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02-07-2021 Notas

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Por Ramiro Tejo

“Perdido en las cerrazones,
quién sabe, vidita, por dónde andaré…
Más cuando salga la luna
cantaré, cantaré”
Athaualpa Yupanqui, Luna Tucumana

Efectos repartidos

Desde hace casi un año y medio nos toca vivir en un mundo que se ha transformado. Nuestros modos habituales de vincularnos han sido conmovidos. El distanciamiento y las restricciones se han instalado en medio de cada una de nuestras actividades cotidianas. Nuestros cuerpos ya no circulan del mismo modo. La distancia sostenida en el tiempo es el modo en que incorporamos una estrategia de protección. Curiosa forma de subvertir las cosas: la distancia espacial como forma de cuidado. Estrategia que se desprende en forma directa del saber producido por la ciencia  sobre el modo en que se replica el virus.

 Los efectos sobre los sujetos son diversos y no todos transitamos las medidas de aislamiento del mismo modo.  Al cuerpo tomado en un discurso  como unidad que se aísla, responde otro cuerpo, el cuerpo hablante. La incertidumbre, la angustia, la enfermedad, la espera, la cercanía de la muerte propia o ajena, se hacen presente bajo diferentes formas de sufrir que se hilvanan con el distanciamiento físico. Hemos constatado, durante este tiempo, el modo en que el acontecimiento pandemia y las restricciones al contacto han conmovido la economía de goce y los diversos anudamientos subjetivos. En algunos, produciendo un corte auspicioso en el que la invención ha tenido lugar para producir una respuesta inédita, en otros funcionado como un detenimiento, una deflación del deseo concomitante a una experiencia de dolor psíquico y de retraimiento a nivel del lazo social.

Hacer hablar lo que se escribe mudo

Para quienes creemos que el discurso analítico debe responder al malestar de nuestra civilización, se hace necesaria una lectura de estas coordenadas para poder orientarnos en nuestra práctica. Si una de las estrategias producida por el discurso de la ciencia es el confinamiento, debemos leer sus efectos a nivel del lazo social. Anoticiados de que el aislamiento de los cuerpos puede devenir en distanciamiento subjetivo, nos ha tocado elaborar respuestas para que ese aislamiento no funcione como un imperativo de silencio.

Lacan en una clase de su Seminario en el año 1955 se dedicó a responder a una pregunta un poco llamativa y que formuló de la siguiente forma: ¿Por qué los planetas no hablan? Va a situar allí cómo el desarrollo de la ciencia logró producir una escritura capaz de calcular el movimiento de los planetas al punto de alojar un saber en lo real. Dirá que desde el momento en que pudo fijarse esa escritura, los planetas ya no hablan porque se les ha callado la boca, ya no tienen nada para decir. Todo lo que había sido elucubrado por la imaginación a partir de sus movimientos y lo que a ellos podría atribuirse de un querer decir fue reducido a una fórmula que articulando letras excluye el sentido. Cuando lo real se presenta ordenado en un saber escrito (en sentido matemático) hay un efecto de silencio del querer decir.

A lo real, que por definición excluye el sentido, la ciencia atribuye un saber. Y es en el orden de este saber en el que los cuerpos son tomados en un cálculo. Es allí donde creo que es interesante preguntarnos sobre los efectos a nivel del sujeto. Es decir, interrogarnos por las afinidades de dicho ordenamiento discursivo y los efectos de silencio que puede producir a nivel del sentido.

A ese discurso responde la noción de cuerpo hablante que reconoce un real singular irreductible al saber y que se separa del cuerpo como unidad aislable capturada en un cálculo. Cuerpo afectado por el goce que podemos localizar ya sea bajo la forma del síntoma que se interpone en un “eso no marcha” para el sujeto que se sostiene en el lazo con otros o, en el peor de los casos, en el confinamiento del síntoma al silencio, a su connatural dimensión de Uno sin Otro, a su dimensión de Uno totalmente solo que no le dice nada a nadie. Se trata para nosotros, bajo el legado freudiano, en un caso o en otro de instalar el discurso analítico en tiempos donde los espacios del decir y escuchar son rechazados.

Una orientación

En este sentido, la respuesta del analista a la emergencia de las diferentes formas que toma el sufrimiento en tiempos de distanciamiento no será la de ignorar la coyuntura, pero tampoco la de comprender de un modo que se eclipse el valor de lo singular en lo  común del acontecimiento. El insomnio, la deflación del deseo, la tristeza, las compulsiones, serán indagadas en la dimensión del querer decir por un discurso que no consiente al silencio como imperativo sobre el padecimiento. La versatilidad del analista se mide en cómo, advertido de los discursos que imperan en su época, es capaz de producirse como causa del decir, en cómo instala el discurso analítico en los espacios donde impera el silencio subjetivo afín a lo real del síntoma, para poner a hablar lo que se escribe mudo. 

Creer en el síntoma, hacer lugar a un querer decir, para que en todo caso sea sobre la experiencia de la palabra donde pueda recortarse lo que del síntoma de cada uno se escribe en silencio no queriendo decir nada a nadie. Aunque, como dice Lacan,  “en ocasiones eso se canta”. Es por el camino de esta articulación donde se juega la apuesta del discurso analítico de enganchar la soledad del síntoma a un lazo social posible.

 

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