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08-07-2021 Notas

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Por Luciano Lutereau | Portada: George Bellows

1.

El siglo XIX supuso una moral fuerte, basada en el deber, de ahí que Freud hablara del superyó e incluso de cómo éste se nutre de la renuncia: vivir la obligación como sacrificio es un típico sufrimiento neurótico.

Sin embargo, en el siglo XXI -como por ejemplo lo plantea Lipovetsky- la relación con las normas se relajó. La paradoja es que no por eso somos más libres. ¡Al contrario! Zizek (parafraseando a Lacan) tiene un buen argumento para plantear esta diferencia: dice que en las sociedades contemporáneas lo no-prohibido se vuelve obligatorio.

Vivimos empujados, por ejemplo, a disfrutar, a aprovechar, a pasarla bien, a no perder oportunidades. Aquí ya no hablamos del superyó, sino del imperativo de goce, en cuyo centro está la relación con el temor. ¿Cómo es que quienes hoy tienen todo para disfrutar, sin embargo, viven atemorizados?

Esto se ve en cómo la fantasía de ruina se volvió una constante en la vida de muchas personas: ¿y si quedo en la calle? ¿Y si pierdo todo? Esta fantasía es posible en un mundo en que cambiaron las condiciones para tener cosas: hoy trabajamos todo el día, pero nunca lo que conseguimos nos define; nunca es más que dinero, que sirve para pagar y pagar, pero nunca dejar de pagar, porque cada vez debemos más cosas.

Vivimos para pagar servicios, para pagar comodidades, para pagar y ser cada día más deudores. La sociedad de consumo tiene en su centro el miedo porque supone un sujeto cada vez más endeudado, que no puede juntar sus cosas e irse, porque lo que tiene siempre es poco al lado de sus deudas.

El neurótico, superyoico, pagaba con síntomas; el de nuestro tiempo paga con miedos, principalmente el miedo a no poder pagar. Casi nadie cree hoy en día en su capacidad de trabajo, porque el trabajo pierde sentido en este contexto. ¿Qué no se puede tercerizar para que lo haga otro a cambio de un porcentaje?

En un mundo de tercerizaciones, la noción de síntoma pierde valor. ¿Para qué voy a sintomatizarme si puedo invertir en mis ansiedades productivas, o en un miedo al miedo constante?
El capitalismo actual nos hace pagar por miedos, el psicoanálisis es una invitación a pagar por el deseo.

2.

Hay un tipo de personalidad que caracteriza a nuestra época, que se basa en una pérdida de interés en el acto.

Por un lado se hacen mil cosas, pero los actos que implican subjetivamente, dan paja. No hay suficiente libido para actuar.

Hay personas que lo dicen así: «No puedo arrancar», aunque después cuenten que si lo hacen experimentan una satisfacción. Por ejemplo, les cuesta ir a una fiesta, a una reunión, a un curso, al gimnasio, pero después dicen: «¡Estuvo bueno!».

Es una coordenada diferente a la de la neurosis, que frente al acto más bien sentía una fuerza negativa, una resistencia; por ejemplo, si quiero escribir, doy vueltas, me distraigo y solo después de muchos rodeos me puedo sentar a hacerlo; pero mi contrainvestudura es proporcional a mi deseo.

Para el sujeto actual, no llega a haber investidura libidinal del acto; el sujeto contemporáneo no está subjetivado desde el acto. Si el neurótico, deseante, decía (como el personaje de Melville) «Preferiría no hacerlo», como señal del miedo que más enmascaraba su deseo; el sujeto de nuestro tiempo dice «Si puedo no hacerlo, no lo hago».

Es lo que expresa el meme de los dos perritos, que me encanta. El perro grande (del deseo) es el que cursa una materia, en un aula sin luz ni ventanas, con todos fumando y rinde 3 parciales en un día; el perrito (deslibidinizado) deja la carrera porque no puede entrar al campus virtual.

O bien solo puede actuar si es de acuerdo con una exigencia, si se lo piden, si transforma el «quiero» en «tengo que» y así es que hace trámites si «tiene que» hacerlos», estudia cuando no queda otra, actúa con fechas de vencimiento, pone la causa del deseo afuera, en una obligación, por eso termina quemado, permanentemente cansado, sin contenido.

3.

El origen de la vida mental personal, que llamamos «narcisismo», son las experiencias de satisfacción temprana que, en cierto momento, se convierten en nuestro Yo.

A partir de entonces, la relación con el mundo ya no admite cualquier objeto que provea placer, sino que es necesaria una identificación con aquello con lo que me relaciono.

Esto que parece tan difícil de decir, es lo que se ve en un niño que pasa de comer de todo a decir que solo le gustan solo algunas. Es un paso de crecimiento. Por suerte no tendrá sentido que le digamos: probá, dale, si no sabés cómo es. Si aplicarámos este razonamiento a la vida cotidiana, la humanidad desaparecería en una mañana. Por suerte los niños son sabios y resisten. Tienen un narcisismo fuerte.

En cambio, la fragilidad narcisista es propia de quienes buscan todo el tiempo experiencias más intensas, sin saber nunca del todo qué les gusta. No hace falta pensar en patologías, alcanza con pensar en la vida amorosa de quienes cambian de persona cada semana. No planteo una objeción moral, no estoy en contra de la promiscuidad, si fuese signo de deseo; pero está lejos de ser deseante quien pasa de cuerpo en cuerpo porque, si no, se aburre. Digo entonces que el narcisismo es suficiente para el amor? No. Sí es necesario, aunque si la relación con el mundo y los demás fuesen la identificación narcisista, también sería pobre el lazo.

El deseo da un paso más, no es probar cualquier cosa; es tentarse, de vez en cuando, con eso que te gusta sin que sepas bien por qué.

Serie Psicoanálisis outdoor

 

 

 

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