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29-07-2021 Notas

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Por Luciano Lutereau | Portada: Berthe Morisot

1.

“Los reyes son los padres” dice una frase popular, retorno de lo reprimido: que los que no existen son los padres.

Somos hijos de un hombre, una mujer u otra cosa, pero no nacemos de un padre o una madre. Nacemos de deseos sexuales, aunque no es tan claro que la reproducción humana (en la que hay partos y demás) siga implicando nacimientos y, menos aún, deseos.

Quizá por eso la parentalidad se volvió un ámbito de preocupación constante. Pero esta preocupación ya no es el retorno de una represión.

2.

En la presentación de Crianza para padres cansados conversamos, entre otras cosas, de un tema que cuesta mucho decir: que el deseo de hijo nace de la culpa.

Es cierto que no nos gusta que esto sea así, preferiríamos creer que es un deseo que surge del amor, que es un deseo armónico; pero si así fuera, ¿por qué tantas personas tienen en claro que traer un hijo a este mundo es una locura? Lo que para la conciencia parece capricho, en el inconsciente es culpa.

Le pasa también a los padres ya entrados en años que piensan que quizá no verán crecer a sus hijos. Son culpables de su deseo; pero esto no es excepcional, le ocurre a los padres que temen que les pase algo, si no a ellos, a los niños.

Si no existiese la culpa en la raíz del deseo de hijo, ¿por qué los abuelos buscan reparar con los nietos la renuncia que les impuso su propia parentalidad? Es que criar implica renunciar a los hijos y esa es también otra fuente de culpa que recuerda su origen.

El problema no es que haya culpa, porque ésta se puede transformar en deuda; sabernos culpables de lo que deseamos, de lo que recibimos, de su falta de justificación, es un comienzo y la necesidad de un trabajo.

El problema es la culpa estática, que no se mueve, que no se reconoce como tal, que se desconoce o que reniega de sí misma, como ocurre en las parentalidades que piensan que los hijos son para disfrute de los padres, que creen que un niño tiene que ser la alegría del hogar porque -de lo contrario- los padres se angustian. Así le piden a un hijo que repare la culpa de desearlo.

El deseo de hijo es uno de los deseos más extraños, hoy en día es un deseo muy problemático en nuestra sociedad, que a veces se confunde con “querer tener un hijo”, pero son cosas diferentes. Cuando alguien quiere tener un hijo, no es tan claro que lo desee, mucho menos para qué lo quiere. Incluso no querer tener un hijo a veces puede ser la única forma de desearlo. Hay casos de los más diversos, pero no son infinitos.

3.

Conocí a 4 mujeres que, en estos días, le contaron a sus parejas que tenían un atraso y ellos dijeron: “A lo mejor es por la vacuna”. Una de ellas respondió muy enojada: “Si llego a estar embarazada, ¡se va a llamar Putín!”.

No podemos ponernos literales cuando hablamos de quién vacuna a una mujer. Entiendo el enojo, pero también pienso que es un efecto de la pregunta por lo paterno para un varón: ¿quién podría decir “Yo soy el padre”? Ese desplazamiento de la causa es un modo también de acusar recibo. En tribus de las llamadas primitivas es común que la paternidad se atribuya a piedras, animales, etc. El padre no es un hombre, es un significante.

El hombre es ese pobre tonto que queda dividido respecto de su deseo. Lo más común es que diga que “no”, para luego reconocerlo. Esta es una de las dependencias que le imprime en nuestra sociedad el haber sido criado por una mujer.

También las mujeres son criadas por mujeres y eso implica otras consecuencias. Una, por ejemplo, es que -como ocurre en estos casos- la tontería viril se interprete como “Entonces no quiere”. ¿Cómo no ver detrás de la expectativa de un hombre que quiera, de manera resuelta, sin conflicto, el fantasma de la madre buena como garantía del propio querer?

En estos días presenté un ensayo que se llama Por qué las mujeres no matan a las madres. Que no haya equivalente del parricidio (que estructura la relación padre-hijo) para la constitución psíquica en el vínculo madre-hija, explica cómo un hombre puede ir fácilmente al lugar materno en la pareja con una mujer. Con consecuencias para nada tontas.

Un hombre tiene que separarse de la madre para estar con una mujer, quizá para que esta sea madre y eventualmente un sustituto materno para él; porque si en una mujer no reencuentra a su madre es porque nunca se separó de ella. Decir esto todavía produce horror y no por los estereotipos de género sino por la raíz incestuosa del deseo viril.

Igual no hay que asustarse ni criticarlo, es un deseo que cada vez le interesa a menos personas, es un deseo en extinción. Aunque no porque seamos más libres.

Lo que sí permanece es que una mujer no tiene que separarse de la madre para estar con un hombre. Todavía sigue siendo una invariante que tengan que separarse de un hombre para separarse de la madre. En la clínica de las “dificultades para separarse” este es un factor determinante. En la clínica de “quiero un hombre que sepa lo que quiero, que me de lo que busco, etc.” se trata de lo mismo.

4.

En una charla con Marina planteamos que la crítica actual a la heteronorma donde pareciera que abrió un abanico de opciones, más bien habría que preguntarse si -desde un punto de vista clínico- no reinstaló la relación con el lazo materno.

Siglo XX: clínica basada en el modelo “hombre-mujer”; siglo XXI: todos los vínculos basados en la relación “madre-hija”.

Así se vive: todos peleándose con versiones omnipotentes del otro (ese que “me hizo” esto o aquello), nombrándonos como frágiles, pero siendo más agresivos que bebés enojados, porque odiamos el deseo. No nos preocupemos, el deseo viril ya está aniquilado, el deseo de hijo agoniza (frente al “querer tener un hijo” más propio de nuestra época) y el resto va agotándose de a poquito.

Falta poco. Es inminente.

Serie Psicoanálisis outdoor

* Portada: «La cuna» (1872) de Berthe Morisot

 

 

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