como si mi auto estaría pensando y tomando las decisiones que yo debería tomar, diciéndome: ¡No te mates por una estupidez!
Entre pucho y pucho me dieron terribles ganas de mear. De paso controlaba las cubiertas, que era lo único que sabía hacer en un auto. De motor, nada. Si se rompiera abriría el capot al pedo, como lo hacen los tontos.
Unos kilómetros más tarde, escuchando un compilado de rock, me vinieron a la mente y al cuerpo unas ganas terribles de tomar mates. Un buen mate amargo, en mi nuevo mate puntano de calabaza que había curado dos noches antes… Soy gran tomador de mates. Pero manejando solo, no me las podría arreglar ya que la primera y la última vez que quise cebarme un mate manejando me salió mal y casi vuelco.
¿Qué hago? Si freno pierdo tiempo de ruta y no voy a arrancar el auto hasta que me termine un termo o inclusive dos. Seguí la marcha y se me ocurrió que vería en alguna parte del camino, a algún viajero haciendo dedo. Lo levantaría y le pediría que se siente y en el tiempo mínimo posible, empiece a hacer el mate.
Kilómetros y kilómetros, y nada. Mis ganas de saborear el mate ya se hacía agua en mi boca y ya sentía una especie de abstinencia, casi tan fuerte como la del cigarrillo.
3
Casi entrando en un puente de una gran laguna que atravesaba la ruta, vi a lo lejos a una persona sobre la banquina. No podía distinguir si era un pescador o alguien haciendo dedo. Al final lo era. Un hombre de entre 40 y 50 años haciendo dedo.
—¿Para dónde va? —le digo.
—Varios kilómetros más por esta ruta.
—Suba. Pero la única condición es que prepare el mate y cebe hasta saciar mis ganas.
—Sí, cómo no —respondió.
—Amargo si es posible.
—Sí, buen hombre -me dijo-. Tenga cuidado cuando pasa la curva siguiente a la laguna, porque es peligrosa.
—Si, la conozco. Despreocupe y cebe mates.
Puse un rock nacional y por media hora no hablamos. Sólo tomamos mates.
4
—Suena bien este rock, ¿de quién es che? —dijo mi cebador de mates.
-Calamaro con Los Rodriguez —respondí—. ¿Cómo lo trató el día hoy?
—Bien, de madrugada, a las 9:30, me levanté y comencé con mis tareas.
—Eso no es de madrugada —le dije.
—Depende para quién, para mi es de madrugada.
—Lo comprendo igual, todos tenemos nuestro propio reloj y los horarios son discutibles.
—Comparto con usted, muchachito.
—Me puede tutear. Me llamo Pablo —le dije.
—Gabriel, es mi nombre.
—¿Cuánto tiempo estuvo haciendo dedo? ¿Está brava la gente con esto de levantar, desconfían y no levantan lo suficiente?
—Unas dos horas. Si, andan medio desconfiados. Pero ya me acostumbré. Hace años que viajo a dedo.
—Comprendo. Me pasaba cuando anduve a dedo y me fui hasta Chile. Levantaban más allá que en Argentina. Tirá la yerba en la bolsa y empezalo de nuevo, ¡ese mate está espantoso!
—Bueno Pablo.
Tomando el mate arreglado, pensaba y quise descifrar un poco al hombre que había levantado. Me preguntaba a mí mismo a dónde carajo iba este hombre. Que eran esas marcas en sus manos. Esa paz que emitía en cada frase.
5
Cambié de música y puse la radio. Una Fm, creo que era muy potente porque la escuchamos 40 minutos. Pasaban tango. La radio se llamaba “Alba”.
—Te gusta el tango —me pregunta.
—Si, bastante.
—Los tangueros viejos eran los más realistas de todos. Eran pesimistas pero realistas, la vida es dura. No creo en los optimistas.
—Comparto, si. Pero tampoco los extremos son buenos. La vida a veces es dura pero a veces se ablanda, aunque sea de forma efímera.
—No entiendo a esa gente que no conoce la angustia.
—Quizás la esconden, Gabriel. La conocen pero la esconden muy bien bajo las llaves de una sonrisa falsa.
—Creo que tenés razón.
Este hombre que no sé de dónde viene ni para dónde va, me está cayendo por demás de bien. No logro descifrar bien su forma, pero es una linda forma. Tiene barba y boina. Pelo medianamente largo. Me hace recordar a mi tío Juan, el gran filósofo de la vida que se la pasaba trabajando lo justo y necesario y siempre se hacía tiempo para pasar horas en su taller de pintura, que además ahí tenía una biblioteca muy hermosa pero sólo de filosofía. Lástima que nunca quiso mostrar sus pinturas, y las quemó todas antes de morir. Pero me imagino que pintaba cuadros para que la gente piense, piense y piense, hasta preguntarse una y mil veces qué carajo hacemos viviendo en esta jungla de malhumorados, sin gracia, y sin compartir, absolutamente, nada. Quisiera saber algún día dónde carajo dejó la tía Ester esos libros, que sé que eran de filosofía, pero que nunca pude ver qué autores eran.
Este tipo —mi cebador de mates— se parecía a Juan.
6
—Gabriel —le dije—, ¿qué significan esas alpargatas tan rotas hermano? ¿No tenés dinero como para comprar otras? Entiendo que los hippies como vos anden zaparrastrosos pero ¿para tanto?
—Me gusta usarlas hasta que se gasten.
—Pero con esas alpargatas parecés un croto. Te van a dar limosnas. No vas a levantar ni sospechas.
—Ya estoy cansado de levantar, Pablo.
—¿Ah sí? Y mi abuela hizo torta fritas.
—¿Vos creés que yo no levanto porque hago dedo? Estás confundido.
—No. No creo eso. Creo que el partido está difícil para todos.
7
(Llamado de Luqueti)
—Che, estoy acá en tu bulín. Vos le habías dado la llave al Caimán, pero aparentemente no vino nadie, hermano.
—¿Pero cómo lo encontraste, Luqueti?
—Y… Lleno de tierra. Tela de arañas. Una mugre espantosa y mucho olor a tufo, viejo. ¿Dejaste la canilla del baño perdiendo? Porque se llenó de agua todo el piso. Aparentemente pierde la bacha.
—Uh, la concha de lora y de Caimán que no fue. Le dije que vaya a ver qué onda y que lo use, pero aparentemente no tendría con quién ir. Pero igual podría haber ido a hacer lo que se le antoje, la paja también.
—Es un quilombo, yo lo limpio, Pablo, pero no tengo guita para el plomero.
—Despreocupate. Limpiá, usalo tranquilo, te viene bien a vos que te gusta demasiado la soledad. Aprovechá a tomar cervezas y a hacer la paja tranquilo. Y pedile la plata a mi hermano para el plomero. No te drogues mucho, ja. Abrazo Luqueti.
8
(Dejada atrás las discusiones por la mala vestimenta y desprolijidad de Gabriel; puse un disco de Pink Floyd, cambiamos la yerba del mate y seguimos charlando ganzadas).
—Fumás muchísimo, Pablo —dijo Gabriel.
—Sí. Aún más que esto. Soy un asco fumando.
—Y bueno, qué va a hacer. Quizás nunca te preguntaste por qué fumás tanto.
—No sé. Pero, a veces, es bueno no preguntarse.
—Lleva tanto filo la interrogación. A veces es bueno seguir siendo bastante cobarde y no tratar de cambiar nada —dijo Gabriel.
Perturbado y pensativo, pero tratando de que no se me note, le digo:
—¡Dejate de joder! ¡Tanto bondi por esta gilada! ¡Está insulso ese mate! ¡Ponele ganas, viejo! ¡Quiero tomar buenos mates! ¡Así por lo menos aguanto más esas palabrerías insustanciales de lo cotidiano!
—Bien —dijo Gabriel.
—Quiero que sepas algo: todas las personas saben de donde vienen pero no para donde van. Y todos padecemos de ansiedad por eso. Y por eso, nos anestesiamos con alcohol, tabaco o asesinando el tiempo virtualmente…
—… y quiero decirte que la vida es eso que nos duele y….
—¡Cuidado!
—¿Qué?
9
Cecilia, mi mamá, grita:
—Por fin hijito. Abriste los ojos, ¿estás bien? ¡Pablo abrió los ojos! ¡Vengan!
—Qué pasó, mamá?
—Hijo, hace quince días que chocaste, estabas muy mal. Qué milagro.
—¿Cómo, mamá?
—Chocaste en la salida de San Luís, hijito. Justo en el bulevar. ¡Dios Santo!
10
Me desperté asustado por el golpe que le dio el enfermero de la clínica psiquiátrica a la puerta de mi habitación. Y me dice, en voz alta casi llegando al grito:
—Levántate que ya dormiste mucho, y andá a merendar que están todos en el comedor. Te permitimos dormir más por el refuerzo que te dimos.
Mientras seguía pensando en el lindo sueño de viaje que había tenido, le digo:
—Si, ahora voy. ¿Puedo ver a la psicóloga mañana?
Etiquetas: ficción, Mauro Britos